En Reserva-It’s just like Tulsa!

: Killers of the Flower Moon (2023), Dir. Martin Scorsese
Especial para En Rojo

 

En Killers of the Flower Moon (2023), Martin Scorsese escenifica parte del Reino del Terror, un capítulo trágico de la nación Osage, expropiada y explotada históricamente y desplazada desde Kansas a Oklahoma, donde compraron unas tierras de poco valor agrícola que resultaron, por suerte, ser ricas en petróleo.

A principios del siglo XX, tras resistir un impulso de parcelar la tierra y sus recursos, el gobierno federal reconoció la tierra como propiedad colectiva de los Osage y otorgó a cada miembro de la nación una acción, llamada headright. A través de un fideicomiso federal manejado por el Bureau of Indian Affairs, cada miembro recibía una porción de las ganancias que generaran empresas privadas mediante la manufactura y venta de derivados del petróleo. En poco tiempo, la comunidad se convirtió en la nación más rica (per capita) del planeta. En 1921 cada acción tasó en un valor $12, 277.81 anuales, o el equivalente a $211,116 anuales hoy día. Al momento, se estima que aproximadamente un cuarto del capital Osage ha terminado en manos ajenas.

El Reino del Terror no tardó en manifestarse. Desde el inicio, el gobierno federal determinó que muchos miembros de la nación Osage eran incompetentes para manejar su propio dinero. La violencia atroz que luego se manifestó en la comunidad había sido codificada e instituida desde el paternalismo racista del Estado estadounidense.

Aunque estos detalles se manifiestan en Killers of the Flower Moon, el argumento de la película se centra en la conspiración asesina que terminó con la vida de aproximadamente medio centenar indígenas durante las décadas de 1920 y 1930. En estos años, estadounidenses blancos, en su mayoría hombres, conspiraron para casarse con mujeres Osage, asesinarlas y apropiarse del lucrativo usufructo de sus tierras petroleras. Así fue el caso de Mollie Kyle, cuya madre, Lizzie Ne Kah Es Sey y sus hermanas, Anna, Minnie y Reta, fueron asesinadas en un período de menos de cinco años.

La película pone en escena cómo los esfuerzos de una Mollie (Lily Gladstone) secretamente envenenada y moribunda, desataron una intervención federal que descubre a su marido, Ernest Burkhart (Leonardo DiCaprio) y su millonario tío ganadero, William Hale (Robert De Niro), como autores de la conspiración. Sin duda, estamos ante un buen candidato para el magnum opus de la filmografía de Scorsese. Planteo, además, que la película podría considerarse entre las mejores entregas del cine de horror contemporáneo.

Reta Kyle era la última hermana sobreviviente de Mollie. Su hermana mayor, Minnie, había muerto de una misteriosa enfermedad degenerativa. Al igual que muchas otras muertes en la reserva indígena, su muerte no fue investigada. Su viudo, Bill Smith, se casó con Reta poco tiempo después. En 1923, William Hale, Ernest Burkhart y otros colocaron dinamita en la casa de la pareja. El asesinato de Reta Kyle aseguraba que la única heredera de las tierras petroleras fuera Mollie Burkhart, sobrina política de Hale. La escenificación de la explosión provee una de las escenas más aterradoras de la película. Poco después de que el estallido sacudiera todo el vecindario, se escucha una voz en off gritar “it’s just like Tulsa!”, refiriéndose a la masacre racista contra los residentes negros de la ciudad en 1921. Los sujetos colonizados sienten a flor de piel las reverberaciones históricas de genocidios etno-nacionalistas que jamás han conocido justicia. Los sujetos colonizados se sienten caer en un vacío. La memoria de otros dolores emerge como único referente del que asirse.

Una toma cenital captura a Mollie y sus hijos resguardados en el sótano de la casa luego de la explosión, mirando hacia la puerta que da acceso al nivel superior, donde Ernest (DiCaprio) le anuncia la muerte de su última hermana. El grito desgarrador de una mujer racializada y asediada por bombardeos queda como única evidencia de la violencia del colonialismo de asentamiento. Sobre el pueblo se posa un velo de misterio que, repentinamente, hace incapaz a los aparatos represivos del Estado de investigar incluso los más crímenes más atroces.

El horror alcanza su máxima expresión en una toma que, a diferencia de las otras, no contiene los referentes sensoriales comunes que asociamos con el afecto del terror. La violencia no se manifiesta en la abyección de cuerpos indígenas mutilados, o de mujeres asesinadas. Más bien, toda la violencia sistémica se reduce a una especie de retrato de sociedad. Mientras los investigadores federales presionan a Ernest Burkhart para que testifique contra su tío, el abogado de defensa interviene en los procesos judiciales y lo cita a una reunión. Cuando llega a la cita, abre la puerta y se encuentra con una muchedumbre murmurante, reunida en la oscuridad. Toda la sociedad blanca de Osage County mira fijamente hacia la cámara.

Se levanta, momentáneamente, el tupido velo que corremos sobre los crímenes fundacionales de esa civilización que llamamos “nuestra”. Sus muertes no fueron investigadas. Sus nombres quedaron sepultados en Grey Horse; en Tulsa. En Gaza.

En la sombra conspiran quienes insisten en un mejor y más próspero porvenir. Aguardan, intuimos sus miradas fijas, sus labios sellados ante nuestra inoportuna presencia. A estas alturas, ¿a quién han convocado? ¿Qué significa para nosotros ese pálido fulgor en la penumbra?

 

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