Leonardo Delgado Navarro
El día que tío me dijo que podía comerme todo lo que un ave comiera, comencé a entender por qué comemos jueyes.
Es innegable que un juey en un plato, a punto de ser comido, es una criatura horrenda. Daría igual que fuera una cucaracha.
Cuando tío agarró el cundeamor en la mano, me lo mostró, lo abrió y me dijo,con tono igual al que usó Dios frente a Adán: “si lo comen los pájaros, lo puedes comer.” Yo me metí aquellas pepitas rojas de sabor dulce a la boca y comencé a pensar cuál será el pájaro que se comió el juey y que ahora imitamos. Poco después llegó la respuesta.
Cruzaba la quebrada Brandery el día que observe jueyes muertos con su casco roto. Pregunté a Berto Cortijo quién mataba los jueyes. La Yaboa – me dijo. “Les raja el casco y se come lo de adentro.” Con la voz de quien aclara un enigma le dije: “¡fue la Yaboa la que nos enseñó a comer jueyes”! No – me respondió. “¿No? ¿Y quién fue?” – insistí. “Fue quien nos enseñó a comerlo todo” -contestó.
Yo, resignado a un discurso religioso le pregunté -¿y cómo se llama?
La respuesta aún hace eco en mi cabeza: “El hambre, loco, el hambre”.