La Colonia al Desnudo*

Por Jenaro Rentas Rodríguez

Especial para CLARIDAD

Desbrozar el camino a toda inversión máximo-redituable figura en la cartilla de fundamentos del modo capitalista de producción. Como se logre no es asunto que perturbe el sueño a ningún inversor o a CEO alguno. La vieja sentencia de que el capital no tiene patria ha resistido lozanamente las arrugas del tiempo rejuveneciéndose con exportaciones, continuos implantes tecnológicos y la cirugía bélica.

Precisamente al contender en la Guerra Cubano-Española, al rescoldo de la doctrina Monroe, el joven imperialismo abrió las Antillas a la masiva exportación de sus capitales. En Puerto Rico en menos de cuarenta años se convirtió en inversor-propietario mayoritario. Mientras, complementariamente, el botín de guerra era convertido en mercado cautivo para sus exportaciones. Entre 1910 y 1935 pasó de ser el duodécimo en el mundo al tercero (Dietz).

Durante el trayecto otra ley provisional (Jones, 1917) redondeó el dominio sobre la colonia. Con la imposición de su ciudadanía incluyó el servicio militar, ató la fuerza de trabajo para poder utilizarla en la metrópoli en momentos en que allá crecía una oleada antiinmigratoria y la guerra en Europa drenaba su fuerza trabajadora y, con todas las de la ley, aseguró una base clave al sistema naval, luego también aéreo, defensivo. En esa dirección, entre julio de 1939 y junio de 1947 los gastos de las autoridades federales en Puerto Rico ascendieron a $656,000,000 de los que tanto como $532,000,000 correspondieron a gastos para fortalecer el andamiaje militar (J. Rodríguez Beruff, Strategy as Politics…). Ya en 1960 las fuerzas militares ocupaban en condición de propietario el 13% de las tierras cultivables. Es decir, 108,000 cuerdas, incluyendo 28,000 cuerdas en reservas forestales y 24,000 de las 27,000 de Vieques. Habían establecido 9 bases militares principales con algunas convertidas en depositarias de todo tipo de armamento nuclear (Tesis Politica MPI, 1963).

La Segunda Guerra Mundial

Fue Jauja para las corporaciones gigantes que habían ido marginando desde 1880 al capitalismo familiar. Con el patriótico reclamo de Only If Paid Properly, los jefes de la Standard Oil, la General Motors y compañía acordaron contratos con el Estado por $117 billones como condición para involucrarse en la guerra. Al mando de la War Production Board, por orden presidencial, asumieron el control del 75% del valor de las propiedades gubernamentales y de 26 billones de fondos del gobierno federal para la construcción de plantas y la adquisición de nuevo equipo para la conversión hacia la industria de guerra. Estando la guerra en todo su apogeo el torrente de ganancias fluyó con un chorro de 250% por sobre las obtenidas previo a la conflagración, cuyo resultados aun se hacen sentir (Boyer y Morais, Labor’s Untold Story).

Al finalizar la guerra, las corporaciones se hicieron del 70% de las plantas industriales pagando el 60% de su costo de construcción y se tragaron 2400 empresas industriales y mineras (Boyer, Morais). En tanto, la economía registró aumentos de 2/3 en el Producto Nacional Bruto (E. Hobsbawn, Historia del Siglo 20). Con las bases de la economía intactas, en posesión de La Bomba, la Marina de Guerra y la CIA, las corporaciones pusieron sus miras en Latinoamérica. Donde movimientos progresistas pugnaban por políticas reinvindicativas de sus recursos a favor de los suyos. La respuesta imperialista fue meridianamente clara: Los paises latinoamericanos debían complementar la economía de los Estados Unidos, no competir con ella. De tal manera quedó consignado en una Carta Económica para las Américas aprobada en una Conferencia Panamaericana celebrada en Mexico en 1945 (N. Chomsky, New Left Review, 2000).

La acumulación de capitales industriales, comerciales y bancarios y su concentración y centralización como capital financiero cuajó en la formación de un excedente exportable ávido de maximizar ganancias que no tardó en registrarse. Provenientes, sobre todo del mundo subdesarrollado, aumentaron de un 11.5% en 1945 a un 19.8% en 1948. Mientras en Estados Unidos los márgenes fueron de 7.7% y de 13.8% respectivamente (Ernest Mandel, Tratado de Economía Marxista). En La Política Colonial en la Post Guerra, el autor V. Barushev cita de Survey of Current Business, de noviembre de 1954, en Latinoamerica con una inversión de $662 millones en 1951, las corporaciones generaron ingresos por $3,256 millones en 1954. Las corporaciones empezaron exportando industrias de la primera generación, se entusiasmaron, y continuaron exportándolas de todo tipo con el auxilio de la Marina, la revolución en la transportación y las comunicaciones más el venenoso anticomunismo. Con ellos, fueron consumándose transnacionalismo y neocolonialismo que habían debutado con la Guerra del ’98 y sus consecuencias.

La Operación Manos a la Obra

Acá, en ese contexto, tras varios intentos de desarrollo en la onda latinoamericana, la dirigencia del Partido Popular, tomando distancias de un tímido contagio independentista, cambió de rumbo y se hizo cómplice, promotor y hasta financista, desde la administración de la colonia, de un proyecto proto-imperialista. Operación Manos a la Obra llamaron a la propuesta.

En 20 años, 1950-1970, el capital importado aumentó apabullantemente con altos registros en el Producto Nacional Bruto, en el Producto Interno Bruto, en los índices de empleo y de salarios. Pero ya, al 1970, el modelo, objeto de todo tipo de encomio, mostraba claros síntomas de no poder trascender los limites insertos en su propia naturaleza. Mientras aumentaban extraordinariamente las ganancias corporativas, se fue desdibujando el acercamiento al estado más pobre de los Estados Unidos que se había fijado como meta-estrategia para sacar al país de la miseria. En significativa medida, las alabadas ventajas que el nuevo embeleco colonial daba al proyecto acabaron por contribuir a descalabrarlo junto a la criminal explotación contenida en sus dispositivos.

La exención contributiva, los salarios bajos y el acceso libre de aranceles al mercado gringo constituyeron los tres pilares básicos del proyecto. Pero resultó que en el mes de octubre de 1947, 23 países reunidos en Suiza, firmaron el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT, en inglés) que liberalizó el intercambio internacional de mercancías. Entonces, la producción industrial de Estados Unidos equivalía a más del 40% de la producción mundial, por lo que le era del todo conveniente exportar buena parte de la misma (Javier Oyarzun, economista en la Universidad de Madrid). Pero, a la vez, Estados Unidos tenía que reducir los aranceles proteccionistas de su economía. Así las cosas, se sucedieron los acuerdos bilaterales, la aprobación de nuevas leyes que permitieron la repatriación de ganancias con la reducción de impuestos asociados a la exportación de capitales hacia países con costos de producción sumamente bajos, sobre todo en el renglón de los salarios y en la escasa o ninguna sindicación de la clase obrera.

En el caso particular de Puerto Rico, por su condición colonial, el mantener salarios bajos que le permitieran competir con otros países, se torno infranqueable por las ataduras al caro mercado norteamericano y las leyes de cabotaje que objetivamente obligaban a una lucha constante por aumentos salariales. En consecuencia, la industria liviana que se sostenía precisamente de salarios bajos vio pasar sus mejores días. Ante ese escenario, se inició una nueva etapa en la economía con la atracción de capital ausentista en las industrias petroquímicas y farmacéuticas.

El establecimiento de las petroquímicas fue favorecido por los bajos precios del petróleo en el mercado mundial y la liberalización de la política petrolera de los Estados Unidos que dispuso la entrada del crudo con menos restricciones. Este tipo de industria demandaba fuertes inversiones de capital, pero generaban pocos empleos. Se les conoce como empresas de uso intensivo de capital. Por ejemplo, el promedio de inversión por empleo potencial, según cálculos del estado, aumentó de $4,837,000 a $12,402,000 en 1976-79. Pero el sector petroquímico y otros de los llamados pesados, solo generaron el 4,2% del empleo total (P. Parrilla, Geografía Industrial de Puerto Rico). La crisis petrolera que se inició en 1973, dio al traste con el intento. Hacia 1983 la CORCO que se montó con unos $120 millones acabó en la Corte de Quiebra.

A partir de 1976, la inversión de capital corporativo en Puerto Rico recibió un fuerte impulso cuando el Congreso le dio paso a la Sección 936 del Código de Rentas Internas que dispuso que las possession corporations estarían exentas del pago de contribuciones por las ganancias obtenidas en la colonia. Según estudios del Tesoro, al cabo del tiempo, el ahorro de las 936 por no pagar impuestos allá ascendia a $22,000 por empleado. Es decir, más de 150% de los ingresos de un empleado promedio en una corporación 936 con un salario de $14,210 anuales (John T. Skelly, END, 14/3/1980). En Puerto Rico las farmacéuticas, principales beneficiarias de la exención, entre 2001 y 2006 habían invertido unos $3,600,000 pero entre ellas y otras productoras de químicos solo representaron el 10,1% del empleo total en la manufactura a pesar de que representaron el 32,1% de la producción bruta total de la industria (Dietz). Quede claro que aunque pagan mejores salarios emplean mucho menos trabajadores. De modo que mientras aumenta el valor de la manufactura se reduce la cantidad de industrias y empleos. Según un censo económico que se realiza cada cinco años la producción del sector manufacturero ascendió a $80,172 millones en 2007. Sin embargo, la cantidad de industrias se redujo de 2195 en 2002 a 2151 en 2007 y los empleos se redujeron en el mismo lapso de tiempo de 126,707 a 110,691 (R. Banuchi, END, 17/3/2011).

Otros Indicadores Claves

En 1974, a solicitud del entonces gobernador Hernández Colón, el renombrado economista James Tobin, en un Informe sobre las finanzas del país, hizo constar que desde el punto de vista de los residentes, las estadísticas indicativas de altos niveles del Producto Interno Bruto (lo que produce el país) vale poco si no son acompañadas de un alto y creciente Producto Nacional Bruto (los ingresos de los residentes por lo producido y las remesas del exterior). Pues resultó que la relación ha operado en detrimento del Producto Nacional Bruto. De un déficit de $347,000,000 en 1960, subió a $27,000 millones en 2015. Es evidente que los pagos de intereses y dividendos sobre la inversión externa drenan irremediablemente los recursos del país (Varias fuentes).

Tal vez sea suficiente para ir resumiendo que a todo lo largo del proyecto de industrialización por invitación la tasa de desempleo jamás ha sido menor del 10% de la fuerza trabajadora y que la tasa de participación lleva un ritmo descendentemente alarmante. En el 1950 era de 54,6%, en el 2003 era de 46,6%, y hoy está al nivel del 40% (E. Irizarry Mora). Mientras, como sabiamente documenta el economista residente en Ponce, Luis R. Quiñones Soto, del 1950 al 2015 se han expatriado ganancias por el monto de $725,000 millones. Deudas, déficits, quiebras y PROMESAS tienen una muy claramente identificable raíz: el capitalismo colonial ha implosionado sin necesidad de conspiración comunista alguna.

Por dónde andamos

Perplejidad, desasosiego, escape y la cruel incertidumbre se hacen sentir para todas y todos. ¿Y qué del independentismo?

Hace rato que transita en derechización hacia el centro. Y hacia el centro solo hay más colonia y más neoliberalismo guiados por el Consenso de Washington: privatización, desregulación, reducción al máximo del servicio público y total libertad a un mercado armonioso y autoregulable. Sin una base social sólida, se intentan atajos procesales de dudosa realización amarrándose a un partido desgastado. Ahora, se intenta saltar del camino único de la Asamblea de Estatus al “resuelvelotodo” del callejón plebiscitario. Es que también la debilidad del independentismo tiene raíces: la frágil y alienante estructura económica ha condicionado una formación clasista-social caracterizada por una burguesía nacional, un campesinado que fue aniquilado y una clase trabajadora que no ha podido consolidarse por los rápidos cambios registrados en la economía, la pérdida de miles de los suyos por vía de la emigración; el reduccionismo economicista atosigado por el sindicalismo gringo; la camisa de fuerza de la represiva ley Taft-Hartley y la Ley de la Mordaza, el carpeteo y la conversión del Estado en una agencia de empleo.

Pero nadie se llame a engaño. Sobra espacio. Abundan condiciones. Y tenemos suficiente valor y entereza para avanzar y vencer. Elementos que atenderemos a continuación.

El autor es profesor retirado.

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