La “unidad submarina” del concierto Poblado de Alegría Rampante

Foto cortesía de Ryan Pérez Hicks

 

 

Especial para En Rojo

Una sensación de irrealidad me ha tomado por sorpresa cuando pienso en los movimientos medusarios de las coristas y los atuendos con fragmentos de espejo, sombreros y máscaras de los distintos personajes musicales encarnados por Eduardo Alegría, su agrupación e invitades en el concierto Poblado, celebrado el 15 de octubre de 2022 en el patio interior del Taller Comunidad La Goyco en Santurce. Era un ambiente, un concierto, diferente a cualquier otro. Nos zambullimos en una aventura magnífica, anfibia, con caretas de buceo, chalecos de construcción, relámpagos, imperdibles y pelucas, preparades lo mismo para el fondo del océano que para una trinchera.

En la víspera del concierto, conversé con Eduardo sobre el concepto detrás de la propuesta. “Es un concierto para la gente, para la comunidad solidaria que siempre me apoya”, me comentó. Poblado por la crema y nata de la escena indie de rock puertorriqueño, el concierto se sintió también como un homenaje a los afectos, influencias y convivencias que hacen posible la existencia y persistencia de dicha escena, cuya “unidad”, en las famosas palabras de Kamau Brathwaite, “es submarina”. A la vez, el evento supuso reflexionar sobre los esfuerzos salvajes (tanto metafóricos como literales) que implica moverse en comunidad y desde otra sintonía.

En el imaginario de Eduardo, “la otra música puertorriqueña”, como ha descrito a aquella que no sigue las pautas de la música comercial y que no se escucha con la misma frecuencia que el reggaetón y el pop en las emisoras de radio, es la historia no documentada de su propia genealogía. Como cada canción del álbum recibe “la visita” de una voz que puebla la música, cada una es, según reflejan las fotos de Uziel Orlandi Alegría que acompañan el proyecto, su propio universo, su propio cuerpo soberano.

Al concierto llegamos temprano porque sabíamos que era limitado el cupo y libre de costo. En la fila frente a La Goyco, edificación centenaria que hoy es un bastión de creación y resistencia de la comunidad en la calle Loíza, se podía apreciar la diversidad generacional de la fanaticada. Dentro se respiraba la atmósfera de las fiestas navideñas, aunque era octubre.

El concierto comenzó con la última canción del álbum, “Este cuarto crece”, en la que se escucharon frases de Eduardo como “¡Viva la Revolución!” con un lenguaje –como sucede en muchas de sus letras– a la vez sensual y paródico. Eduardo es consciente de cuánto les artistas podemos defender la libertad en el arte, algo que él reconoce haber aprendido de sus maestras. La idea de revolución percola entre las canciones del pueblo imaginado por Alegría Rampante.

Después nos adentramos en “Un soldado”, canción que cuenta la historia de un personaje enfrentando la invasión de terroristas en paracaídas. En este escenario, lo bélico es una simulación (¿seamulación?). Eduardo, quien contó con la colaboración de María de Azúa como vestuarista, llevaba un pantalón de camuflaje agarrado por imperdibles encima de otro pantalón. En su rostro, tenía un relámpago/grieta a lo David Bowie.

Enseguida comenzó una de las canciones que mejor caracteriza la estética del disco. En “Matorral”, Eduardo nos canta –junto a las coristas buceadoras, las Jorobettes, Marilí Pizarro y Génesis Dávila– del matorral como la escena de les artistas independientes. Justo después, se escuchó la intro en piano de la canción “Echarle sal” de Andrea Cruz como bienvenida a la canción “Sajorí”, en la que Cruz colabora como invitada. Esta estructura de bisagra musical entre lo propio y lo ajeno, salpicada con anécdotas de les pobladorxs, continuó a lo largo del concierto.

Luego vino la canción “Jirafa”, con Fofe Abreu. El tema aborda la dislocación a veces hostil de fragmentos físicos, los cuerpos que se transforman en contra de su voluntad, como sucedió con los de Fofe y Eduardo, según contaron. “¡Cualquiera se cansa!” de tener que negociar un cuerpo accidentado y transformado por los embates del tiempo. Los fragmentos (cintura, rodillas) devienen jirafa, mientras quien encarna el cuerpo sopesa sus opciones: “niégalo”, “asúmelo”…

El hablante de las canciones de Eduardo con frecuencia inventa palabras para dar cuenta del esfuerzo submarino que supone mover el cuerpo artístico en el Caribe. Un ejemplo paradigmático es la íntima “Por ahora camino solo”, interpretada junto a Chango Menas, en la que el sujeto se describe como “Atonelado, como un cráter en el fondo del mar”. Luego, se interpretó “El hombre del mundo”, original de Menas.

En este punto, el concierto se convirtió en un recuento histórico, con canciones como “La emergencia”, “Farifo” y “El recipiente”, interpretadas con arreglos diferentes a los originales. La intervención de la marioneta Manateesha (la hablante manatí) en la última de dichas canciones evoca, en palabras de Eduardo, la transformación constante, “la naturaleza queer de las cosas”.

A continuación, se interpretó un set con la banda completa, compuesta por Nitayno Arayoan, William Jorell Roman, Christian Santiago Fuentes, Juan Antonio Arroyo y el tecladista invitado Jorge (Bebo) Rivera. Luego de tocar “Ejnúa”, performearon “La ruta larga”, pieza en la que colabora Mima, quien en el concierto apareció con un atuendo arlequinesco. A esa intervención onírica y algo lúgubre, le siguió el arreglo del clásico de Mima, “Santo camino furtivo”.

Entonces llegó uno de los momentos más esperados del concierto: el tema “Todo en su sitio”, el más rockero del álbum, “hecho”, como dijo Eduardo, “para Macha Colón”. Si bien la cantidad de estímulos sensoriales desbordaba el escenario, todos quedaron reunidos en un mismo cuerpo archipielágico, un “Tanquecito de amor”, como dice la canción de Macha Colón y los Okapi con la que concluyó la interpretación [*].

Cuando pensábamos que ya lo habíamos visto todo, subió al escenario una fanática de Joroba de Pelo (antípoda de la conocida banda de pop rock Jarabe de palo), proyecto reciente en el que Eduardo añadió, según dijo, todo lo que no formaba estrictamente parte del concepto de Poblado. Joroba de Pelo encarna realidades alternas. Por ejemplo, en el concierto en Bellas Artes de Santurce en mayo de 2022, Joroba de Pelo saludó desde el Centro de Bellas Artes Pedro Albizu Campos de la Sala de conciertos Lolita Lebrón, proponiendo un universo paralelo en el que somos un país soberano. Así, cantando desde un proyecto de país inventado, se cerró el círculo náutico de Poblado.

Lo que pasó en La Goyco el 15 de octubre del año pasado fue una de las experiencias más transdisciplinarias, experimentales y gozosas que he vivido como audiencia involucrada. Pero también fue, sobre todo, un acto de amor. La banda ofreció casi tres horas de fabulosidad submarina, llena de estímulos, sonidos y texturas en desafío a las convenciones musicales. Eduardo Alegría, “con la tea en la mano”, dio cátedra sobre su capacidad de encarnar la poética transdisciplinaria, la “unidad submarina” y caribeña de historia, música, teatro, danza y performance. Nuestra inmersión en el matorral costero, submarino y navegable –muy en su sitio– de “la otra música puertorriqueña” fue total.

 

Nota:
[*] Utilizo este concepto en el sentido que le da Beatriz Llenín Figueroa en Affect, Archive, Archipelago: Puerto Rico’s Sovereign Caribbean Lives (Rowman & Littlefield, 2022).
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