Las querencias de Cora

En junio de 2004 se rumoraba que Barry Bonds, el jonronero del momento en las Grandes Ligas, terminaría su carrera como bateador designado en algún equipo de la Liga Americana. En una conferencia de prensa un periodista le preguntó si consideraría a los Medias Rojas de Boston como opción. De inmediato lo descartó. “Boston es demasiado racista para mí”, dijo. El periodista insistió, diciéndole que en Boston idolatraban a las estrellas deportivas. “Si eres negro como yo, no”, sentenció Bonds.

La ciudad de Boston fue escenario de muchas batallas importantes en la lucha de independencia, que se inició proclamando que “todos los nombres nacieron iguales”. Esa igualdad, sin embargo, sólo incluía a los blancos y la ciudad se ganó una muy bien merecida fama como centro racista. Aquel racismo se manifestaba en todas las actividades, entre las que destacaba el deporte.

El Boston Red Sox tiene la deshonrosa distinción de haber sido el último equipo de las Grandes Ligas que contrató un jugador negro. Cuando aquel pionero llegó el 21 de julio de 1959 ya habían pasado más de doce años desde que Jackie Robinson jugó su primer juego con los Dodgers de Brooklyn el 15 de abril de 1947. Tras Robinson, todas las otras franquicias fueron añadiendo peloteros afronorteamericanos o latinos, incluyendo a los Bravos cuando todavía jugaban en Boston, pero en el caso de los Medias Rojas, la incorporación tardaría. Tras muchas protestas y mucho debate en la prensa, finalmente incorporaron a Pumpsie Green quien llevaba tiempo destacándose en las ligas menores. El atraso de lo adjudicaron al dueño histórico del equipo, Tom Yawkey, pero aquella expresión de puro racismo no era muy rara en Boston.

Desde 1977, año en que murió Yawkey, la calle frente al estadio de los Medias Rojas llevaba su nombre. No obstante, en abril de 2018 el Consejo de la ciudad de Boston votó a favor de eliminar dicho reconocimiento, restituyendo el nombre anterior, Jersey Street. Meses antes del cambio, los Medias Rojas habían contratado a su primer dirigente latinoamericano, el puertorriqueño Alex Cora, quien también lleva sangre africana en sus venas. Tal vez no existe relación entre el cambio de nombre decretado por las autoridades municipales y la contratación del boricua, pero no deja de ser interesante la coincidencia de eventos.

Es cierto, sin embargo, que el béisbol, y Boston en particular, han cambiado hacia lo positivo, aun en medio de la nueva ola de racismo con patrocinio oficial que ahora vive Estados Unidos. Antes de Cora muchos afronorteamericanos y latinos sobresalieron jugando para los Medias Rojas. Entre estos últimos se destacan dos dominicanos, David Ortiz y Pedro Martínez, quienes aportaron de forma decisiva para que en 2004 Boston lograra su primer campeonato en casi un siglo.

Boston contrató a su primer jugador negro, más que nada para cumplir con las apariencias, llenando una cuota. Lo que ha ocurrido desde entonces no ha sido así. A principios de la década del ’70  allí jugó nuestro Orlando Cepeda quien, aun cuando estaba al final de su carrera, fue el mejor bateador designado en su primer año con el equipo. Más recientemente, David Ortiz y Pedro Martínez, acabaron con la llamada “maldición del Bambino” llevando a los Medias Rojas a su primer título en 86 años.

La contratación de Alex Cora siguió ese patrón. En sus años de jugador, se destacó por sus habilidades y más aún por sus conocimientos del juego. Luego, el tiempo que pasó como analista en un medio televisivo, proyectó esos conocimientos. Más tarde, su experiencia como dirigente de un equipo en Puerto Rico y como gerente de nuestra selección nacional de béisbol terminaron por abrirle la puerta a la dirección de Boston, donde lo contrataron sólo porque percibieron que era el mejor candidato disponible.

Cuando casi a la media noche del domingo 28 de octubre el equipo de Boston se proclamó campeón del béisbol estadounidense, todo Puerto Rico celebró. Nunca antes esa franquicia había tenido tantos seguidores en este país. Cora lo logró, no sólo por ser de aquí, sino porque en todo momento proclamó su puertorriqueñidad. En las conferencias de prensa que se celebraban antes y después de cada juego, en lugar de aparecer con el uniforme del equipo, exhibía una camiseta con la bandera nacional o con alguna frase dirigida a su país. En cada instante fue consciente de que además de todas sus responsabilidades como dirigente de un equipo que luchaba por el campeonato del béisbol estadounidense, sobre sus hombros estaban los anhelos de un país.

Experiencias como ésta, pequeña o grande, contribuyen a la forja de una conciencia nacional, un sentido de pertenencia a un colectivo social distinto a todos los demás. Se trata, como muchos otros, de un evento ocurrido fuera de nuestras costas, precisamente el seno de la metrópolis que nos domina, donde un hijo del país, proclamando esa pertenencia, logra proclamarse campeón de algún deporte.  Apellidos como Clemente, Cepeda, Alomar y, últimamente, Puig y Díaz, forman parte de nuestro imaginario nacional porque le dieron a nuestro pueblo alguna alegría que le estimuló su orgullo. A la lista ahora se añade Cora.

Triunfar en Boston no es fácil. Cora lo logró sin dejar de advertir en todo momento dónde realmente están sus querencias.

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