Mirada al País: Llegó para quedarse

 

Especial para CLARIDAD

 

Hay expresiones de uso bastante común  que suelen antojárseme como malos augurios. Una de éstas, “Llegó para quedarse”, es muy utilizada en estos días pandémicos para referirse a un conjunto de prácticas de emergencia relacionadas con mascarillas, pruebas diagnósticas, vacunas, educación en el hogar y trabajo “en línea”. Todo aderezado por un distanciamiento físico generalizado que, en no pocas ocasiones, ha degenerado en distanciamiento social. ¿Por qué malos augurios? Porque en muchas instancias del pasado tal expresión ha servido como mecanismo para eludir el enfrentamiento con las causas de numerosos problemas sociales y para entronizar reglas adversas a la sana convivencia. Muchas veces se queda lo que no debe quedarse. Permítaseme, a manera de ilustración, un ejemplo alejado del campo de la salud y de la pandemia.

Hace muchos años comenzó el cierre de urbanizaciones y de condominios protegidos por guardias privados lo que, sin lugar a duda, puede considerarse como respuesta lógica a la amenaza de la criminalidad y como búsqueda razonable de cierta tranquilidad y privacidad hogareña que yo, por cierto, atesoro. Allí no radica el problema. Recuerdo que uno de mis tíos, agricultor yaucano  amante de los espacios abiertos, señaló en tono crítico: “Esto llegó para quedarse. Ya veremos qué pasa con la criminalidad”. Pues la criminalidad también se quedó.

El encerramiento protege. ¿Qué duda cabe? No obstante, sucede como con las trincheras: protegen pero en ellas no se ganan las guerras. Incluso, como le pasa al que se arropa y se tapa hasta la cabeza para combatir el miedo, puede suscitar una falsa sensación de seguridad.

Por un lado se dan los cierres pero, por otro lado, la población ubicada fuera de ellos queda más expuesta; por un lado aumenta la sensación de seguridad de los que viven tras las verjas pero, por otro lado, se convierten en blanco de los maleantes que presumen que el que se encierra algo valioso esconde; por un lado aumentan los guardias privados pero, por otro lado, se reducen los policías públicos; por un lado se dice combatir la criminalidad pero, por otro lado, se alimentan los componentes que la estimulan como la distancia y la descomposición social, el desajuste valorativo, la desigualdad, la pobreza, la atrofia del mercado laboral, la cacería de rentas… La ilusión de seguridad y la complacencia erosionan la voluntad para confrontar efectivamente  tales males que terminan, como  huéspedes inoportunos, ocupando toda la casa.

Ahora, en el contexto de la pandemia, la llamada opinión pública parece regirse por parámetros similares. Son muchos los que afirman, con un entusiasmo que a mí me luce como síntoma de alguna forma de enajenación, que el distanciamiento, las mascarillas y las vacunas – que, huelga insistir en ello, protegen – llegaron para quedarse. Y claro, también habrá que acostumbrarse a la educación y al trabajo a distancia y, sobre todo, a la intensificación de su precariedad, proceso iniciado antes de la pandemia. Adviértase la correspondencia de estos patrones educativos y laborales, individualistas y hostiles a la socialización, con la doctrina neoliberal.

La pandemia ha puesto de manifiesto la urgencia de contar con un sistema integrado de salud, de disponer de mayor coordinación a nivel nacional e internacional, de establecer un servicio estadístico confiable, de fortalecer los servicios sanitarios primarios —  claves en tratamientos de primera instancia y en medicina preventiva – y de enfrentar  el gran reto de la degradación ambiental, foco de innumerables enfermedades y epidemias. No debe olvidarse que por allí comienzan las buenas costumbres higiénicas. Sin embargo, cuando se despeja el campo de la retórica hipócrita, se hace evidente que nada de esto es prioritario. ¿Desde cuándo está sobre el tapete el plan universal de salud? ¿Cuántas veces se ha insistido en definir una política para lidiar con los asilos o llamados hogares convertidos en almacenes o guetos privados para los viejos? ¿Cuándo, con o sin pandemia, han estado “preparadas” las escuelas públicas? El obstáculo a que se enfrentan las citadas vías de acción se resume en que no están íntimamente vinculadas a la lógica operativa del sistema, es decir, a los juegos mercantiles regidos por el lucro. Son contrarias al neoliberalismo.

La lógica operativa del sistema no se interrumpe ni en tiempos de crisis ni en medio de las pandemias. Todo lo contrario. Se activa. Como dicen sus portavoces:”Hay que aprovechar cada oportunidad”. ¿Recuerdan el incidente con las pruebas? ¿No han notado que últimamente se siente, con o sin mascarilla, un desagradable y creciente tufo a privatización?

Recientemente, en una conocida revista de negocios, se publicó un elocuente artículo en el que se acusa el uso de tal lógica en una transacción mercantil de vacunas (Bloomberg Businessweek, “Vaccine Capitalism”, 8 de marzo de 2021). Los protagonistas de la transacción fueron, en sus propias palabras, “dos amigos”: Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel, y Albert Bourla, presidente de la farmacéutica Pfizer. En síntesis, Pfizer suspendió sorpresivamente unos embarques de vacunas a lugares particularmente golpeados por la pandemia, como Italia, y los desvió hacia Israel. Se alega que el gobierno de este último pagó el doble por dosis de lo que paga el gobierno de Estados Unidos, a lo que se sumaron “otros acuerdos”. Demás está decir que a este incidente se suman muchos más. Los tentáculos de Bourla, y con ellos ganancias multimillonarias para Pfizer, han llegado a más de sesenta países. Concluye el artículo: “…llegará un día en que se le haga la autopsia a la pandemia y una pregunta central pudiera ser cómo una sola compañía logró semejante poder sobre tanta gente”.

 

Son muchos los extremos de la pandemia que merecen un mejor escrutinio, desde el manejo de las estadísticas hasta las transacciones de pruebas, mascarillas, vacunas, hospitalizaciones, tratamientos y tantas otras cosas. Ha prevalecido el oscurantismo medieval – prédica de terror y sentido de culpa — sobre la información y la educación, ingredientes básicos de buenas políticas. Claro está, valga estipular la incertidumbre provocada por un virus desconocido que se ha propagado rápidamente por todo el planeta,   acompañado de variantes o mutaciones junto a una carrera por vacunas no exenta de tensiones políticas y de polémicas de variada índole. No ha sido ni es el mejor de los escenarios.

 

Desafortunadamente, sospecho que la citada autopsia pandémica, por más que se necesite acá, allá y más allá, no se realizará. Para encontrar explicaciones a tal inacción  no hay que rebuscar en las absurdas teorías conspirativas acuñadas por los que tienen una extraordinaria y fecunda imaginación. Se trata, simple y llanamente, de la lógica operativa del sistema vigente, en el que suele enredarse lo bueno con lo malo. Como resultado,  se elude realizar las transformaciones de fondo que se necesitan en el campo de la salud – poderosos intereses ($$$) por todos conocidos lo impiden — y, a la misma vez, se termina cargando con un pesado baúl repleto de cosas inútiles, instituciones fallidas y agobiantes patrones de conducta. Y todo bajo el velo de la fastidiosa consigna conformista, “Llegó para quedarse”.

 

 

 

 

 

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