Especial para en Rojo
Como si se desenredara el tiempo, abre con sus manos una ventana a la niñez, “Nosotros vivíamos en una casa grande en la urbanización Pérez Morris. Había un pasillo largo que en un punto se usó como la sala de la casa.” La Niña de la Cuerda se ilumina, como si aprendiera en ese preciso instante el olor a trementina, al aceite de linaza, a Osiris Delgado frente al lienzo. Circulaba por la casa, – no podían acercarse a él si estaba pintando. “De momento, miraba, y había un nuevo personaje, se había materializado en la casa… mi papá siempre trabajaba esos lienzos grandes.”
Gianina Delgado busca por el apartamento su abanico de mano. Es energética, vivaz, su cabello castaño enmarca su rostro y sus ojos expresivos y claros. Me pareció curioso su nombre, “Me salvé, porque mi mamá me hubiera puesto María de los Dolores o algo así. En casa me decían Coca.” El espacio es cálido, vivo, movido por el “horror vacui”. Las paredes se llenan de obras, de libros. Hay unas estatuillas egipcias en el estante, instantes que atestiguan el tiempo. En una pequeña repisa, se posan dos santos de la colección de su padre. “Hay, también, un crucifijo español en la biblioteca, y otro en el cuarto. El que está en el cuarto era el que mis papás también tenían en su cuarto.” nos dice. Al entrar, a la izquierda, hay un óleo sobre masonite: es un retrato de su madre, frente a su escritorio. “Cuando ella murió, mi papá lo arregló y me lo dio.”
Gianina fue profesora de Literatura en la Universidad de Puerto Rico, y es allí donde, como invitado a una clase, lleva a su padre a relatar el mito egipcio de Osiris, de quien obtiene su nombre. Osiris, dios nacido de Nut, el cielo, encarna el bien, las tierras del Nilo, la enseñanza de la ley, el uso del trigo. Su hermano, Seth, polariza el otro espectro: el mal, la furia, la destrucción. Es este quien, en un gran banquete, engaña a su hermano y comete el fratricidio sagrado, para luego desmembrar a Osiris y esparcir su cuerpo por las tierras de Egipto. Isis, su esposa, busca sus fragmentos, recomponiéndolos, momificándolos, devolviéndole el soplo de vida. Osiris resucita, renace. Está vivo, pero ha muerto. Ya no pertenece a este mundo cotidiano, sino que reinara el inframundo, la vida después de la muerte, el señor del corazón detenido. Un día, Gianina llegó a la casa, destruida por una relación fallida. El día siguiente, su padre tocó a la puerta de su cuarto: «Recuerda,» le dijo «que nosotros venimos de una estirpe que se rehace cada cinco años.»
Mientras fungía como profesora, hubo una reunión de facultad en la que, al llegar al aula, comenzaron a sentarse, acomodando los asientos en un círculo. Quien se encontraba frente a ella levantó la mano, le apunto y gritó: “¡La niña de la cuerda!”. “Es hermosamente fuerte.” Ella medita “Estoy convencida de que nací para ser la musa de mi padre.”
Es ella en Cántico a Santiago de las Mujeres (1966), en Cosiendo (1966), en La suerte de la cuerda (1965), en Antígona (1990). “Ya nosotros sabíamos: cuando había un día libre, y venía papi a mirarnos desde lejos, haciendo un cuadradito con las manos, – encuadrándonos-. De momento nos llamaba, y siéntate ahí.” Así surge La suerte de la cuerda. Una de las obras más emblemáticas y representativas del arte puertorriqueño. “Me senté frente a él, las manos enredadas en la cuerda, – Levanta la mano izquierda, no, la otra, la derecha, La cabeza un poco más hacia arriba. No, más abajo.” Ya de edad avanzada, Osiris vivió junto a ella sus últimos cuatro años de vida. “Nunca dejó de guiar. Esa era su independencia. Recuerdo que una vez, yo iba guiando, por poco paso una entrada, y me dijo: Tu siempre has tenido problemas con eso de la izquierda y la derecha.”

Lo recuerda en sus facetas más íntimas, en su curiosidad, su ser “como un niño”, su profunda espiritualidad. El guardaba todos los dibujos de sus hijos, pues pensaba que los niños venían con un conocimiento superior. En la escuela, le asignaron a Gianina traer un libro de colorear. “Nunca me enteré, me lo dijo mi mamá mucho después,” que Osiris envió una carta en la que se rehusaba rotundamente a enviarle el libro de colorear “no creo que les haya explicado a las monjas (de la escuela) lo del conocimiento Alfa de los niños.” Se ríe mientras se abanica rápidamente.
En la pared central, a la derecha en la sala, está ella, con sus manos enredadas en la cuerda. Es una obra de gran tamaño, un gliceé trabajado en el 2016, retocado por la mano de Osiris casi por completo. El trazo del rostro, los ojos, son los suyos. “Él me decía: ya le tengo título a esta, esta es La niña no está cuerda.” Jugando con las palabras mientras reía.
Al salir, noto en la entrada del apartamento, fijada a la pared junto a una gran bandera monoestrellada, Cosiendo. Gianina apunta a la mano que tiene la aguja, que va bordando, su mano, “Y esa aguja, eso fue otra cosa. Súbela,- bájala,- al lado,- no,- ahí.”



