Piedras

 

 

De niño tiraba piedras como quien lanza viejos dinosaurios de catorce patas. Al momento no lo sabía, pero si quien tiró la primera roca algún día da el paso o levanta la mano, sabremos que miente y qué lanzamientos de todas las formas y colores siempre han estado preñados de la misma ignorancia que hoy ensancho, en mi desesperado intento por acabarla.

Tales, Demócrito y Epicúreo también fueron niños. Picasso quiso siempre serlo y perdió en la historia por rodearse de mamás. El peñón que totalmente hueco entre sus átomos, le rajó la cabeza a Fernando en el patio de la escuela. Pues la historia de tanta galaxia da duro, aunque pase de largo como fantasma.

En Las Piedras tuve una novia que visitaba los domingos. Barrancos de barro rojo como ríos salvajes y guaguas de municipio apostando a unas alas que invivibles, casi nunca fallaban. Pensar que lo bonito del recuerdo está en el mercurocromo, y en la libertad de niño adquirida con el aprender a caminar.

Nos enseñaron a danzar los vientos y la música que nos separó del bosque nos regresa en el ritmo de las olas. Parpadean las estrellas y la gravedad que sincroniza sus cenizas nos trajo hasta aquí, pues cauces hay en todas partes. No pude verlo pero me miró, y en cada caída era lo nuevo lo que más confundía, allí donde el estar se hace inseparable de la duda, y la impostergable rendición a la calma es la unión con toda la claridad que regala, la más oscura de las noches.

 

Ricardo es un escritor puertorriqueño radicado en Filipinas.

 

Artículo anteriorAcerca de la Nueva Visita de Cancel al Laberinto
Artículo siguienteLa Constelación de Loíza, el pie forzado cultural