Ser vintage

 

Leidi Fernández de Juan

Mi amiga María E. tiene momentos de lucidez admirable y otros, francamente desconcertantes. Posee mucha gracia para afrontar la corrosiva cotidianidad y en general, es alguien a quien Hilda, Fefa, Víctor, Cándida y yo acudimos cuando se nos traba el paraguas de la existencia. Ayer, sin embargo, nos dejó a todos a medio camino entre el asombro y esa ternura que inspiran los seres a quienes se les ha movido una teja del cráneo. Llegó a mi casa, donde pasábamos el rato, y nos soltó, sin preámbulo, su último descubrimiento. “Soy una persona vintage”, dijo.

“Soy alguien que saluda a los vecinos, que lee libros de papel, que por nada del mundo sale a la calle con rolos, chancletas de baño o en short”.

“Tómate un cafecito”, sugirió Cándida, como quien no ha escuchado nada, y se fue a la cocina. Víctor, que tiende a ponerse profundo ante cualquier nimiedad, frunció el ceño y le pidió a María E. de favor que argumentara su inquietante declaración. Fefa se retiró con la excusa de que pronto se iría la luz en el bloque al cual pertenece su cuadra, dejándonos a Hilda, a Víctor y a mí en el suplicio curioso de escuchar a María E.

  • Soy alguien que saluda a los vecinos, que lee libros de papel, que por nada del mundo sale a la calle con rolos, chancletas de baño o en short; una persona que se niega a confesar sus preferencias sexuales, que responde todos los mensajes y dice gracias al cobrador del gas. En resumen, soy  vintage—dijo y procedió a tomarse el café que le extendía Cándida, quien a su vez se ofreció espontáneamente a regresar a la cocina para freír boniatos. (“Hoy no estoy para boberías”, susurró al pasar por mi lado).
  • Bueno… Vamos a ver —intervino Víctor. Hasta este preciso momento lo que has dicho, María E., explica si acaso que eres educada y que tienes la misma edad que nosotros, con lo cual no calificas como vintage, sino como una vieja más.
  • ¡De eso nada, monada! —replicó María E. Estuve documentándome, Víctor, y resulta que tú, por ejemplo, eres una persona retro, y yo, en cambio, soy vintage. Un poco de respeto, por favor.
  • ¿Pero qué dices, muchacha? Retro significa algo actual que imita épocas pasadas, pero vintagees algo realmente antiguo, con 20 o más años de vida.
  • ¿Eso quiere decir que todos nosotros somos antigüedades? —intervino Hilda. Cándida, por favor, alcánzame un café antes de los boniatos.
  • A ver, niñas, a ver —terció Víctor. Noto falta de fundamentos teóricos en ustedes. Para empezar, es difícil personalizar actitudes, modas, esquemas. No somos ni vintageni retro, por favor. Si acaso, coleccionamos objetos de tiempos pasados. Por ejemplo, ese juego de tazas de café que ahora mismo trae Cándida, sí es vintage.
  • Error —dije yo mientras sorbía el néctar nacional. Estas tazas las compré en una venta de garaje, esas que se llevan a cabo en cualquier sitio que no sea garaje, según me explicó Lourdes, la vendedora que dobla el lomo allí, pobrecita, porque no pudo seguir trabajando en la farmacia debido a que le encontraron en su bolso una receta de alprazolam cuando fueron los inspectores de provincia y creyeron que ella comercializaba ansiolíticos por debajo del telón. Debido a esa falsa apreciación la conminaron a jubilarse y ella, pobrecita, tuvo que montar bajo el sol de su portal un chiringuito de cosas usadas, porque, imagínense, con la inflación actual no hay quien viva de una pensión, y entonces Lourdes, la pobre, ahora gana el triple que antes vendiendo objetos viejos, no importa si retros o vintage, a ella le da igual siempre que pueda sacarle a cada cosa 50 pesos para ir tirando. Por ejemplo, si Antonia le da vestidos para que los venda en 100 pesos, Lourdes pide 150, y si Carmen, otro ejemplo, le lleva las sondas vesicales que sobraron de la operación de Feliciano, el señor aquel que vivía encima de la bodega y a quien ella cuidó hasta que el pobre murió, y fue así como ella, Carmen, se quedó con el cuartico, y ahora alquila a quien sea, que a ella le da igual si aparece un turista de Finlandia o un holguinero que tiene que hacer algún trámite aquí y está dispuesto a pagar alquileres porque nunca se sabe cuánto demoran los trámites aquí, y claro, Carmen se quedó no solo con el habitáculo, sino también con lo que dejó el pobre Feliciano, cuyos dos hijos viven afuera y ni medio caso le hacían, y eso explica que cinco sondas y varios pomos de nitrofurantoína Carmen se los haya dado a Lourdes, quien a su vez los vende a la intemperie, siempre por 50 pesos por encima, lógico, cosa que Antonia no aprueba mucho, me contó Lourdes, ya que en ocasiones  los vestidos se van quedando rezagados, porque no es lo mismo 100 que 150, aunque sea una exageración de Antonia, ya que a ella le aprietan todas esas ropas desde que dejó de fumar y ha engordado más que una elefanta, si bien ella dice que es preferible engordar que fumar, no tanto por salud, que sí, es importante la salud, como por los precios de los cigarros. Entonces ella, Antonia, tuvo que escoger entre pagar cajetillas o cajas, ya que los pollos vienen en cajas, como sabemos, y obviamente, es preferible comer aunque luego los vestidos queden apretados y ella parezca un tamal. Ay, qué rico, tamales. ¿Cándida, por cierto, nunca haces tamal en cazuela?

“Ahora gana el triple que antes vendiendo objetos viejos, no importa si retros o vintage”.

  • ¿Terminaste ya tu brillante exposición? —me preguntó Víctor rascándose la panza.
  • No, si tú supieras… Me faltó decir que estas tazas de café no son vintage, mijo. Son retro, porque las hace un artesano que vive en la cuadra de Fefa, un muchacho que antes era carretillero y luego vendía nasobucos (mascarillas), hasta que surgió la vacuna y tuvo que poner manos a la obra, nunca mejor dicho. Ahora trabaja con barro, que le consigue una prima de Lourdes, la que antes era farmacéutica y ahora es vendedora de garaje de portal, no sé si queda claro…
  • Claro como el agua —intervino María E. Queda clarísimo que se ha desviado esta conversación. Sigo diciendo que soy una persona vintage. Tengo el doble del tiempo que se requiere, según la teoría de Víctor, y además, cumplo los otros requisitos, de época pasada, de cuando primaban la educación, los buenos modales y la delicadeza espiritual.
  • ¿El doble de 20 dijo ella? —apuntó Hilda, hasta entonces callada. Tú querrás decir el triple, María E., por favor. Pero estas cosas carecen de importancia, al menos para mí. Yo lo que pregunto es cuándo estarán listos los boniatos que está friendo Cándida.
  • Permiso —dijo la aludida. Aquí les traigo el delicioso manjar. Pueden masticar en lo que definen qué somos: antigüedades, vintage, retro, old fashion o simplemente vejetes, da igual.
  • Bueno… el origen etimológico de vintage precisamente es cosecha —acotó Víctor con la boca llena de boniatos fritos. Y para recoger primero hay que sembrar, y antes de sembrar hay que abonar, para lo cual, previamente debe escogerse el terreno. Un poquito de agua, Cándida, por favor.
  • No, querido, ya yo me senté —respondió Cándida apoltronándose en el sofá. ¿O tú me ves cara de sierva a mí? Ah, ya entiendo. Para ser realmente antiguo, según tú, alguien debe ser tu esclava, ¿verdad? En este caso yo, ¿no es cierto? Pues no, querido. Yo soy una persona solidaria, pero hasta ahí. Si quieres agua, café o abono, te levantas tú y lo buscas tú.
  • ¿A qué viene tanto alboroto? —quiso saber Víctor. Todo empezó por la equivocación de María E. al considerarse vintage, y miren a Cándida por dónde va, por la abolición de la esclavitud, qué barbaridad. Mejor me retiro, compañeras. Mucho gusto y hasta
  • No nos abandones, por favor —pidió Hilda. Ilumínanos, ilústranos. ¿Cuál es la diferencia entre vintage, retro y vejetes? No nos dejes con esa duda existencial, chico.
  • Bueno, pero solo me quedaré un instante más —accedió Víctor. En realidad, es un tema controversial, porque vintage es, a la vez, sustantivo, verbo y adjetivo. ¿Qué les parece?
  • Una reverenda estupidez —dijo María E. evidentemente disgustada. Tú como siempre, enredando la pita. Yo soy vintage y punto. ¿Ustedes me ven cara de verbo a mí?
  • Dejémonos ya de tanta discusión absurda, por favor —dijo Cándida, de repente al mando. Somos, todos, obsoletos en un mundo donde gana terreno la estupidez y la grosería, y precisamente por eso, no podemos dejarnos ganar. Hablando en plata, querida gente, da igual cómo nos llamemos. Lo crucial es… Por cierto, ¿nadie tiene un alprazolam a mano?

Reproducido de www.lajiribilla.cu

 

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