Cualquier oración empieza con aunque. A cualquier aseveración responden con aunque. Al comenzar cualquier conversación invocan el aunque. Al terminar cualquier declaración musitan el aunque.
Por ejemplo:
Amamos el país, aunque sabemos que no tenemos razones.
Aunque no encontramos una sola evidencia para persistir, lo hacemos.
“No hay esperanzas para salir de esta crisis,” nos dicen, aunque nosotras las alimentamos.
“El país es inviable.” Aunque.
No se engañan. No lo hacen por vanidad, empacho ni costumbre. Cada vez que dicen la palabra, lo hacen con la certeza de su necesidad, con el convencimiento de su urgencia, con la conciencia de su oposición a la adversidad enfrentada.
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Los turistas, propagados como la peste y convencidos de su rol central para rescatar al país de la “Crisis del Aunque” –como la han definido en los medios–, se maravillan con un lenguaje tan primitivo. Desde hace siglos, estas islas fueron descubiertas por gente como ellos, quienes, en vista de la inagotable generosidad de sus corazones, obsequiaron a los nativos lenguajes completos, verdaderos. En la era de los pos-descubrimientos –piensan los turistas– nadie debería ya padecer taparrabos lingüísticos.
Luego de ponderar la sesuda cuestión, y antes de marcharse, los turistas violan a una mujer, aunque no la violen.
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Llegan estudiosos de toda disciplina: antropólogos, lingüistas, sociólogos, sicólogos, biólogos, zoólogos, botánicos, neurocientíficos. La fama del país víctima de la Crisis del Aunque se ha extendido a lo largo y a lo ancho del hemisferio. Nadie puede llegar a conclusiones definitivas sobre el empobrecimiento lingüístico. Las teorías, sin embargo, son profusas y para lograr cada una de ellas, los científicos aperciben grandes sumas de dinero de las agencias federales interesadas en comprender al enemigo, para exterminarlo mejor.
Luego de ponderar la sesuda cuestión, y antes de marcharse, los estudiosos violan a una mujer, aunque no la violen.
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No faltan los administradores y los ejecutivos. Están a medio camino entre el turista y el científico. Su asombro se nutre a partes iguales de la impresión sin investigación y del cuidadoso manejo de infinitas tablas llenas de números. Prefieren los pronósticos a las teorías. Para formular sus recetas a futuro, usan un lenguaje de instrucciones mientras acarician, ávidos, las pantallas de los omnipresentes aparatos. En ellas, encuentran cuánto han subido sus millones en el brevísimo espacio entre una instrucción y otra. Sobre la Crisis del Aunque, los administradores y los ejecutivos se limitan a ordenar que se recorte la palabra. Les parece irrelevante determinar su origen o explicar su profusión. Aducen que cualquier gasto excesivo que provenga del común de la población amenaza con la supervivencia del país. Usar mucho una palabra, evidentemente, es un gasto excesivo.
Luego de ponderar la sesuda cuestión, y antes de marcharse, los administradores y ejecutivos siempre violan a una mujer, aunque no la violen.
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Las vecinas de las islas del lado, tan cercanas que pueden ver y escuchar lo que acontece en el País del Aunque, no pueden comprender que nadie entre “Los Igualitos” –así llaman ellas a los visitantes– se percate de lo evidente: que el aunque es solo de las mujeres.
Tampoco pueden concebir que “Los Igualitos” no tengan el más mínimo sentido de pasado, pues las vecinas saben bien que hace ya varios años –no podrían precisar cuántos–, el puñado de hombres que mandaba en el País del Aunque ya no estaba. Dicho sea de paso, los visitantes se parecen tanto al puñado de hombres que mandaba que por eso fueron bautizados “Los Igualitos.”
Como los visitantes no se percatan de que el aunque es un lenguaje codificado, compartido solo por la porción de la población que ellos siempre violan aunque no la violen, y como tampoco registran la desaparición de los que mandan, ninguno es capaz de notar que, cada vez que abordan el avión para marcharse, dejan tras de sí una finísima estela de sangre.
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Aunque no lo parezca, los estamos exterminando.