Será otra cosa: Las despedidas

Después de María, la escena se repite casi todas las semanas. Una estudiante se me acerca, algo tímida, para contarme sus planes de irse a estudiar al extranjero. Me refiere que ha conseguido una beca para terminar su bachillerato en los Estados Unidos. La universidad le ofrece villas y castillas: beca para el pago de matrícula, hospedaje y dieta. Confiesa estar confundida. Más que timidez, su tono acompasa una madeja de sentimientos. Su voz es un revoltijo de esperanza y ambición aderezado con angustia. Me expresa, algo nerviosa, su deseo de estar en otro lugar, ¿quién puede culparla? Quiere tener futuro, como le corresponde a una mujer de veinte años. Ese debería ser el derecho de la juventud siempre. Cualquier cosa podría negársele a una joven, menos el futuro. El porvenir no debería ser un privilegio, pero lo es, profesora, usted bien lo sabe.

La escucho atentamente. Intento disimular mi angustia. Otra que se nos va, pienso. Se nos están yendo tantos, agonizo. Simulo tranquilidad. ¡Nos quedamos sin estudiantes!, me digo en tono melodramático. Es una fuga de energía. El país bota a sus jóvenes, concluyo. La estudiante me cuenta del programa que la ha aceptado, emocionada. Es una universidad prestigiosa, una Ivy League. Me siento orgullosa, lo confieso. Evito pensar en que hemos formado a esa estupenda estudiante por tres o cuatro años y que se graduará de otra universidad. Es inevitable. No se me da bien controlar mis pensamientos. De nada me han servido las clases de yoga. Quisiera ser ecuánime, mejor persona. Pero a veces la furia me traiciona y me pinta la cara. Soy otro revoltijo de sentimientos que intenta, de la manera más profesional posible, no enjuiciar la situación de mi estudiante. Otro capítulo más del capitalismo del desastre. Mi mente no para. ¡Bucaneros a la vista! Disculpen el exabrupto. La rabia viene de que se piense que así se ayuda al país. Supongo que mi rostro es un espejo traicionero. Me avergüenzo de mí. Percibo en su voz un ramalazo de culpa, un sentimiento de deserción muy fuerte. Como si el barco se estuviera hundiendo y a ella le hubiesen dado el privilegio del bote salvavidas. Decir “como” es inexacto. Preciso, el barco se está hundiendo y a ella le han dado el privilegio de partir en el bote salvavidas. No hay derecho para la culpa, pienso. La joven tiene el mérito, es una excelente estudiante y merece la beca. De eso no debe haber duda. De todas formas, la estudiante se siente mal de aceptar la oportunidad. Quiere mi consejo.

Acepta, por supuesto, acepta, le digo. Vete tranquila. Gózate la oportunidad. Aprovecha la puerta a un nuevo camino. Ella insiste en su mirada, parece no convencerse de mis palabras. Reconozco mi lugar. Contesto su mirada y le digo como despedida, si estuviera en tu lugar, probablemente haría lo mismo.

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