Situación de las clases trabajadoras en Puerto Rico en 1898 (segunda y última parte)

Asalariados comunes

“Aquellos que dependen de salarios diarios para el sustento”, a Carroll se le hizo evidente, “constituyen la mayoría del pueblo”. Esto no es un hecho extraño. Luego de la abolición de la esclavitud y del régimen de la libreta de jornaleros en 1873, el cuadro obrero-patronal se configuró en la gran división de clases entre empresarios capitalistas y trabajadores asalariados. Así es hasta hoy.

Carroll vio a la clase obrera asalariada – hombres, mujeres y niños y niñas – laborando en las haciendas azucareras y cafetaleras, los talleres de tabaco, en los oficios artesanales y en los servicios domésticos. Desde su perspectiva las oportunidades de trabajo no eran numerosas. El mayor número estaba empleado en el cultivo, zafra y procesamiento de la caña; “pero aún en las plantaciones azucareras el trabajo no es continuo. Algunos son empleados el año entero; otros solo durante la temporada más ocupada”. Se refería al “tiempo muerto” antes de la zafra. Señaló que rara vez se veía a las mujeres en labores de cañaveral pero que algunas veces asistían en el molino “colocando caña en las carretas que lo llevan a los cilindros”. Es decir, el molino de tres cilindros donde se exprimía la caña para extraer el guarapo o jugo. El “cuido y la cura” del café o del tabaco” requería menos manos de obra.

El salario diario del trabajador común del campo (common field laborer) oscilaba entre 35 a 50 centavos, en moneda española. A algunos de los más diestros en los ingenios azucareros les pagaban entre 65 y 75 centavos. A los niños y a las mujeres les pagaban “como 25 o 30 centavos al día”. A los hombres les pagaban por día “en los campos de tabaco; pero los recogedores y sorteadores de café son empleados, no por día, sino por medida”. Se empleaban mujeres y niñas en las instalaciones de café y fábricas de tabaco. En los barrios pobres de Arecibo, le dijeron a Carroll, que a las mujeres empleadas en labores de café les daban apenas entre 12 y 18 centavos, “nunca más de 24 centavos”. Les pagaban 6 centavos por recipiente [kettle]: “Diez recipientes hacen un quintal, o cien libras, y no conseguían hacer más de medio quintal por día”. Una mujer que conoció en Yauco, “que había sido abandonada por su esposo estaba manteniendo cuatro ni؜ños”. Ella pagaba $1.25 al mes de renta y recibía 25 centavos al día recogiendo café.

Para los cañeros la jornada laboral regular corría de 7 de la mañana hasta las 3 de la tarde (8 horas); pero en los molinos el trabajo era de sol a sol (12 horas). Por lo general, apuntó Carroll, los hacendados pagaban a sus trabajadores semanalmente. Pero hubo excepciones a esta regla: “Algunas veces les pagaban en vales o riles [vales and tickets], redimibles en la tienda de los propietarios”. Era una costumbre abusiva practicada contra los jornaleros desde hacían décadas. Carroll resumió testimonios de trabajadores, como sigue:

Hubo muchas quejas de trabajadores que lo que conseguían en esas tiendas eran de calidad pobre y de precios altos. La ley requería que se les pagara en dinero, pero el empleado no tenía como hacer valer la ley. Trabajadores le mostraron al comisionado estos vales y le pidieron su intercesión. Indagando, aparentemente algunos de los que pagaban de esta manera no disponían de efectivo en todas las temporadas del año, y les daban a los empleados la alternativa de aceptarlos o dejar el trabajo.

íVaya “alternativa”! íQue cinismo! La economía de mercado capitalista está formulada en términos de la libre empresa y libre contratación. Excepto que la libertad, como se evidencia, favorece a la parte del capital por encima de la del trabajo asalariado. Al trabajador que no le gustara el salario y las condiciones laborales tenía la “libertad” de cambiar de trabajo y vérselas con otro patrono, o pasar a formar parte de la masa de desempleados. ¿Es diferente y favorable a la clase trabajadora en el presente?

Carroll describió las viviendas, la alimentación y el nivel de educación de los trabajadores comunes, urbanos y rurales. “La casa del trabajador es muy pequeña y pobre. En los distritos rurales usualmente está construida de paja de palma, hojas de caña de azúcar, u otras fibras vegetales. Se coloca sobre cuatro postes, de uno a tres pies del suelo. El piso es muy desigual y lejos de ser firme. Generalmente tiene tres habitaciones, a veces solo dos. Estos cuartos usualmente son de 7 a 8 pies por 10 pies en tama؜ño”. Observó que casi no habían muebles; una caja o dos hacían las veces de sillas, y no todos podían comprar una mesa. “Un fogón con una olla servía de estufa portátil”; lo prendían con un poco de carbón o pedacitos de madera. No disponían de camas ni almohadas, y poco para cubrirse. Algunos dormían en hamacas, otros sobre hojas de palma. En esas casuchas generalmente se apretujaban cinco personas.

Carroll visitó barrios pobres de Arecibo, por ejemplo: “a menudo las casas están hechas de cajas viejas o maderas cortas que han servido para otros propósitos. En Arecibo las casas de este tipo se colocan en hileras o agrupadas en calles bien angostas o callejones”. Le fue permitido entrar en algunas: “En una el marido y la esposa estaban sentados en el piso comiendo su almuerzo de un plato y había una pequeña niña llorando al fondo del cuarto. No había silla o mesa, solo una pequeña banquetita. Esta casa, cuyo techo estaba lleno de agujeros, le proporcionaba $2 al mes al dueño. La mujer era blanca, el hombre negro”. En Yauco, vio los barrios pobres en la colina. Allí, “no había facilidades sanitarias de ninguna clase, y el agua que usaban había que traerla de un río, distante a una milla o más”.

En cuanto a la alimentación, hizo la observación general siguiente: “Pocos de las clases laboriosas son robustos. Son bajos de estatura y delgados y decididamente anémicos. Se puede decir que comida más nutritiva es una necesidad universal”. La comida de los pobres, señaló Carroll “varía en cantidad y calidad, de acuerdo a sus medios”. Además, “un buen abastecimiento de agua potable hace falta en casi todas partes”. En Yauco el comisionado visitó la casa que describió de “un trabajador inteligente”, al tiempo que iban a comer su primer plato del día a las 5 de la tarde: la mesa estaba servida con platos pequeños de arroz y bacalao, y “dijeron estar agradecidos aún por la porción pequeña que tenían”. Carroll fue testigo de la solidaridad entre los pobres: “A los enfermos, en estos barrios pequeños, atestados y sucios, no los dejan sufrir por un poco de pan, pescado, o una sopita”.

Acerca del nivel de escolaridad y vestimenta, el comisionado hizo varias observaciones. “El trabajador de campo usualmente es analfabeta y está criando a sus hijos como lo fue con él, enteramente sin escolaridad”. Para Carroll, tres razones para esta situación deplorable eran: (1) en parte por la falta de escuelas en las zonas rurales, (2) parcialmente por la falta de vestimenta adecuada, y (3) en alguna medida por la falta de los padres y madres de apreciar la importancia de la educación. Si estuviéramos por allí por allí para testificar le añadiríamos: el régimen imperante socioeconómico de desigualdades sociales, discrímenes y exclusiones de clases, género y casta; la política deliberada del estado colonial español dedicando poca atención a la educación pública; y los obstáculos de los gobiernos de Madrid y, por ende, de la colonia para impedir la fundación de una universidad en Puerto Rico en los cuatro siglos de su dominación y opresión.

“La ropa de los pobres es la descripción más barata y es muy escasa. Los niños pequeños andan completamente desnudos”. Pocos tenían dos exiguas mudas de ropa, si es que se pudiera llamarle eso. En cuanto a zapatos, “pocos los usan”. Carroll señaló el resultado de un estudio que hizo un grupo de empresarios de Ponce, poniendo de manifiesto que de una población de alrededor de 900,000 habitantes, solo 150,000 usaban zapatos regularmente, “dejando a 700,000 como pertenecientes a la clase de los descalzos”. Hay muchas fotografías de aquella época que ilustran todo ese cuadro de explotación y miseria.

Artesanos

En 1898 las clases trabajadoras estaban compuestas por dos segmentos de asalariados: (a) el mayoritario proletariado común rural y urbano, de múltiples empleos (desde estibadores, carreteros a lavanderas), y (b) los obreros diestros o artesanos de oficios más técnicos (desde carpinteros, albañiles a sastres). El Informe Carroll captó pinceladas de esta composición obrera puertorriqueña en su vida cotidiana.

“Los artesanos tienen más escolaridad, disponen de mejor comida, y visten mejores ropas”, en ojeada panorámica del comisionado. “Como su trabajo es principalmente en las ciudades, es una necesidad para ellos estar mejor vestidos.” Carroll invitó a la docena o más gremios en que estaban asociados en San Juan a deponer en su cuartel general una noche, en el edificio de la Corte Federal. Once de ellos se presentaron, incluyendo “pintores, hojalateros, plateros, encuadernadores, tabaqueros, tipógrafos, albañiles, panaderos, zapateros y barqueros”. Atento a la composición étnica de los puertorriqueños, observó que nueve de ellos “eran de color, que parece monopolizaban los oficios al menos en la capital. Todos, excepto uno, firmaron sus nombres e indicaron su oficio en la libreta del taquígrafo”.

Carroll los miró de arriba abajo: “Estaban bien vestidos, con buena apariencia, hombres inteligentes. Cada uno habló de su oficio”. Por lo que pudo entender, “al parecer su libertad de reunión había sido restringida y no se les había permitido concertar huelgas”. Aunque sí hubo episodios de huelgas obreras, podemos decir desde acá, fueron ilegales. Hubo una queja general en cuanto a salarios y sus efectos, y sobre la explotación de menores:

La substancia de sus quejas fue que su salario anual era demasiado poco para permitirles vivir  con comodidad y educar a sus hijos. En la mayoría de los casos sus ingresos iban de $1.00 a $1.25 o $1.50 por día de diez u once horas. Se quejaron de la falta de trabajo; que a los muchachos de 15 años o menos se les permitía hacer trabajos muy duros para ellos, rompiéndoles su constitución física, y que sus oficios estaban generalmente superpoblados.

Tomando como ejemplo un salario de $1.50 por día de 10 horas laborales, eso significa un máximo de í15 centavos la hora! Además, se observaron algunas características algo diferentes entre lo que sucedía con los artesanos en la capital y en otras ciudades o pueblos. “Los trabajadores diestros en otras ciudades estaban peor. Toneleros, sastres, y otros en promedio tienen empleo por solo cuatro a seis meses al año. En Arecibo el comisionado fue informado que muchos artesanos fueron apartados de la vista porque no tenían sombreros o zapatos que ponerse”.

Entre los agobios laborales diarios, Carroll resumió: “Los carpinteros y los albañiles sufren porque hay poca construcción aun en las ciudades; los panaderos, porque hay tantos de ellos; los sastres y zapateros, porque se importa demasiada ropa y zapatos baratos; los impresores porque hay muy poca demanda de periódicos”.

Los albañiles de Arecibo, en número de 36, hicieron un llamado particular. Prepararon una circular de enero de 1899 exhortando a los que pudieran a construir casas “en los numerosos lotes vacíos en esa ciudad para darles trabajo a los albañiles y carpinteros, pero naturalmente su llamado no tuvo efecto”. Los albañiles ganaban 75 centavos al día; cuando tenían trabajo, divídanlo ustedes lectores entre una jornada de 10 horas, o que tal 11.

A la hora de investigar y analizar los orígenes del movimiento obrero de Puerto Rico, cuando se formó por ejemplo la agrupación de Ensayo Obrero a finales de 1896 y desplegó en 1897, y los sindicatos federados de trabajadores (FRT y FLT) y el primer partido obrero socialista en 1899, hay que tener muy en cuenta este retrato de condiciones laborales. En ese contexto histórico, con ese punto de partida de limitaciones y dificultades casi indescriptibles, emprendieron los primeros pasos de organización más sistemática.

Conclusión

En el apartado “Condition of the Laboring Classes” que tomamos por base y del que traducimos para estos apuntes, Henry K. Carrol llegó a una conclusión que, considerando quien la hizo y los objetivos de su comisión, a su modo mejor no lo pudo exponer. Merece citarse en toda su extensión:

Es evidente que la condición de las clases trabajadoras no puede ser mejorada grandemente a menos que la agricultura sea próspera y se desarrollen industrias menores. Esto significa prácticamente una revolución en los métodos de cultivo y mercadeo de los productos, y no puede ser logrado sin un influjo de capital nuevo.Cómo se ha de atraer es uno de los problemas para esos interesados en le regeneración de Puerto Rico. Es manifiesto que el gran objetivo que ha de tenerse es elevar a las clases trabajadoras a un nivel más superior de inteligencia, de eficiencia como obreros, de poder e influencia como ciudadanos, y de comodidad y disfrute como criaturas sociales.Denles trabajo remunerativo, y todo el resto es posible. Entonces ellos, como ha sido dicho bajo otro apartado, querrán mejores viviendas, mejores muebles, mejor comida y vestido, y esto, a su vez, proporcionará más empleo a los albañiles y carpinteros y a los productores de alimentos y a los diversos talleres. La gran rueda movería a todas las ruedas menores. Los trabajadores son buenos consumidores cuando su labor es pagada suficientemente, y no puede haber prosperidad real en que ellos no tengan su parte.1

Algunos de los planteamientos de Carroll apuntan al mínimo de calidad de vida (para emplear una expresión común de nuestro tiempo) que deberían tener todos los seres humanos, y las clases trabajadoras en particular. Las cosas se agravaron con el huracán San Ciriaco, categoría 4 con vientos hasta de 150 millas por hora, del 7 de agosto de 1899. A su paso causó la muerte de alrededor de 3,400 personas; 250,000 quedaron sin casa y comida; los daños materiales se estimaron en $35 millones de dólares, una fortuna en aquella época. Pero los huracanes y otros desastres naturales no son la causa de las calamidades sociales; son factores agravantes. En el caso de Puerto Rico y la región del Caribe, incluso del este de Estados Unidos siguen y seguirán estando presentes.

Ciertamente, el gobierno de Estados Unidos tuvo que desembolsar muchos fondos de reconstrucción. En las siguientes tres décadas hubo inversiones en infraestructura económica y tecnológica. Aumentaron el número de escuelas y se fundó la Universidad de Puerto Rico. Fuentes de soda hicieron su aparición y se introdujeron nuevas modas. Se construyeron más carreteras y hubo mejorías en salud. Todo ello se desarrolló en un marco de americanización (incluyendo la pretensión de sustituir el español con el inglés). Segmentos de la población, indudablemente, se beneficiaron con los cambios comparado con su situación anterior. Pero la gran rueda del progreso que visualizó el Comisionado Especial, en definitiva, no giró principalmente a favor de los intereses de Puerto Rico como nación, ni muchos menos de las clases trabajadoras.

1“Condition of the Laboring Classes”, pp. 48-52 en Henry K. Carroll, Special Commissioner to Porto Rico, Report on the Industrial and Commercial Condition of Porto Rico. Washington: Government Printing Office, 1899. Reimpresión facsímil; Fundación Puertorriqueña de las Humanidades, Academia Puertorriqueña de la Historia, Oficina del Historiador de Puerto Rico, National Foundation for the Humanities, 2005.
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