No fue “The economy, stupid”, fue el aborto

 

CLARIDAD

¿Recuerdan “The economy, stupid”? Era el letrero que en 1992 los ayudantes de Bill Clinton, entonces candidato a la presidencia de Estados Unidos, colocaron en la pared de su oficina de campaña para que nadie olvidara que ese tema tenía que estar en todos los mensajes. En ese año la economía estadounidense enfrentaba otra de sus recesiones periódicas y el efecto en la gente se sentía todos los días. El incumbente y candidato a la reelección, George Bush (padre), estaba seguro de que su reciente “triunfo” en la primera guerra en el Golfo Pérsico lo catapultaría hacia un segundo término. Sin embargo, la realidad socioeconómica prevaleció sobre la euforia militar y el joven Clinton se impuso sobre el viejo y experimentado Bush.

En las recientes elecciones de medio término, celebradas el pasado 8 de noviembre, los Republicanos también pensaban que el actual estado de la economía, junto a los dislates y la pobre imagen del viejo Joe Biden, les daría un triunfo grande. Tanto ellos como casi toda la prensa hablaban con seguridad de la “ola roja” que se manifestaría en la mayoría de los estados, permitiéndoles un control cómodo de las dos cámaras del Congreso y de las principales posiciones estatales. En los últimos días de campaña, hasta el propio Partido Demócrata parecía resignado a perder en grande. Se consideraba, además, que esos factores facilitarían la consolidación de Donald Trump como líder absoluto del republicanismo y seguro candidato presidencial en 2024, a pesar de su extremismo.

Como en 1992, la economía estadounidense está en crisis, aunque en esta ocasión es la inflación lo que la aqueja. La gente está empleada, pero el frecuente aumento en los precios carcome sus ingresos. Previo a las elecciones economistas de todas las tendencias proyectaban que una contracción económica parecía inevitable. Ante ese cuadro tan problemático, se pasó por alto o no se le dio el peso adecuado a otro factor que estaba llenando de preocupación a la mayoría de las mujeres estadounidenses y a un sector, también mayoritario, de los jóvenes: el ataque a los derechos de la mujer.

El 24 de junio, el Tribunal Supremo de Estados Unidos, gracias al voto de los dos jueces nombrados durante la presidencia de Trump, revocó jurisprudencia que estuvo vigente por casi medio siglo, desde el caso Rose v. Wade decidido en 1973. Como sabemos, aquella fue la opinión que reconoció el derecho de la mujer a terminar un embarazo, fijando a la vez, con mucha prudencia a mi juicio, el tiempo en que se puede ejecutar ese derecho. Más que por legalizar el aborto, la enorme importancia de la jurisprudencia se ubicaba en el razonamiento que utilizó el tribunal. Según la corte, el derecho a terminar con un embarazo se deriva de algo mucho más importante: el derecho a la intimidad. En Roe v Wade el tribunal reconoció que la autoridad de las mujeres para decidir sobre su propio cuerpo se desprende de ese derecho que es de rango constitucional, aunque no está de forma explícita en la carta magna.

Para entender la importancia de esa opinión debemos ubicarnos en 1973 cuando en casi todo el mundo, no solo estaba criminalizado el aborto, obligando a la mujer a cargar con un embarazo indeseado o a recurrir a la peligrosa clandestinidad, sino que la marginación y el discrimen se cebaba sobre todo el sector femenino de la sociedad. A partir de entonces comenzó un proceso lento y trabajoso en el que la mujer ha ido ganando derechos, con avances y retrocesos tanto en la legislación como en la realidad social. Desde entonces, Roe v Wade se convirtió en un símbolo del feminismo y aquella victoria fue poco a poco extendiéndose por otros continentes.

Si aquel caso fue un símbolo, su revocación fue un golpe demasiado grande, más aún cuando los jueces reaccionarios que constituyen la actual mayoría del tribunal señalaron de forma explícita que ese era tan solo un primer paso. Ahora mismo es muy real y probable que en Estados Unidos vaya poco a poco derrumbándose todo el entramado legal que ha permitido avances en los derechos humanos, particularmente los de la mujer, las minorías raciales y la comunidad LGBT.

La decisión del Supremo se anunció a menos de cinco meses de la cita electoral y, según los datos que ya se conocen, la preocupación que generó fuer el factor que movilizó a un sector considerable de la población femenina y juvenil a las urnas para tratar de detener la ola ultraderechista que recorre a Estados Unidos desde 2016. Según un reportaje de The New York Times, las encuestas a boca de urna confirmaron que la preocupación por los derechos humanos y de la mujer fue el factor determinante para una porción significativa de la masa electoral.

Hay otros datos muy reveladores sobre esa tendencia. En Kentucky, simultáneo con la elección de congresistas, el 52% rechazó un intento para prohibir constitucionalmente el derecho al aborto. Lo mismo ocurrió en Montana, también por un 52%. En otros lugares hubo expresiones similares, inclusive con mayorías más amplias, pero lo ocurrido en esos dos estados resulta relevante porque se trata de baluartes del conservadurismo y, en el caso de Kentucky, el lugar de donde proviene el líder republicano del Senado, Mitch McConnell, quien ya había anunciado legislación para una prohibición general del aborto.

En definitiva, resulta muy positivo que en Estados Unidos se le pusiera freno al avance de la ultraderecha, aún cuando se está muy lejos de haberla vencido. Para los puertorriqueños que, además de ser su colonia tenemos a más de la mitad de nuestro pueblo residiendo allá, el resultado electoral era importante. También para el resto del mundo que miraba con aprehensión lo que decían las encuestas y repetían los comentaristas.

La ola que Lula inició en Brasil derrotando al fascista Bolsonaro, no se detuvo en Estados Unidos gracias a la juventud de ese país y, sobre todo, a las mujeres.

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