Un recuerdo de Lolita Lebrón

 

Por Carlos Nieves

Parada Puertorriqueña de Nueva York junio de 1980.

A seis o siete meses después de la salida de los Héroes Nacionalistas de la prisión en la Junta de Nueva York del Partido Nacionalista de Puerto Rico, se discutió en la reunión la posibilidad de invitar a estos a participar en el desfile de la Parada Puertorriqueña de Nueva York pautada para llevarse a cabo el 8 de junio de 1980. El presidente de la Junta, Santana Ramos, sugirió que Lolita fuera a la cabeza de la marcha, con lo cual estuvimos todos de acuerdo. De inmediato la dirección le cursó  una invitación y Lolita aceptó, pero con la condición de que el colectivo  estuviera a su lado durante todo el trayecto del desfile.

En una próxima reunión de coordinación cercana al evento el presidente propone que durante el desfile Lolita vista el uniforme de comandanta en jefe de los Cadetes de la República. La tarea de consultarle nos fue encomendada al compañero nacionalista Junior (Juan) Rodríguez, Tesorero de la Junta, y al que escribe debido a que entre ella y yo existía buena comunicación.

Meses antes, en dos ocasiones, Lolita había venido a la ciudad y me invitó a visitarla y acompañarla a actividades. Debo decir que me sentí incómodo con la tarea asignada ya que me ponía en una situación un poco difícil debido a que era un pedido de último momento y sabía que a Lolita le gustaba que le hablaran claro y le hicieran las peticiones con tiempo suficiente para prepararse.

Llegó el momento del encuentro y me sentía de nervios ya que su contestación podría ser un NO rotundo. Cuando le informo el deseo de la Junta de que fungiera como la comandante en jefe de los Cadetes, Lolita me abrió los ojos y dijo “pero a quien se le ocurrió una idea como esa; yo no quiero que se entienda que estoy en el Partido Nacionalista. Además mi trabajo es para unificar la lucha y eso me puede traer problemas”.

Le dije que en la Junta de Nueva York estábamos todos(as) de acuerdo y que Santana Ramos ya se lo había comunicado al Partido en Puerto Rico. Traté de convencerla indicándole que ella era un símbolo de esperanza para la juventud y que los cadetes estaríamos sumamente orgullosos de verla al frente del cuerpo de Cadetes de la República. Me dijo: “Ay Carlitos, aunque yo acepte, no dispongo de ropa para vestirme como tal”. Le dije que eso no la preocupara que nosotros nos encargaríamos de todo.

Lolita no quería que incurriéramos en gastos por ella pero tras un largo dialogo aceptó y acordamos vernos al otro día para comprar el uniforme.  Nos acompañaría la Profesora que la hospedaba en Manhattan, pero a último momento le surgió un imprevisto y nos fuimos dos varones con ella: el Camarada Junior y yo. La Profesora también nos entregó su tarjeta de crédito de Macy’s con la confianza que no tuviéramos preocupación para cubrir  todos  los gastos de Lolita.

Sentí que la situación se complicaba porque era la primera vez que Lolita saldría de compras tras su largo periodo de encarcelamiento de un cuarto de siglo, y sin una fémina que la acompañara. Además  Junior y yo no sentíamos la confianza de hacerle recomendaciones porque ella era la Comandanta Lolita Lebrón  y nosotros dos cadetes varones. Sabía que para Lolita salir de compras sin su amiga, sin otra fémina, le era incomodo pero ya ella había empeñado su palabra.

De camino a la tienda le pregunté por su preferencia; si una falda con chaqueta o un traje (suite) y ya había decidido que sería una falta con chaqueta. Llegamos a la tienda directo al departamento de damas. Vimos las faldas de corte plegadizas con chaqueta blanca y de caminos al probador vio un traje de pantalón y chaqueta blanca. Se probó los dos, y nos consultó para finalmente escoger la blusa negra que le quedaba espectacular. También nos consultó para escoger una cartera negra, pero en lo próximo no la acompañaríamos porque era la ropa interior.

Busqué con la vista una vendedora y le hice una señal para que se acercara y fuera ella quien la acompañara a ese departamento que nos faltaba. También y sin que Lolita se diera cuenta le pedí que por favor la guiara y orientara. Junior algo molesto no entendía  por qué yo no lo hacía y tuve que explicarle que Lolita, además de tener un carácter  férreo en general, y que mantenía a como diera lugar todas sus cosas íntimas y yo estaba seguro que esta sería una de ellas. Además le expliqué que teniendo a mami y una novia yo nunca y de ninguna manera me metería en esas particularidades tan íntimas de la mujer para comprar y regalar.

Al momento de pagar notamos que Lolita buscaba cubrir con la ropa lo que era íntimo para que no la viéramos. Ahí Junior entendió porque teníamos que mantenernos lejados de ella para algunas cosas. Pagamos y nos fuimos a almorzar, luego le preguntamos a donde quería ir ya que habíamos sacado el día para estar con ella. Y para nuestra sorpresa nos dijo que quería ir al Parque Central,  a la parte donde está el Planetario.

Una vez allí comenzó a hablar  y la miramos notamos que su rostro se transformó y sus ojos parecían estar conteniendo lagrimas: “yo solía traer a mis niños aquí, pues ellos lo disfrutaban muchísimo”. Entonces nos sentamos en un banco a hablar de sus niños y a contemplar los árboles y escuchar a las aves. Ahora su rostro y su temple parecían estar como respirando paz, armonía y felicidad. Era como si estuviera viendo a su hija Gladys y a su hijo Félix jugando y riéndose a carcajadas. Nos quedamos un rato sentados sin hablar, solo viéndola tranquila y en paz con sí misma.

Ya saliendo del parque le pregunté si recordaba donde vivía el día que salió para Washington y muy animada nos dijo “¡Claro que sí!”, ¿podemos ir a ver el sitio?”.  Y nos encaminamos hasta llegar a la calle donde vivió, en la 79 y 82, entre la Avenida Broadway y Ámsterdam. Nos detuvimos frente de la casa, la mire y le vi una expresión como de nostalgia justo cuando ella retomaba la palabra:  Cuando salí para cumplir con mi deber caminé hacia la Avenida Broadway”, señalando hacia la avenida.  Hoy como ayer se me paran los pelos de punta y se me agita el corazón al pensar en esa mujer extraordinaria y Patriota.

Llegó el 8 de junio de 1980, día de la parada puertorriqueña. Yo portaba la asta de la bandera de los Cadetes y Lolita marchaba frente a mí en su uniforme como toda una Comandante en Jefe, brillando por sí sola y de frente al enemigo. Yo sentía que no cabía en mi cuerpo de lo orgulloso que me sentía vestido de cadete sosteniendo la bandera de los cadetes y con la Comandante en Jefe frente a mí: el corazón se me quería salir. A mi edad nunca había participado en un evento político de esa magnitud. Anteriormente había participado en un parada cuando dos de mis tres hermanas salieron reinas del Camuyano Social Club y participamos. Pero este momento era diferente, yo acompañaba a la Reina de las Flores y la reina de las Reinas.

¡Qué Viva Puerto Rico Libre y Soberano!

¡Qué Viva Lolita Lebrón!

 

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