«Una apología a los perdidos: el rescate de un espíritu universitario»: ponencia a ser presentada en el Homenaje al profesor Mario Cancel

Mario Cancel Sepúlveda, de espaldas Rafael Acevedo. Foto Alina Luciano

 

Este es, sin lugar a dudas, el texto que más me ha costado comenzar. Más allá del detalle que puede resultar obvio –el homenaje es póstumo cuando debió haber sido en vida– el conflicto mayor realmente lo fue el identificar qué destacar, entre tanto trabajo académico y literario, de la obra de un profesor que dedicó su vida a las faenas intelectuales. Las aportaciones eruditas y creativas del profesor Cancel son vastas y algunos académicos podrían decir que, en su mayoría, estas transitan por los terrenos de la indefinición disciplinaria, “no so[n] de aquí ni so[n] de allá”, diría Cabral si hablara de una vida. Sin embargo, fue precisamente eso lo que me llevó a identificar cómo quería realizar este homenaje, pues, contrario a las voces más recalcitrantes que piden límites y fronteras para validar conocimientos como parte de sus saberes, esas áreas grises disciplinarias en el trabajo de Cancel son precisamente las que lo hicieron ser tanto “de aquí” como “de allá” y producir material valioso para estudiosos de diversas disciplinas. Ante este panorama, y reconociendo lo importante que fue en mi formación universitaria como educador y como intelectual, titulé mi ponencia “Una apología a los perdidos: el rescate del espíritu universitario”. Por eso de honrar, incluso desde la forma, esta ponencia estará dividida en tres actos: “La perdida”, “La apología” y “El universitario”. 

*** Acto I: La perdida 

Entré al departamento de Estudios Hispánicos en el 2007 porque juraba, desde el desconocimiento, que era una carrera que vincularía, como un hilo muy bien enhebrado, la literatura con la historia y, por supuesto, los saberes lingüísticos. Sin embargo, ya dentro de la carrera, descubrí que el enfoque era, sobre todo, la literatura y la lingüística hispánica. Yo lo que buscaba era un Lugar imaginario, que solo descubriría en mi tercer año de clases al entrar al salón de Historia de Puerto Rico I, dictada por el profesor Mario Cancel, a quien luego de ese encuentro, seguiría a cualquier otro curso que me invitara a matricularme porque sus clases se convirtieron en refugio para una estudiante que vagaba perdida por los muros que delimitaban la disciplinariedad que tanto ella deseaba “brincar”.  En su salón encontré la voz de quien desde el 1995 sostenía que “la actitud [de desdeñar el cruce entre disciplinas] raya en la porfía vulgar y en un extraño deseo subconsciente, tal vez, de levantar un muro entre las disciplinas por temor a la contaminación” (42). Fue en sus clases que logré atestiguar cómo se entrelazan todos los conocimientos que se aprenden en las distintas materias: la creación historiográfica, la literatura, las relaciones de poder político, social y la filosofía se conjugaban. 

*** Acto II: La apología 

Si en las clases con el profesor Cancel aprendí que cruzar las fronteras disciplinarias y “saltar” los límites que se tienden entre los sabres es una ruta posible, fue en sus libros donde lo constaté. Quien reconoce en la lectura, de textos literarios y no literarios, espacios para la conversación y el debate entre los conocimientos de quienes escriben y los que uno mismo ha adquirido entiende esto con claridad. En “Sobre historia y literatura: una visión en conjunto” Cancel establece que “Historia y literatura sin personas y sin personajes serían géneros vacíos, inexistentes, porque, es el ser humano quien construye su paso por el tiempo y le da sentido a la expresión de lo bello o único de su relación con la naturaleza. El profundo humanismo de ambos está por encima de las divisiones académicas” (52). No está nada de perdido quien ve, tanto en la literatura como en la historia y la filosofía, espacios intrínsecamente relacionados, sino que ha alcanzado ver que es a través del análisis y de los conocimientos que adquiere por medio de estos que puede realmente realizar un estudio profundo de lo que en ellas se propone. La estudiante perdida que fui, que caminaba por los pasillos del edificio Carlos Chardón retando las expectativas que se tenían de quienes estudiábamos “literatura”, agradece siempre esa primera clase de Historia de Puerto Rico con él. Allí reconoció al historiador que había escrito el libro Segundo Ruiz Belvis: el prócer y el ser humano que ella leyó en la biblioteca de su escuela superior –de la que él, casualmente, también era exalumno–. Y fue también en ese salón de clases en donde se encontró con el libro Puerto Rico: su transformación entre siglos y reconoció al leerlo que aquel historiador, que ahora le daba clases, vinculaba la literatura, desde los ensayos hasta la narrativa y la poesía, a su acercamiento sobre la historia de Puerto Rico a través de los tiempos. Para mí fue bálsamo, aunque no debió ser sorpresa porque, desde los noventa, ya Cancel afirmaba que “[…] a fin de cuentas, toda literatura es histórica en la medida en que refleja su tiempo y se hace en un contexto histórico-social determinado. Y toda literatura es fuente interpretativa para comprender un proceso fluido como el que ‘vivimos’” (55). Leer al país a partir de su literatura no es solo posible, sino necesario. Del mismo modo, leer la literatura contextualizada a los asuntos históricos que nos acontecen y nos han acontecido permite trazar otras vías de estudio que no tienen por qué limitarse al quiénes somos, al cómo somos ni al hacia dónde vamos de la generación del 30 que tanto asocian a estos enfoques. 

Por otro lado, ¿puede un estudiante del área oeste de la Isla aportar saberes y conocimientos? Nacer en el área oeste de la Isla, alejado de la capital, para algunos meca y centro del desarrollo cultural del país, y estar interesado en el estudio y la crítica de la literatura, es un reto. No obstante, el profesor Mario Cancel se convirtió en modelo: la meta no era llegar a ser cómo él, son zapatos difíciles de llenar, sino recorrer el camino que había ayudado a trazar y trabajar lo suficiente como para que lo que uno quisiera decir fuera escuchado. Esto, en sí mismo, también es un rescate del perdido. En el artículo “Este callado compromiso: la generación del ochenta y su poesía”, Cancel visibiliza la importancia de tomar en consideración aquellos lugares de enunciación que van más allá de la zona metropolitana. Afirma: “A mí me consta que en el siglo XIX las ciudades de Ponce y Mayagüez fueron dos eminentes centros de producción cultural. La capital, y esto me cuesta decirlo, era un sitio en donde se publicaban los periódicos oficiales y la prensa conservadora tenía una vasta y basta presencia. San Juan y su periferia eran signos de un orden que molestaba al colono consciente” (23). Este detalle se puede reconocer cuando quien escribe ha sido capaz de poner su mirada en producciones culturales que trascienden los espacios capitalinos: ¿contra qué piensan, analizan, crean, aquellos que solo son capaces de mirar sus propios espacios? En ese mismo artículo Cancel establece que “La imagen de una cultura que tiene su centro generador en la capital y que encuentra en ella su eje y modelo esencial, ha dificultado mucho la proyección de un conjunto generacional que no fue estrictamente capitalino” (27). Y aunque su artículo se enfoca en la generación del ochenta, vale la pena resaltar que su afirmación no tendría por qué limitarse a ella, el querer limitar tanto produce una miopía a tal nivel, que quien la padece no es capaz de reconocer que existe un mundo fuera de sus confines (espacio-temporales o académicos, da igual). 

Quien pretende leer más allá de los límites que le establece su disciplina reconoce la importancia que tiene el ver más allá de lo evidente. En “Anti-figuraciones: bocetos puertorriqueños”, Cancel sentencia que “Ya no se trata solo desde cuál tiempo se escribe y de cuál tiempo se escribe. Es también desde dónde se lee y qué tipo de lectura se hace del texto”. Los bagajes intelectuales y académicos, los espacios de enunciación y desarrollo también intervienen en el modo en que estudiamos y dialogamos con un texto. En “Sobre los estudios literarios: apuntes para un estudio” ya Mario Cancel comienza a plantear diversas preguntas que servirán como caminos alternativos, en sus palabras, “[…] las ideas ilustradas, románticas y positivistas conviven dentro de esa realidad y permean a los intelectuales de todo el mundo. ¿Cómo perciben nuestros autores ese orbe complejo?” (vi). Quien quiera comprender de manera amplia aquello que lee o estudia, logra gestar un acercamiento holístico si toma como guía ese planteamiento. No importa cuánto un escritor o escritora quiera alejarse de su realidad, “la historia es el camino para entender ese juego del pasado-presente-futuro que se le plantea como tema a los escritores” (xvii), y reconocerlo, al final de la partida, beneficia tanto al crítico literario como al historiador.

*** Acto III: Lugares imaginarios: el espíritu del universitario

Decido nombrar a este acto “Lugares imaginarios” con toda la intención: la bitácora del profesor Cancel llamada Lugares imaginarios, dedicada a la crítica literaria, fue uno de los espacios que más disfruté leer, aunque, confieso, fui asidua lectora de todas sus bitácoras. Lo llamo, también, lugares imaginarios porque en espacios académicos en donde reina la desconfianza ante todo lo que no sigue los modelos predeterminados de “x” o “y” saber –aun cuando se habla de la interdisciplinaridad–  el verdadero espíritu del universitario termina siendo relegado a una esquina, a un lugar imaginario que les sirve de nicho a quienes no ven problemas en especializarse en una disciplina mientras nutren sus trabajos con los sabres de otras. 

¿Están “los perdidos” realmente perdidos cuando intentan, con seriedad y rigor, construir nuevos saberes a partir de acercamientos interdisciplinarios? ¿No se supone que esa es la meta, en sí misma, de la Universidad? El profesor Mario Cancel encarnaba de manera muy certera el verdadero espíritu del universitario. En sus trabajos la filosofía, la literatura, la historia, la sociología y otros muchos más saberes convivían de manera dinámica. En “Sobre los estudios literarios: apuntes para un estudio” definió puntualmente lo que es un intelectual, y a mi parecer, lo que debería ser cualquier profesional que pasa por las aulas universitarias, pero, sobre todo, aquel que decide dedicarse a la cátedra universitaria: “En todo caso, el intelectual no es un ente pasivo que mira y ratifica. Es un ser activo que mediante la inteligencia enjuicia, y, amparado en la historia conocimiento, adopta posiciones en tono a la historia materia” (xix).  Además, en “Literatura y narrativa puertorriqueña: la literatura entre siglos”, refiriéndose a los escritores, traza las rutas que deberían seguirse. No obstante, me apropiaré de sus palabras para plantearlas dentro lo que, considero, debería ser realmente el espíritu que reine en la universidad:

[…]me parece que enajenarse de los focos de poder, no ya políticos sino culturales e intelectuales, es fundamental para que la independencia de la gente que escribe en Puerto Rico sea una realidad […] los escritores [pero, diría yo, los estudiantes y los profesores] tienen que ser transgresores primero que todo. Transgresores, incluso de la transgresión misma. No serlo sería adoptar una posición irresponsable en el sentido en que mi generación, la del 1980 de escritores, reaprendió el compromiso al paso de la debacle ideológica de cambio de siglo. Aceptar que la transgresión es inseparable del acto de escribir y escribir y vivir [y crear nuevos conocimientos, tengo que añadir yo] no son sino la misma cosa. (219)

Reitero, Mario Cancel encarna el espíritu del verdadero universitario, aquel que como él mismo señaló, reconoce que “las verdaderas armas de [las] que goza el ser humano para confrontar el mundo son la inteligencia y la razón en todas sus manifestaciones, y ese culto se merece el respeto de todos nosotros desde cualquier tiempo histórico en el que nos coloquemos” (xxi). 

Los perdidos, los que piensan más allá de las fronteras que sus ramas les han delimitado, los que reconocen en la universidad el espacio ideal para quienes tienen la intención de leer, pensar, cuestionar y luego repetir el proceso cuantas veces sea necesario, le debemos a Cancel su fuerza inagotable por producir, más allá de los límites que le establecieron, el hacer de la creación intelectual un campo fecundo al que se puede aportar sin importar el lugar de enunciación, y el estar siempre dispuesto a ser parte del quehacer intelectual de su país. Reconozco que tengo enormes problemas con esto de llamarle maestro a quienes admiramos. No necesariamente son maestros en el sentido más preciso de la palabra y no tendrían por qué serlo. Sin embargo, en esta ocasión debo decir, “gracias maestro porque sus disidencias abrieron camino, porque su creación académica e intelectual sirvió de modelo e inspiración, porque ya no está, pero sigue estando y somos muchos los que nos aseguraremos de que así sea”.  Al final del camino, no estamos tan perdidos nada, esta sí es la ruta a seguir. 

Referencias citadas: 

Cancel, Mario. Anti-figuraciones: bocetos puertorriqueños. Isla Negra, 2003.

—. «Este callado compromiso: La generación del ochenta en su poesía». El límite volcado, Isla Negra, 2000.

—. Literatura y narrativa puertorriqueña: la escritura entre siglos. Pasadizo, 2007.

—.  «Sobre historia y literatura: una visión en conjunto». Historia y literatura, Editorial Postdata, 1995, págs. 41-60.

—. «Sobre los estudios literarios: apuntes para un estudio». Estudios Literarios, San Germán UIA, 1995, págs. iv-xxv.

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