Y de dónde salen los ateos

 

  1. Dios con minúscula.

Este verano fui invitado a participar en el XXII Congreso Internacional sobre Nuevas Tendencias en las Humanidades, celebrado en La Sapienza, Universidad de Roma. Aprovecho la oportunidad, para agradecer nuevamente a familiares, colegas y amigues, por haber hecho posible con su apoyo, mi asistencia a este congreso. Me invitaron a La Sapienza, para reseñar una investigación que, además de haberme permitido obtener un grado doctoral, me llevó virtualmente hasta la Ciudad de México, convocado por la XXIII Jornada del Libro Caribeño, y a un popular programa de la radio puertorriqueña, en el que participé como invitado en una respetuosa conversación sobre mi trabajo. Esto, a primera vista, no parecerá mucho según los estándares del éxito académico o de cualquier otro tipo, pero al sopesar lo controvertido del tema que discuto, podría considerarse un logro significativo.

Para muches de les participantes del congreso, mi objeto de estudio provocó reacciones que, aunque trataron de ser corteses, estaban alineadas con la tradición y se reducían a un rechazo visceral sin miramientos. La mayoría de les colegas humanistas nunca se había encontrado con la necesidad de hablar sobre la ciencia ateísta, hilo conductor de mi trabajo, y mucho menos en el contexto de la cultura hispana. Algunes reconocen, una vez lo piensan, que jamás se les hubiera ocurrido hacerse preguntas sobre la descreencia, porque la tradición religiosa pone un velo sobre el asunto. Más veces de las que estamos dispuestos a aceptar, la razón es la coacción, o, dicho de otro modo, el temor irracional a dios, que la cultura dominante nos ha inculcado durante siglos.

En Roma, a pocas millas del Vaticano, presenté mi ponencia ateísta en un congreso que reunió a más de 400 intelectuales de 55 países, y no coincidí con otro ateo. No encontré a nadie que, al conocer mi ponencia, confesara su propio ateísmo o al menos mostrara simpatía por el tema. Dudo mucho que no los hubiera, pero no me topé con nadie. Eso sí, escuché a decenas de personas referirse a la humanidad como “el hombre” o “mankind”, conocí a otro ponente nacido en la Isla, ahora radicado en Texas, y dos parejas de amigues puertorriqueñes coincidieron en estar en la ciudad durante las fechas del congreso.

Mi presentación la titulé “Olvidando a dios: el abandono de la hipótesis de dios en la cultura intelectual que ayudó a construir a Puerto Rico, 1769-1812”; y me veo obligado a empezar señalando, que en la versión publicada por los organizadores, editaron el texto y aparece dios escrito con mayúscula. El cambio se hizo sin ningún tipo de advertencia o espacio para el debate y así está en todo el material del congreso, tanto digital como impreso. No busco debatir sobre esa decisión, porque, si acaso, agradezco la oportunidad que tuve. Mi objetivo en este ensayo es, más bien, hablar de algunos puntos claves del trabajo de investigación en historia cultural crítica que presenté en Roma. A eso llegaré pronto, pero antes quisiera explicar mi decisión de escribir dios con minúscula, ya que se ha convertido en un problema recurrente.

Cuando me corrigen por escribir dios con minúscula, por lo general, usan argumentos de carácter ortográfico o incluso semántico. Eso es de esperarse en el ámbito de lo consuetudinario y no me sorprende. Por costumbre, igualmente, dios se escribe con mayúscula cuando se busca hacer referencia a una de las divinidades de las tres principales religiones monoteístas del mundo. Con esto resultaría ya más que evidente que la imposición ortográfica ha funcionado históricamente como un intento de afirmar la existencia de los dioses que se describen, pero todavía no nos cuestionamos como cultura esa convención, ni su relación con la coerción religiosa. Más adelante esbozaré algunos aspectos históricos del dios impreso, occidental y dominante, que en mi trabajo de investigación discuto a fondo, así como alguna evidencia de su negación en el pasado, que espero arroje más luz sobre estos temas. Sin embargo, adelanto que todo se podría resumir a que se practica escribir dios con mayúscula porque la tradición le atribuye existencia a ese personaje. Nuestra cultura se formó bajo el peso de una comunidad católica que acuñó la grafía de dios creyendo fervientemente en él, pero también sintiendo miedo de su Iglesia. Las primeras traducciones de la Biblia al español en el siglo XVI, hechas tras sus gestores haber renunciado al catolicismo, entre otras publicaciones impresas en el periodo, definieron siempre a dios como existente, al mismo tiempo que la Iglesia autorizaba a esclavizar a los no-católicos y condenaba ateos a la muerte.

Para la Real Academia Española (RAE), “Dios se escribe con mayúscula inicial cuando funciona como nombre propio y con minúscula cuando es un nombre común.” 1 Algunas fuentes añaden que dios en minúscula puede llevar artículo, pero cuando está en mayúscula, no debe. Bajo esas reglas parecería que me veo obligado a decir que escribo dios con minúscula porque hablo del dios común, pero en realidad, lo hago porque entiendo que es imposible que exista el propio. Dios como personaje literario de la Biblia, podría parecer merecedor de un nombre con mayúscula, pero tendría que pasarse por alto la multitud de caracterizaciones que compiten por él. Porque, aunque lean el mismo libro no es lo mismo el dios católico que el protestante. El dios cristiano es diferente al del islam o el judaísmo. Incluso el dios del Antiguo Testamento es diferente al del Nuevo, y el de apenas hace un siglo no es igual al dios de hoy. Pienso que esos matices se ignoran deliberadamente, porque aceptar que dios cambia es como reconocer que no existe. Todavía parece ser más difícil aún, admitir como cultura, que muchos de los cambios que han experimentado las caracterizaciones históricas de los dioses, han sido espoleados por la producción de conocimientos científicos.

Cuando escribo dios con minúscula y lo defino como una hipótesis que se abandona, me refiero a todos los dioses, vivos o muertos, así como a cualquier sistema metafísico, libro sagrado, autoridad imaginaria, planteamiento especulativo, y sus variaciones culturales en el tiempo. No me limito a los dioses de las principales religiones monoteístas, aunque los tome de ejemplo, por lo que el uso de la mayúscula si algo, restringe el alcance de mis planteamientos. Retar el convencionalismo de escribir dios con mayúscula tiene la virtud adicional de provocar en algunes lectores una respuesta espontánea que suele ser reveladora. Cuando nos corrigen con toda la seguridad del mundo haber escrito dios con minúscula, manifiestan un vínculo personal con la tradición religiosa que de otra manera hubiera sido invisible. La corrección, además, demuestra la necesidad que aun tenemos, de debatir los principios religiosos que, muchas veces, pasan como certezas, amarrados a diferentes costumbres y tradiciones.

  1. La descreencia

 

En el primer diccionario de la RAE, que se empezó a publicar en 1726, dios, además de aparecer escrito con mayúscula, se definió incluyendo el detalle de que existía. Así mismo, quedó establecido en el texto impreso, que el Papa tenía el título de “Vice-Dios”. En los diccionarios contemporáneos a este ensayo, como era de esperarse, el Papa ya no se menciona entre las definiciones de la divinidad, pero tampoco dios se escribe con mayúscula, ni se anota que existe. Estas son señas claras de la secularización histórica de nuestra cultura, pero no necesariamente ayudan a explicar el proceso, ni hacen visible el rol que jugó en él la ciencia que abandonó la hipótesis de dios.

Mi propuesta investigativa sostiene como premisa general que la ciencia que se empieza a definir como materialista al menos desde el siglo XVI, es decir, la que se basa en la experimentación, la evidencia, el escrutinio de los pares y la aplicación rigurosa de un método, tiene como uno de sus elementos fundamentales el abandono de la hipótesis de dios. Entiendo, asimismo, que esa cualidad de la ciencia ha promovido la secularización de las culturas dominantes de occidente. Plantear que la ciencia promueve la secularización de las culturas no constituye una novedad, ha sido expresado de esa forma antes, pero, la historia de ese proceso no se había contado. Mi trabajo es precisamente, un intento por comenzar a narrar esa historia en la cultura hispana, como una cualidad intrínseca de la ciencia en desarrollo.

El abandono de la hipótesis de dios en una cultura, además de por su producción científica, se puede medir por su trato al ateísmo. El término ‘ateísmo’, usado para referirse a la descreencia en dios, aparece también en el primer diccionario de la lengua española, aunque su uso se remonta a la Grecia presocrática y se encuentra en la literatura hispana al menos desde el siglo XVI. En los diccionarios concurren “atheos”, “ateísta” y “atheísmo”, manteniendo en la ortografía las señales de sus orígenes griegos: a-theos (sin dios). Estas palabras se escribieron conservando la referencia al sonido de la “theta” (θ) hasta entrado el siglo XIX. La definición de ateísta incluyó, además, la cualidad de impío o necio (“ignorante” o “el que no sabe”), por la misma razón que dios tenía como parte de su definición las cualidades de “…primer y supremo Ente necessario [sic], eterno y [sic] infinito…”2

La Inquisición Española (1478-1834) identificó el ateísmo temprano en su fundación y los intelectuales cristianos lo definieron con claridad, vinculándolo a la tradición materialista griega que incluyó al atomismo de Demócrito (460 a. C. – 370 a. C.), la filosofía de Epicuro (341 a. C. – 270 a. C.) y la de Sócrates (470 a. C. – 399 a. C.). Más tarde se convirtieron en ateos emblemáticos, tanto en la cultura inglesa como en la hispana, el filósofo nacido en Ámsterdam, Baruch Spinoza (1632-1677) y Voltaire (1694-1778) nacido en París. La cultura cristiana fue sin duda una de las primeras en definir el ateísmo formalmente, incluyendo su relación con el materialismo, como lo demuestra Jerónimo Gracián de la Madre de Dios (1545-1614) cuando en 1611, publicó un tratado dedicado exclusivamente al “miserable estado de los ateístas” en su tiempo.3 Jerónimo Gracián asoció el ateísmo con Ámsterdam, el capitalismo mercantilista y la filosofía griega. La inquisición perseguía con prominencia a los practicantes de religiones no católicas, pero siempre reservó un espacio especial para la descreencia de los ateístas descritos como los que negaban la existencia de dios y la inmortalidad del alma desde premisas materialistas.

Los ateos fueron definidos propiamente por el poder religioso hispano que germinó en el humus de las guerras de cristianos contra musulmanes y judíos, en la península Ibérica, durante el siglo XV. Los intelectuales católicos que describieron con precisión el ateísmo fueron devotos de una tradición que usó como excusa la descreencia en el dios católico para esclavizar a los pobladores de las regiones conquistadas en África. La bula Dum Diversas (1452) y la bula Romanuse Pontifex (1455) del Papa Nicolás V (1397-1455), por ejemplo, pretendían ser autorizaciones que le otorgaba el Vice-Dios, al reino de Portugal, para que esclavizara a todos los infieles, paganos, incrédulos y “sarracenos” (musulmanes) que encontraran.4 Los no-católicos, entendidos como pecadores, además de ser objeto de persecución y castigo, se clasificaron como judíos, musulmanes, protestantes (en sus diferentes denominaciones), herejes, impíos, paganos, incrédulos y ateos. El “atheísmo”, como una forma especial de la descreencia, y como término usado en la literatura impresa por la cultura intelectual hispana, e inglesa, es una categoría de pecado independiente, al menos desde el siglo XVI.

En 1550, Virgilio Polidoro (1470 – 1555) denunció el ateísmo de las tradiciones filosóficas griegas, como amenazas al cristianismo. Así describió a Epicuro, a Protágoras (490 a. C. – 420 a. C.), y a Theodoro Cirenaico (340 a. C. – 250 a. C.), como filósofos que no creían en dioses. De Diágoras de Melos (siglo V a. C.), dijo: “…llamado atheo por sobre nombre (porque ningún dios admitía)”.5 Diágoras, en otros textos posteriores aparece mencionado simplemente como el “Atheo”.6 Polidoro también citó a Lucrecio (99 a. C. – 55 a. C.) y a Virgilio (70 a. C. – 19 a. C.) para acusarlos de promover a un dios que al igual que el de Epicuro, no se involucraba con el mundo.

En 1588, Cipriano de Valera (1532-1602) español protestante que después de Casiodoro de Reina (1520-1594) produjo una de las primeras y más populares traducciones de la Biblia al castellano (1602), esgrimió el concepto de “atheísta” como una espada. Lo definió como “hombre sin ningún dios, ni religión”, “que ni pensó haber cielo, ni infierno tras esta vida” y “que tiene por fábula la historia del evangelio”7. Todo lo dijo para referirse a los papas católicos, a quienes también llamó anticristos, pero cuando escribía el incumbente era Sixto V (1521-1590).

Desde el siglo XVI se describe al ateo, al ateísta y el ateísmo con precisión, pero nadie hubiera podido declararse abiertamente como tal y preservar su vida o mínimamente su libertad. Que la censura convirtiera en pecado mortal la identidad del ateísta no es prueba de su existencia tampoco. Pese a ello, la definición que le dio la cultura católica dominante sentó las bases para encontrar a ese individuo y a su comunidad imaginaria con el tiempo, porque entre muchas otras razones, solo pueden existir ateos en una cultura que quiera imponer la creencia en dioses.

Lucilio Vanini (1585-1619) es, sino el primero, el más citado de los individuos acusados y condenados por ateísmo en la cultura católica. En 1619 al médico, naturalista y librepensador se le imputó pervertir a la juventud y ser ateísta, como había ocurrido con Sócrates en Grecia, alrededor de 400 años antes de Cristo. La historia del castigo ejemplar de Vanini, quien pensaba que los humanos compartían ancestros con los demás simios, y fue autor de De admirandis naturae…,8 se repitió por siglos en la literatura hispana como un escarmiento, se copiaba casi idéntica, generación tras generación. A Vanini le colocaron un letrero que decía: “Ateiste et blasphemateur du nom de Dieu9, le cortaron la lengua, lo colgaron, y finalmente lo quemaron en una hoguera. Le confiscaron todas sus riquezas y le hicieron confesar que fue parte de un grupo de ateos que se había propuesto propagar la descreencia por el mundo.10 El llamado de los administradores del poder fue parte crucial en la creación del sujeto ateísta, porque el término se usó literalmente para sujetarlo: asirlo, doblegarlo, escarmentarlo, o disuadirlo de expresarse libremente, según fuera necesario. El ateísta, como otras identidades culturales, no se definió a sí mismo. Asumió la identidad que ya le tenía bosquejada la autoridad religiosa como antagonista. Hasta el momento, la comunidad cristiana es la primera, en la cultura hispana, en haber dejado evidencia impresa en donde se explica cómo el ateísmo se relacionaba a la ciencia y cómo esto podía hacer caer el andamiaje ideológico que justificaban los privilegios del Papa y el Rey.11

En 1548, en la Bibliotheca Eliotae publicada por Thomas Berthelet,12 aparece una de las primeras menciones al ateísmo que he podido ubicar en la obra impresa por la cultura inglesa. Esta incluía en su definición la palabra “infidel” que se traduce al español como infiel, y significa “aquel que no tiene fe”.13 Al infiel se le veía como a un traidor de la “fe verdadera”, que en ese momento se entendía como una forma de conocimiento: “…una especial y sobrenatural lumbre del Espíritu Santo, infundida en el entendimiento del Christiano…”.14 En la edición del 1583, de la Bibliotheca Eliotae, ya no se usa “infidel” para definir a los ateos, pero las razones para el cambio al momento me son desconocidas.

En la cultura hispana el “atheísmo” incluyó la incredulidad y la ignorancia, como parte de su definición hasta finales del siglo XIX. En 1884 el diccionario de la RAE todavía definía el ateísmo como: “Opinión impía de los que niegan la existencia de Dios”. El término aparece a través de miles de libros desde el siglo XVI, y entre otras cosas revelan su relación histórica con la ciencia porque para la cultura cristiana dominante la ciencia era una filosofía materialista que conducía al ateísmo. Más adelante, en el siglo XVIII se acuñó incluso el término “Spinozism”, para referirse al panteísmo como ateísmo.15

Del ateo conceptualizado como una expresión del pecado y como antagonista del poder, es que salen las bases para lo que será la identidad ateísta como afirmación comunitaria que se empezará a definir a partir del siglo XIX en la cultura intelectual de occidente, pero igualmente para su ubicación irreductible bajo las filas del materialismo científico en el XX y XXI. Definirnos como ateístas todavía carga con mucho del estigma histórico, por lo que continúa siendo bastante peligroso. En más de una docena de países islámicos todavía ser ateo es causa para la pena de muerte. En muchas otras partes se ha dejado de perseguir abiertamente la descreencia, pero aún se margina cuando se desestima el reclamo del ateísmo cultural, o asumen la tradición cristiana como un consenso. Esto ocurre en parte, porque no se ha reconocido todavía o cuando se reconoce se encubre, que la ciencia ha desplazado con su éxito la hipótesis de dios, en incontables espacios culturales. Por lo mismo, aspiro a promover con el balance histórico que hago sobre la ciencia y su descreencia, que no será rápida proveyendo certezas, o su comunidad perfecta, pero funciona mejor que la religión, al momento de administrar recursos y organizar esfuerzos colectivos.

  • La ciencia atea

Todavía en la mayoría de los debates relacionados al sexo, derechos reproductivos y roles de género, por dar solo algunos ejemplos, se insiste en defender la tradición o la costumbre, predominantemente cristiana, por sobre la evidencia científica. Se asume la autoridad de la cultura religiosa por encima de la prueba, y hasta de las prácticas generalizadas por las personas, cada vez que alguien siente la urgencia de llamarle al sexo consentido o a la expresión de género que se prefiera enarbolar, una perversión, un desvío antinatural, una enfermedad, o un pecado. La resistencia a los nuevos postulados sexuales o a los roles que han reclamado las mujeres entre otras comunidades oprimidas, por más de un siglo, tienen una importante raíz en la definición del sexo que han leído los administradores históricos del poder en la Biblia. Cuando se les prohíbe el cambio a las prácticas culturales relacionadas al sexo y a los roles sociales que proponen, se empuja el colectivo a la violencia y se promueve la inestabilidad social.

La ciencia por otro lado es consciente del cambio como parte central de la existencia comunitaria y si bien produce teorías e imagina leyes, persigue partículas indivisibles y se impone la meta de descubrir cómo nace un universo, respeta la diversidad y habita en el foco mismo de las transformaciones culturales. El cambio de la ciencia es su historia, pero también la nuestra, y cuando habla de dios es solo para derrotarlo. En su trayectoria ha producido de todo, incluso, comunidades que han empezado a plantearse lo que podría definirse como una vida eterna secular cuando aspiran a curar la muerte, a superarla sin el cuerpo, o cuando tratan el envejecimiento como una enfermedad.16 ¿Cómo pasamos de la vida eterna del alma a la posibilidad de sobrevivir la muerte, sin tener que hablar de dios? Mi objeto de estudio es precisamente, las transformaciones que causa en la humanidad el conocimiento basado en la evidencia que se va acumulando gracias al trabajo de sus comunidades históricas. Porque entre los cambios culturales que provoca la ciencia, cambios de paradigma como diría Thomas Kuhn (1922 – 1996), es que se encuentra la posibilidad de un ateísmo que no solo existe como la negación de los dioses, sino también como la afirmación de las hipótesis materialistas.

El tema del abandono de la hipótesis de dios, en su forma más simple se refiere a toda aquella instancia cultural en donde una explicación derivada de observaciones objetivas sustituye la idea de dios. En mi trabajo de investigación ilustro este proceso con varios ejemplos, pero me parece paradigmática la historia de la inoculación de la viruela. Sobre este evento discutiré de lleno en otro foro, pero en resumen las primeras campañas de inoculación de la viruela a principios del siglo XVIII en la cultura inglesa promovieron la secularización porque derrotaron todas las objeciones religiosas al procedimiento. La cultura religiosa se negaba a la inoculación, un método precursor de la vacuna descubierta en 1798 por Edward Jenner (1749- 1823), porque entendía que la viruela (y las enfermedades en general) era una de las formas en que dios administraba los castigos en la Tierra. Remediar la viruela era considerado retar a dios. Por lo tanto, la comunidad científica que promovió la inoculación secularizó con su éxito la cultura, porque consiguieron que dios ya no postulara entre los discursos relacionados con la enfermedad.

Si bien se intuye el abandono de la hipótesis de dios en la ciencia desde el siglo XVII y más tarde se habla del ateísmo y de la “teoría de la secularización” como producto de la modernidad, asociándolo con Mijael Bakunin (1814-1876), Carlos Marx (1818-1883), y Max Weber (1864-1920), entre otros intelectuales europeos y decimonónicos, no había sido un asunto que la historia occidental hubiera podido abordar, porque entre otras razones no existió una identidad comunitaria e independiente que la encarnara, al punto de necesitar hacer su genealogía, hasta finales del siglo XX.

En Boston, EE. UU., surgieron varios movimientos efímeros en el siglo XIX que se declararon ateístas, en el contexto de candentes luchas de Poder con los evangélicos del avivamiento.17 Pero en la mayoría de los casos cuando las instituciones religiosas dejaron de tratar de imponerse por la fuerza, ya no fueron necesarios sus esfuerzos secularistas y desaparecieron del ojo público dejando rastros en la prensa, y en algunas leyes. Incluso en Puerto Rico, Nemesio Canales (1878-1923) llegó a identificarse como ateo a principios del siglo XX, dentro de una comunidad imaginaria más amplia, que se autodenominó librepensadora. Sin embargo, el ateísmo de Canales estaba, más que por sus reflexiones científicas, motivadas por su lectura del socialismo, sus posturas anticlericales y la libertad de culto impuesta tras la invasión estadounidense. La identidad de científico ateísta no se galvanizó hasta finales del siglo XX, pero siempre ha ido de polizonte en la nave histórica de la ciencia.

Han existido marxistas ateístas, anarquistas ateístas, feministas ateístas, activistas afroamericanes y de la comunidad LGBTTQ plus que fueron ateístas, pero apenas hubo quienes se identificaran con el ateísmo producido por la ciencia hasta la década de 1990. En esta fecha despunta el ateísmo científico con una serie de intelectuales que comparten muchos objetivos generales sin haberse puesto de acuerdo y que algunos han agrupado bajo la consigna del Nuevo Ateísmo. En conjunto, los intelectuales reaccionaban a tendencias culturales anticientíficas motivadas en gran medida por el reavivamiento religioso que se disparó con fuerza a finales del siglo XX. Este reavivamiento respondía en parte a la caída del Bloque Comunista, emblemático bastión ateísta por casi un siglo, que sufre su primer gran embate con la caída del Muro de Berlín en 1989. El derrumbe de los estados comunistas representó una apertura a los nuevos mercados capitalistas, en donde tomaron un papel de vanguardia las iglesias expansionistas. Los ateístas reaccionaron intelectualmente al ambiente triunfalista de las religiones capitalistas y entre otras cosas, empezaron a explicar el conocimiento histórico producido por sus respectivas diciplinas haciendo explícito que las ideologías religiosas han sido objetoras históricas de la ciencia. Entre estos intelectuales destacan Richard Dawkins (1941), Howard Bloom (1943), Christopher Hitchens (1949-2011), y Sam Harris (1967), entre otres. Stephen Hawking (1942-2018) se une a la tendencia de forma sobresaliente cuando en su libro The Grand Design (2010), hace explícita su postura de que el universo no necesita de un creador. Del físico británico tomo, además, la idea de la ciencia como un ejercicio intelectual que descarta la hipótesis de dios.

Mi ponencia en La Sapienza como adelanté, fue una breve reseña de los puntos generales de mi investigación, inspirada en parte por la historiografía de la ciencia ateísta. Una de las principales conclusiones de mi trabajo, sería que la secularización cultural es visible al menos en la obra producida por los miembros de las élites económicas hispanas, a partir del siglo XVIII. Esto incluye textos creativos, material impreso por corporaciones privilegiadas de accionistas, revistas y libros publicados por la comunidad médica, en especial la relacionada a la inoculación de la viruela, así como la propaganda impresa de las juntas revolucionarias durante la guerra de independencia española entre 1808 y 1812. Mi acercamiento secularista debate con muchos elementos de nuestras tradiciones historiográficas, pero entre ellas disfruto enfatizar que se puede demostrar que la cultura hispana que promovió las primeras versiones de una identidad imaginaria arraigada al territorio de Puerto Rico y que incluso usó por primera vez el gentilicio de “puertorriqueños” en la obra que imprimió, contó con importantes elementos secularistas.

Cuando finalicé mi presentación en la universidad de Roma, rompió el silencio uno de los presentes, para decir que la ciencia se ha convertido en una nueva religión. En el marco de un espacio académico de ese nivel, la expresión me resultó burda y simplista, pero puedo entender que se haya dado como un reflejo defensivo. La ciencia no puede ser una religión, riposté, porque no acepta como respuesta a dios. La ciencia, además, tiene con su método, un sistema de operación bastante flexible y no una verdad absoluta. El método incluye la verificación comunitaria de los postulados que se presenten al foro con evidencia objetiva y se orienta por el cuestionamiento constante. La comunidad científica también parte de la premisa de que solo basta un contraejemplo para descartar una teoría y por lo mismo, entiende que toda certeza es contingente.

Contrario a las religiones, en donde se veneran ideas inmutables y hay cierto orgullo en no cambiar, la ciencia se debe ver como un modelo para el reto constante del status quo y sus autoridades. Porque depende de la rebeldía suficiente como para enfrentar la tradición y no aceptar nada por fe, aunque se inculque con violencia. Para finalizar, quisiera subrayar que mi investigación permite argumentar con evidencia un asunto adicional que me parece urgente exponer. La ciencia nos ayuda a descartar la hipótesis de dios en la cultura, y cuando dios pierde relevancia e influencia, las instituciones religiosas que lo representan quedan expuestas como groseros esquemas cleptocráticos de los que deberíamos prescindir.

Octubre, 2024.

 

Notas:

1Real Academia Española, Diccionario panhispánico de dudas (Madrid: Espasa, 2005), s.v. «Dios.»
2Real Academia Española, Diccionario de Autoridades (1726-1739): https://apps2.rae.es/DA.html
3Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, Diez lamentaciones del miserable estado de los ateístas de nuestro tiempo, Edición, introducción y notas de Emilia Navarro de Kelley (Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 1999) https://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmckw5b1
4Romanus Pontifex (Granting the Portuguese a perpetual monopoly in trade with Africa) January 8, 1455: https://www.papalencyclicals.net/nichol05/romanus-pontifex.htm
5Polidoro Virgilio, Libro de Polidoro Vergilio, que tracta de la inuencion y principio de todas las cosas: agora nueuame[n]te traduzido y trasladado en lengua castellana para nuestra doctrina y exemplo… y dirigido al illustrissimo Senor Don Luys Christoual Ponce de Leon … por Francisco Thamara catedratico en Cadiz interprete y recopilador desta obra (en casa de Martin Nucio, 1550).
6Marek Winiarczyk, Diagoras of Melos: A Contribution to the History of Ancient Atheism. (Berlin, Boston: De Gruyter, 2016): https://doi.org/10.1515/9783110448047
7Cipriano de Valera, Dos tratados. El primero es del Papa y de su autoridad. El segundo es de la misa (Londres: Ricardo del Campo, 1588), 182, 259, 275: https://www.google.com.pr/books/edition/Dos_tratados_El_primero_es_del_Papa_y_de/FvfjRGQZcnoC?hl=en&gbpv=1&dq=%22atheista%22&pg=PA183&printsec=frontcover
8Versión digitalizada del libro en latín, aquí: https://play.google.com/books/reader?id=YnE5AAAAcAAJ&pg=GBS.PA32&hl=en
9“Ateísta y blasfemo del nombre de Dios” (mi traducción) Constance E Plumptre, “Lucilio Vanini.” Chapter. In General Sketch of the History of Pantheism, 367–95. Cambridge Library Collection – Religion. (Cambridge: Cambridge University Press, 2011).
10Benito Jerónimo Feijoo, Teatro critico universal: Ó discursos varios en todo género de materias, para desengaño de errores comunes. (Madrid: Imprenta real de a Gaceta, 1765), 207.
11Fernando de Zevallos, La falsa filosofía o el deísmo convencido de crimen de estado. Tomo VII (Lisboa: Oficina de Juan Procopio Correa da Silva, 1801), 13.
12D. T. Starnes, “THOMAS COOPER AND THE ‘BIBLIOTHECA ELIOTAE.’” The University of Texas Studies in English 30 (1951): 40–60. http://www.jstor.org/stable/20776028.
13Thomas Berthelet, Bibliotheca Eliotae (1548): < https://acortar.link/i3w5Es >
14https://apps2.rae.es/DA.html
15“…la doctrina de Spinoza; o, ateísmo y panteísmo propuestos a la manera de Spinoza.” (Mi traducción). Ephraim Chambers, Cyclopædia: or, an universal dictionary of arts and sciences; F.R.S. The seventh edition corrected and amended vol 2 (1751).
16Amenazo con discutir estos temas en otro turno. Ver Laura D. Herndon, «The Ethics of Immortality: Biogerontology and the Challenge of Prolonging Life,» Hastings Center Report 38, no. 3 (2008): 35-45 y Aubrey de Grey y Michael Rae, Ending Aging: The Rejuvenation Breakthroughs That Could Reverse Human Aging in Our Lifetime (New York: St. Martin’s Press, 2007).
17James Rogers, “Preaching Unbelief: Freethought in Boston, 1825–1850” (Disertación doctoral, University of New Hampshire, 2013).
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