Príncipe azul en Jamaica

 

El príncipe azul ha visitado a Jamaica. Dijo unas palabritas. A nadie le gustaron. El pobre príncipe se pregunta ¿qué pasó?

Entre muchas cosas puedo mencionar una que comienza así:

Un martes nublado de junio, hace 80 años, el HMT Empire Windrush -originalmente el transatlántico y crucero de pasajeros MV Monte Rosa- completó su travesía de 8,000 millas desde el Caribe para finalmente atracar en Tilbury en Essex.  A bordo había hombres, mujeres y niñas y niños ansiosos por poner el esfuerzo que tanto necesitaban en la economía británica. ¿Por qué? Gran Bretaña, habiendo levantado la cabeza de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, se encontró con una grave escasez de mano de obra. Estos excelentes jóvenes antillanos fueron alentados activamente y, de hecho, invitados por el gobierno británico a ir al Reino Unido y ocupar las sobreabundantes vacantes de trabajo que se ofrecían y que no se estaban cubriendo.

En general, se acepta que la llegada de los más de 500 caribeños (hombres, mujeres y niños) en 1948 a bordo del gran barco Windrush fue un hito en el tiempo y el núcleo de la formación de la Gran Bretaña cosmopolita que todos conocemos hoy. Pero el Reino Unido ha tardado en recordar a los cientos de miles de hombres y mujeres de las antiguas colonias británicas del Caribe que, cuando se les dijo «tu país te necesita», se adelantaron, no una sino dos, firmando en la línea de puntos en defensa de la Patria Inglaterra, listos para devolver lo ‘Grande’ a Gran Bretaña durante las dos guerras mundiales.

Estos heroicos caribeños, algunos de tan solo 18 años, se ofrecieron como voluntarios para defender a un rey, una reina, un imperio y una Inglaterra que nunca habían visto y con la que solo habían soñado, pero de la que dijeron que formaban parte.

Miles de personas iban a perder la vida y las extremidades en el esfuerzo por derrotar a la Alemania nazi y, sin embargo, este último sacrificio ha sido ignorado en gran medida o confinado a las notas al pie de página de los libros de historia.

Pronto se cantaría una canción diferente.  Y lejos de encontrar una bienvenida mano de amistad, los recién llegados fueron abrazados con: «¡No negrxs!», «¡No perros!», «¡No irlandeses!»  y muchas veces «¡Niños negrxs no!»

Los lugares para vivir y las habitaciones para alquilar eran un bien escaso.  Las condiciones de vida eran bajas en estándares pero altas en alquiler.  Muchas familias vivían juntas en una o dos habitaciones. Con frecuencia tenían que doblarse para compartir camas según los patrones de turno y tenían que cocinar en los rellanos.  Las casas estaban mal aisladas, sin calefacción central y solo calentadores de parafina azul o rosa. Qué irónico entonces, pocos habrían predicho que 70 años en la «Madre» Inglaterra decidirían hacer sonar el silbato del desprecio.  Al ser tratados como  no deseados, el otrora amistoso anfitrión del gobierno británico les dio la espalda y se volvió hostil y les dijo que era hora de irse. «!A fuera los negros¡» se podía leer en carteles y boletines !en la moderna Inglaterra!!

Y  partir de 2013,  !sí¡ los nietos de aquella generación comenzaron a recibir cartas que afirmaban que no tenían derecho a estar en el Reino Unido. ¡¡¿??!!  ¡Algunos fueron tratados como inmigrantes ilegales y expulsados sin derecho a sus bienes muebles! Perdieron trabajos, hogares, beneficios y acceso al NHS.

Este fue el mismo NHS que en 1948 les dio la bienvenida porque hicieron los trabajos que otros no estaban dispuestos a hacer.  Para amplificar este insulto, los ciudadanos legales fueron colocados en centros de detención de inmigrantes y algunos deportados.  A los que estaban de vacaciones en el extranjero se les negó el regreso al único país que habían conocido.

Por eso cuando la vulgar monarquía inglesa pisa el suelo jamaiquino para ir a pedir disculpas por la esclavitud se genera toda esa rabia, ese dolor que aún se siente porque es muy reciente. No pueden ir a las ex colonias y territorios a recitar boberías liberaluchas del siglo XIX…

ACCIÓN, REPARACIONES, DEVOLUCIÓN DE BIENES. Eso habla más que mil palabritas.

 El autor, cubano, estudió relaciones internacionales en Inglaterra.

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