A propósito de la utilidad y la ternura en la lucha:  La generación que tomó las calles

Manuel de J.González. Foto Alina Luciano

Ariadna Godreau Aubert

Agradezco la oportunidad de ser parte de la presentación de “La generación que tomó las calles”, un texto escrito por el querido compañero Manuel de J Gonzalez. Confieso que recibí la invitación a este evento con una mezcla de honor y pánico. Honor porque los años en los que la vida me ha acercado a Manuel, a sus columnas, a su biblioteca en tránsito, a sus amigos e historias, a quienes sonríen cuando dicen «Claro, ese es Manuel de Jota», me permiten intuir los actos heróicos y valientes de los que Manuel ha sido y es parte. Muchos de esos actos apenas los voy conociendo. Se me pierden con el rastro de nombres de gente a quienes el cariño que les tiene Manuel les roba los apellidos pero que ubica en espacios de lucha, a veces cargando un libro, un poema, un micrófono, una piedra, una molotov. El pánico tiene que ver con el temor a no hacer justicia en la palabra y el análisis – con fechas, nombres y tracto histórico- el valor de esos años de lucha, los 60 y 70 y su significado para la defensa de la liberación de Puerto Rico.  La realidad es que nunca he militado activamente en un partido político, aunque sí he sido parte de movimientos de transformación. Particularmente de aquellos vinculados a la urgencia de descolonizar a nuestro País por dentro y por fuera, de estrategias por a vivienda digna, el derecho a la protesta, la vida sin deuda, procesos todos, con luces y sombras que han formado mi acercamiento a la defensa de la libertad de Puerto Rico como principio y práctica vital, como el único camino posible.  Este libro, es, en gran medida, una oportunidad de aprender, pensar y rastrear cómo se formó una generación que no fue capaz de tomar las calles, protagonizar enfrentamientos,   echarse encima a informantes, carpeteros y asesinos. También pudo gestionar una hoja de ruta capaz de – en potencia – transformar la disciplina y el trabajo de base en la independencia puertorriqueña.

Para quienes estén a punto de asomarse a este texto, sépase que están por leer una historia creada en parte por opositores que nos han hecho un gran favor. Poco sabían Guillermina, Josefina, Francisco y el resto de los informantes que su trabajo terminaría por ser una recapitulación de eventos, lugares y nombres – reales o imaginados- que auxiliaron a nuestro autor en el rescate de una historia ligada a las condiciones de lucha de hoy, al estado de la colonia y a las posibilidades de liberación. La persecución que intentó acallar al movimiento por la liberación de Puerto Rico terminó por darle aire, por inmortalizar. A mayor represión, mayor combatividad.

Hago eco del protocolo escrito por el poeta y doctor Guillermo Rebollo-Gil, a propósito de leer este libro como dos  guías amables que se entrelazan: un manual para ser joven y manual para la amistad. Para mi, este texto tiene dos espacios importantes: el de urgencia de la utilidad y el de la ternura.  Sobre el primero, esa urgencia de la utilidad, reitero que estamos ante una cartografía de la memoria construida a partir del fichaje, las estampas de lo que alguien observa o que inventó por aburrimiento o compromiso, de lo que escondió algún informante a quien le ganó la solidaridad pero también a partir de la lectura que hace Manuel de Manuel mismo. Estamos ante un encuentro que se da en algunos de los años más álgidos de nuestro País. Por un lado, está Manuel-joven – carpeteado, cargado de poemas y referentes literarios, con toda la vida por delante y con la certeza de que en cualquier momento se moría por la patria, eufórico, vacilante a veces pero esperanzado. Por otro lado, está Manuel de hoy, irreversiblemente atravesado por la vida, las despedidas y la búsqueda de saldo de un proyecto que ha quedado incompleto, por la urgencia de compartir sin aleccionar, de pasar el batón y con él, la posibilidad de liberarnos. Y de ahí que diga que esta lectura de su carpetas es un texto ansioso por ser útil, por llamar y responder.

Advierte Manuel «a quienes quieran seguir leyendo sobre las historias que aquí cuento, advierto que ahora, en plena vejez, si pudiera, volvería a participar en ellas. Porque como las luchas de mi generación no triunfaron, y el colonialismo contra el que luchamos sigue intacto, tenemos todos, viejos y jóvenes, la obligación de repetirlas. Frente a nosotros está la misma realidad contra la que mi generación se rebeló». Tenemos, como también escribe Manuel, la necesidad de luchas como aquellas que desarrollaron los espacios políticos de los 60-70  pero también de «jóvenes que asuman retos similares a los que entonces asumimos».

En «La Generación que tomó las calles hay» un llamado al estado prístino de la lucha, no en sentido de que exista proceso político limpio e incluso – como erradamente se entiende lo prístino – si no una vuelta a lo originario: la idea, la libertad, el amor, la táctica, la estrategia, la disciplina de quien reconoce que luchamos por un mundo justo que no veremos en nuestra vida humana pero a cuya construcción debemos dedicarle la vida toda porque solo así será posible para el futuro. Del texto se resaltan puntualmente aciertos de las plataformas del MPI, a modo de referente rápido y útil para accionar por la libertad: aprovechar la crisis del sistema colonial, a reconocer que creada esa crisis el imperio se vería obligado a reconocer la independencia. Desde Mari Bras y Andreu, otras veces de la boca del propio Manuel, resaltar la necesidad de dejar la polémica pequeña, de escapar de las facciones, de enfocarnos en una lucha con multiplicidad de frentes donde se requieren muchas campañas que visibilicen las situaciones creadas o agravadas por el colonialismo. La fórmula de un proyecto que funcionó en lo específico: con las minas, con las playas.

A mi generación y a las próximas, el deber de continuar probando la receta con disciplina y estrategia, con reflexión y honestidad. ¿Podemos traducir este proceso a la Universidad, a la deuda, a los desplazamientos?

Y entonces, del lado de acá, la huelga 2010. La huelga del 2010 nos permitió ensayar la comunidad entre los espacios de lucha que Manuel recoge en su texto, nuestras esperanzas y las posibilidades. Desde dentro, alrededor y por esos portones se fraguaron proyectos políticos que marcaron con sus luces y sombras los próximos años: el MAS y el PPT, entre otros. Espacios como la UJS y la FUPI tomaron un nuevo aire, así como las luchas por la justicia ambiental, el trabajo digno y el derecho al techo. En la huelga ensayamos un País donde todo era posible: la democracia con sus excesos, el pan repartido, la seguridad bruta pero despierta, la educación sin paredes, las discusiones políticas sobre las luchas de antes y la actual: nos sentíamos por primera vez no-solas, que no es lo mismo a decir que éramos una comunidad, pero sí que estábamos acompañadas por la certeza de ser continuidad de un proceso de lucha que nos precedía y que ciertamente existiría después de esta coyuntura. Éramos cuentas en un collar de camándula. Nos teníamos. Los eventos enormes como aquel abrazo a la Universidad donde participaron miles, pero también los enfrentamientos con la policía, nos llenaban de una euforia que quizás se acercaba a aquella que Manuel sentía mientras era llevado a la Princesa, donde ocuparía celda cerca de donde estuvieron Corretjer y Albizu.

En lo personal, la huelga fue un espacio de formación política, de construcción de narrativas y de accionar político, de estar con otras y sí, de posibilidad. Todo era posible. El amor, el perro que adoptó Guillermo Rebollo Gil – poeta, doctor y también compañero y algunos años después, padre de nuestras dos crías- , la solidaridad entre pares, nuestra juventud, el futuro. Todo era tan sublime y poderoso: la toma de la universidad, los piquetes, el huerto, la radio, la violencia sobre los cuerpos solidarios, la portavocía, los actos extraordinarios de aquellos tiempos. Nos sentíamos tocadas, elegidas en cierta medida también, arrestadas algunas y otras piqueteando frente a cuarteles con la frente muy alta, llenas de valor. 13 años después, reconociendo entre mis pares pero también entre opositores ideológicos algunos de los nombres de quienes nos abrazábamos en aquellos tiempos y a sabiendas de que la grandiosidad nostálgica de la huelga 2010 no da para más, regreso al llamado a la utilidad en el texto de Manuel. ¿Cómo rescatar lo útil, lo replicable y perdurable, lo que verdaderamente nos liberará, el proyecto común?

Compañeros y compañeras del Colectivo y la Junta de CLARIDAD. Foto Víctor Birriel

Manuel regresa a Andreu: el patriotismo no es suficiente, se necesita inteligencia y habilidad. Añade nuestro autor: los actos heroicos como los que desarrolló el nacionalismo son plausibles y en ocasiones necesarios, pero por si solos no eran el cambio, por lo que resulta indispensable organizar y movilizar a la gente mediante un trabajo paciente y constante». Ante el avance de una narrativa cada vez más conservadora y fundamentalista, y de la capitalización de los logros económicos del colonialismo a pesar de la crisis de la deuda publica, ha faltado la capacidad de sostener una agenda de organización que apele a un proyecto colectivo que trascienda al tiempo, a nuestras personalidades, a la izquierda misma. El asedio de ese sector conervador, avasallador y fundamentalista ganó espacio entre nosotras y nos ha ido royendo por dentro, limitando nuestras capacidades de obrar con estrategia, con disciplina, con lealtad, con rendición de cuentas, con resultados. El extremismo de la derecha que advierten las crónicas de Manuel tambien ha encontrado asidero en un sector de autodenominado como de izquierdas capaz de destruir todo a su paso, de cancelar, de provocar la muerte civil y física de las personas, en las redes sociales y en la vida real, matando esfuerzos y movimientos desde adentro – sin ser agentes del enemigo, haciéndolos- , dejándonos sin nada replicable, ejecutable, útil.

Habría que regresar a la piedra de toque, a la razón para transformarnos, tomar calles y hacer vida – criar- en Puerto Rico. Sin confianza no hay organización, sin confiar en otrxs no hay militancia, ni lucha, ni proyecto político, ni liberación. Es este el espacio de la ternura- el lado B de este libro y que es un requisito indispensable para la utilidad- el del reconocimiento entre quienes nos acompañamos.  Escribe el compañero Manuel  que «cuando el accionar político se asume casi como un sacerdocio, con la convicción de que estarás ahí para siempre, las relaciones personales adquieren un contenido especial, muy distinto al de la amistad. Si alguno de los compañeros o compañeras con los que tejí este tipo de relación hubiese aparecido en el listado [de informantes], el golpe será duro. Sin embargo, cuando caminé hacia la oficina donde se me entregaría la lista, no tenía presentimiento alguno de que entre los nombres pudiera estar algún amigo de los verdaderos. Asi fue». Solo así es posible la militancia, con esa confianza que se parece tanto a la fe y que a veces, la supera.

Por esto mismo, este texto es también un inventario de los nombres del amor. – Fefel, Félix, Carlos, Chagui, Edwin, Luis Angel – algunos arrancados con violencia por la mano opresora y otros compañeros de vida hasta después de la vida.  Sobre los asesinatos, la persecución y demás violencias sufridas por la izquierda, Manuel acierta cuando reflexiona que lo extraño no era la impunidad, si no que no se produjeran muchas muertes, muchas violencias más. En otra  intersección con la utilidad del texto, Manuel llama – a propósito de Muñiz Varela- «lo acribillaron en la calle, por quienes sabían que nunca pagarían por el crimen. Así ha sido. Sus asesinos se han ido muriendo de viejos y con cada muerte, se derrota la justicia. Sus amigos y compañeros, año tras año, seguiremos clamando por ella». Entonces el texto, es no solo un homenaje a la época, sino un llamado a reiterar los nombres y a emplazar, requiriendo y exigiendo justicia, hasta el más allá.

Tomar las calles es entonces un ejercicio de táctica (el ahora), estrategia (el mañana) y de amistad (el porvenir). Es por esto y todas las demás cosas que agradezco el espacio de reflexión de este libro.

Foto: Alina Luciano

A modo de cierre, confieso que hay además una dimensión muy personal en la forma en que me acerco a estas historias: útiles y tiernas. Eso es porque Manuel de Jota es ese señor que además de escribir libros y columnas, ocupa un sitial predilecto en la vida de mi primer hijo. Además de la pelota, la sopa de lentejas y las limonadas, Manuel es quien le dedicara a Lucas  Imar – desde antes de nacer- una primera canción a la que regresé muchas veces mientras leía sin saber yo que era también una forma tierna y útil de regresarnos a lo prístino en la lucha. Canta Jose Agustín Goytisolo  «había una vez un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos y había también un príncipe malo, una bruja hermosa y un pirata honrado todas estas cosas había una vez, cuando yo soñaba un mundo al revés». Y es que para tomar las calles, para andar con y entre otros y otras, se necesita transformar y soñar un mundo distinto, salir a andar y estar dispuestas a todo: a la lucha y al amor, a la utilidad y a la ternura.

Ponencia en la presentación del libro el pasado 23 de marzo en el Colegio de Abogados y Abogadas. El libro esta a la venta en la CLARITIENDA.

 

 

 

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