Cuatro días de un espejismo: El San Juan de la San Sebastián

En Rojo

 

El estreno lluvioso del jueves

Parecía otra ciudad. Desde el Puente Dos Hermanos, la cantidad de policías, carros, guaguas, taxis y motocicletas impresionaba a cualquiera. Los carriles de la carretera, vueltos pasillos estrechos de acero, eran filas de autos candentes y cláxones sonoros; todos ávidos por llegar a la quincuagésima quinta (55.a) edición de las Fiestas de la Calle San Sebastián. En el aire, un helicóptero, también aportó su porción de visitantes a la isleta del Viejo San Juan. No era cualquier jueves a las seis de la tarde. Para quienes osaron entrar con su auto, las opciones de estacionamiento variaron de $15 a $30; pero en el país del “baile, la botella y la baraja”, poco parecía frenar la muchedumbre creciente.

Ya dentro de las calles adoquinadas, las filas crecían y el bullicio con ellas. La lluvia, en un

La lluvia, en un chubasco a destiempo, probó la voluntad de todo caminante cerca de las 7 de la noche. Fotos por Andrea Soto/Especial para CLARIDAD

chubasco a destiempo, probó la voluntad de todo caminante cerca de las 7 de la noche. Algunas personas, como Wanda Rosa, su hijo y sus amigas, procuraron los pertrechos para batallar lo que, según ella, era un “diluvio”.

“Traje sombrilla porque Ada Monzón lo dijo (que iba a llover). Soy de Toa Alta y no me podía perder a Gilbertito (Santa Rosa)”, dijo la cocola entusiasta. Sus amigas, cada una con una sombrilla, estaban contagiadas por la risa que les causó el percance y, también, por el ánimo de fiesta del primer día.

Al fondo, los torrentes del aguacero se escurrieron por la calle de la Cruz, como un riachuelo alumbrado por faroles coloniales. Las personas se escondían debajo de los balcones de las casas coloridas; otras corrían a buscar refugio de la lluvia en algún rincón de la ciudad. A pesar de la fila para entrar a la isleta, había una comodidad inusitada en las aceras. No obstante, la algarabía de la plena hacía eco por los pasillos de San Juan.

0 Inauguración de la Fiesta de la Calle San Sebastián #54 dedicada a Iris Chacon, Jose Piculin Ortiz, el Chef Ivan Clemente, y Póstumamente a Garry Nuñez. Plena Libre en la plaza del 5to centenario Homenaje a Garry Nuñez. su hijo Luis Gabriel Nuñez.

Voy subiendo, voy bajando. Tú vives como yo vivo, yo vivo vacilando, cantó un coro de gente en la calle San José, detrás de la Catedral Basílica Menor de San Juan. A tres meses de la muerte de Gary Nuñez, autor de este coro inseparable de las fiestas, el pregón resonaba por las SanSe como una oda prolífera del plenero.

Foto: Ernesto Robles/ Especial para CLARIDAD

Al otro lado de la catedral, un pulular espantoso de gente “subiendo” hacia la insigne calle San Sebastián; zanqueros, panderetas, trompetas, cabezudos, trombones y cuanto “corillo” de músicos deleitaron la calle con melodías y coros clásicos. En el medio del festejo, una zanquera y otra mujer descalza alternaron al son de una bomba.

Subir la cuesta icónica de la calle de Santo Cristo —frente al Hotel El Convento— parecía más una penitencia requerida para encontrarse con la SanSe que una cuesta entre calles. Pero, con el mismo juicio de don Quijote y sus molinos, embestir aquel gigante era ley de la andanza “sansera”.

En el camino, el olor a perfumes, cigarrillos, cervezas y frituras invadía el olfato hasta el punto de la pestilencia. La gente se perdió, mezcló, empujó, disculpó y, entre choques y alborotos, mantuvo una distancia tan estrecha, que propició sudor y más sudor.

“Bajamos temprano y los que son más jóvenes están llegando ahora”, dijo, en tono jocoso, el representante por el Partido Independentista Puertorriqueños, Denis Márquez, cerca de las 8 y media. “Ahora está lloviendo, pero comoquiera, hay mucha alegría, mucho compartir. Hay una variedad de obras de arte que me gustaron. También, pude escuchar cuando Plena Libre comenzó a tocar. Hay un ambiente de confraternización”, añadió el pipiolo.

El primer día de la Fiesta cultural culminó con invitados como la Orquesta de Tommy Olivencia en la Plaza Barandilla, donde presentó clásicos como Atrevida, Periquito Pin-Pin y Planté Bandera.

“Y era que la plena se estaba olvidando, y estaba cambiando nuestra tradición. Y como queremos seguirla cantando, por eso formamos este parrandón”, cantó el Junte de los Hermanos Sanabria, cuya participación contó con más de tres generaciones de la familia-música. 

Viernes en La Perla

Después de pasar la fila de la isleta, los cinco puntos de vigilancia de tránsito y uno que otro hueco callejero, el viernes develó una noche vibrante. A diferencia del jueves, las hileras de jóvenes dominaron el área de la calle San Sebastián, la Virtud y su eventual salida por la Imperial. Una vez bajadas las escaleras de La Perla, los caminos se dividen en otro “subir y bajar” por las veredas de asfalto.

Tarimas con reguetón, barras con precios más baratos, motoras, encapuchados, carpas y todo tipo de negocio ofrecían un paseo distinto al de arriba. La cercanía al mar, la arquitectura atiborrada y el confuso enredo entre salsa y trap entonaron la noche en la emblemática comunidad.

“La Perla es otra cosa. La gente, la música, la vibra y, aunque sigue cara, la comida. A mí me encanta bajar p’acá. Hoy mucho más, esto está activo y la gente anda riéndose y vacilando. Es bueno para la comunidad y para quienes la visitamos; es un intercambio de realidades para muchos de nosotros”, puntualizó Fabiola García, de 24 años.

Sábado soleado

Desde que iniciaron las fiestas de la calle San Sebastián, un rumor frecuentó las bocas de decenas de visitantes: “El sábado va a ser el día más lleno”. En efecto, el presagio se cumplió. Llegada la jornada sabatina, la diversidad entre las personas era marcada. Turistas bajando de cruceros y llegando en skooters, parejas de todas las edades y familias con muchos niños y niñas.

Fotos por Andrea Soto/ Especial para CLARIDAD

En la Plaza Barandilla, una carpa azul con un “Pompéate” ofreció actividades para la niñez. Incluso, hubo un tiempo dedicado para el jueguito del saco, el de la soguita y carreras de caballitos de palo. El esfuerzo forma parte del Departamento de Arte y Cultura del Municipio de San Juan, agencia que ofrece talleres de música, teatro y otros tipos de arte.

En la Barandilla, que queda frente a la Universidad Albizu, se dieron dos competencias a la vez. Una, entre los colores pintorescos de las casas —acentuados por la luz del sol— y el azul marcado que, para la fruición de todo circunstante, redundó en una escena agradable; la otra, un juego para la niñez.

A las dos de la tarde, la Plaza de Armas celebró un baile de época musicalizado por la Banda del Municipio de Bayamón. Hombres y mujeres vestidos con ropa y prendas anacrónicas a las de los visitantes; trajes pomposos, zapatos de vestir, collares y pulseras con perlas, estilos de cabello rizos y amarrados. De seguro, el calor del día tomó en cuenta aquella indumentaria.

“Este tipo de baile y música se conoce como vals. A diferencia de Ponce, los caballeros de cada dama, en San Juan, guardan los abanicos de mano de sus compañeras para que no coqueteen con otros bailarines”, explicó la directora e instructora de baile. En la simulada pista de baile, los varones charlaban y las mujeres reían en una muestra ensayada de antaño.

En la Plaza del Quinto Centenario, la tarde cerró con la ínclita Sonora Ponceña. La audiencia, fielmente cocola, hizo coro a palos con Canción, Sonora pa’l bailador, El amor y otras tantas quimeras de la orquesta del maestro Papo Lucca.

 Domingo de cierre

En el último día de las Fiestas siempre hay algo de lóbrego. Estar en medio de tanta actividad económica y cultural, en un país quebrado, tiene algo de adictivo. Pensar que hay que esperar todo un año para repetir semejante celebración en Puerto Rico. Un momento para todos y todas. Para el fanático de Andy Montañez, de Danny Rivera y hasta de Wisin, las SanSe terminaron el pasado domingo con una variedad de actividades para todo el que visitara.

“Los eventos culturales son importantes porque la gente llega a disfrutar de la comida, las artesanías. Es una afirmación del pueblo, y todo pueblo debe afirmarse constantemente porque, así, entiende que hay otras cosas importantes”, me contó Roy Brown en una entrevista para este medio. Tenía razón.

La ciudad amurallada, convertida en un hervidero de canciones, organización administrativa y encuentros culturales, se vio linda. Como una sacudida breve del marasmo de la narrativa y la rutina colonial. Un atisbo de la nación en su cúspide; enajenada de todo lo que no tenga que ver con su identidad y sus hijos. Son cuatro días de un espejismo de otra ciudad.

 

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