El tiempo

 

R.C. Hopgood

Jay y yo estamos al final de la calle, mirando al mar, sentados en las piedras grandes que pusieron frente a las casas para reducir la erosión del mar contra las casas. Es el final del verano, y en un par de días me voy para los Estados Unidos a estudiar. El mar está bravo, huele a bomba y sargazo. Un par de surfers esperan olas en la distancia. Jay me mira y me dice, ¿que tú haces con eso? ¿Que qué hago con qué? Eso, dice Jay, y apunta a mi reloj Casio digital. Es el mismo reloj que uso desde por lo menos sexto grado, tal vez antes. Plástico negro, con cronometro, alarma y se puede usar bajo el agua hasta una profundidad de 200 metros. Perfecto para las expediciones de snorkling en Culebra. Ese es mi reloj, le contesto. Jay me mira con la confianza que siempre tuvo y dice, un tipo como tú no debe usar reloj. ¿Un tipo como yo? Si, tú sabes, un tipo como tú, artista, músico, free spirit, tú sabes.

Desde niños aprendimos el reloj, el show de las doce, el noticiero de las seis, la novela de las siete. Vístete para la escuela que son las siete y cuarto y te vienen a buscar a las siete y media. Entrada a las ocho, merienda a las diez y veinte, timbre de salida a la una y media. La misa de las siete, la de las nueve, diez y once, a las seis los sábados. Llegamos tarde, llegamos temprano. ¿A qué hora es el matiné del Grand? ¿A qué hora abre Kasalta? ¿A qué hora cierra el correo? Sesenta segundos en un minuto, sesenta minutos en una hora, veinticuatro horas en un día, treinta o trentiún días en un mes (excepto febrero), doce meses al año, cien años en un siglo. Por los siglos de los siglos, amén.

No importa, los boricuas llevamos nuestro propio tiempo, no tenemos que seguir esas reglas.

Pero esas son las reglas, todos los segundos iguales, todos los minutos iguales, todas las horas, días, meses, años, siglos, todos iguales y el reloj mide que mide. El tiempo en una cajita. Un ñame. Tic toc. Así cualquiera.

Raitrú, loco, le digo a Jay. Y así mismo camino hasta la orilla del mar mientras me desabrocho el reloj. Me meto en el agua hasta la rodilla, agarro el reloj en la mano, y lo tiro lo más fuerte que puedo. El reloj hace un arco en el aire sobre el mar, y al llegar al punto más alto, para en seco. Así mismo, loco, a medio vuelo. Como un fotofinish en el hipodromo. Ahí mismo me tiro en mi cama con sábanas del Correcaminos bip bip, y me pongo a mirar mi colección de sellos. Tengo un sello de la Isla de Navidad, me pregunto si será Navidad todos los días, tal vez un día pueda ir. También quiero ir a Mónaco y a Umm al-Quwain (mas que nada por el nombre). Y aunque me gustaría ir a Niasalandia y a Río Muni, sé que es imposible porque esos países ya no existen. Desaparecidos, puf, como los segundos del reloj. Los que nacieron ahí, ahora no tienen país donde nacieron. Yo por suerte todavía tengo, pero es una lucha. Me pregunto qué tipo de país seremos en el año 2000. Pero para eso falta mucho todavía. Esto va a ser todo un magical msytery tour.

¿Mami, le puedo subir el volumen? Esta es mi canción favorita. ¿Y no era la del Walrus? me pregunta ella. Si, esa también, pero esta es mejor en el carro. ¡Roll up! Vamos a la biblioteca de San Juan en el Mustang Mach Uno color mostaza de mami. Parece un carro de carrera, con una franja negra sobre el bonete y todo. Me pregunto, si uno fuera bien rápido en un carro ¿podría ir más rápido que el tiempo? Como Supermán, que le da vueltas al mundo tan rápido que mueve los relojes para atrás. Voy a sacar dos libros más de Salgari. El tipo escribió más de setenta y me los quiero leer todos. Me hubiera gustado vivir en los 1800s, en un barco y tener todas esas aventuras en el delta del Ganges, o en Damasco, o en el Lago de Maracaibo. Yo con Wan Stiller, Carmaux, Moko y el Corsario Negro escapándonos en una chalupa a mitad de noche. Un grupo de soldados españoles nos está buscando. Gracias al Conde de Lerma que nos ayudó a escapar de la casa del notario donde estábamos escondidos. Ya que lleguemos al Rayo estaremos a salvo. ¿Oyes los manatíes cantando?

¡Flaco! ¡Ese es Mick Shagger cantando! ¡Lo reconozco en cualquier lugar, esa es una canción nueva! El Marcelo se excita fácilmente, pero no tanto. Estamos en los bleachers de San Jorge viendo un torneo de volibol, sentados en la parte más arriba de los bleachers, no conocemos a nadie allí. Marcelo me cae bien y a mi me gusta explorar así que ok. Loco ¿tu estas seguro? ¿Los Rolling Stones? Si, flaco, es inconfundible. ¿La oyes?

Oigo, y lo que oigo es el plop del reloj cayendo sobre las olas que rompen en la playa de la Gertrudis. Los pececitos se revuelan al sentir la maquinita electrónica acercarse. Vamos a Obregón que tengo que comprar comida para los peces, me dice mami. ¡Siii! Me encanta ir a Obregón en la Loíza, en esa tiendita no cabe ni una pecera más. ¿Mami, cuántos años tiene el óscar de Obregón? Ay bendito, ese óscar debe tener como treinta años, es viejísimo. Mis favoritos son los peces disco, cuando yo sea grande voy a tener peces discos. Por lo menos dos. Y neones. Bien cool. Mi pecera va a ser una discoteca. El disco es mi música favorita y mi pez favorito. Bueno, de los de agua dulce, de agua salada es el pez león. El pez león se ve cool, pero en verdad es súper venenoso y además invade a todos los sitios donde se mete, debería llamarse pez imperial o pez americano. Pero son de por allá de Indonesia. Cuando vaya a Malasia voy a ir a bucear y a ver un pez león, igual que Sandokán. ¡Al abordaje!

Y el reloj se reposa sobre el fondo del mar y en par de minutos esta completamente cubierto por la arena. Pero, tic toc, sigue marcando el tiempo por varios años más. La arena lo entierra y lo desentierra y las olas lo mueven de aquí a allá y de allá a acá. Vive en el mar marcando el tiempo para los peces que lo miran y se ríen. Hasta que un día por fin se le gasta la batería y el plástico se descompone y el metal se corroe y el reloj se convierte en arena, igual a la que usaban para marcar el tiempo hace siglos, y esa arena llega a la orilla donde un nene la recoge para hacer una bola de arena. ¡La mejor bola de arena del mundo!

Tengo sueño y me duermo y sueño en el futuro. Estoy casado y tenemos una máquina del tiempo. Es como un carro cualquiera, parece un volky medio destartalado. Mi esposa y yo nos montamos como si fuéramos a ir al cine o al colmado. ¿Quién es mi esposa? Le quiero ver la cara pero no puedo, lo que si se, es que en la máquina del tiempo vamos a ir diez años al pasado, exactamente diez años. Diez años hasta hoy mismito donde estoy yo con Jay hablando al final de la calle. O sea, dentro de diez años yo voy a estar casado y con un volky que viaja por el tiempo, y mi esposa y yo vamos de vacaciones a visitar a Puerto Rico en 1984. Vamos a verme a mí allí en la playa hablando con Jay, y después caminando hacia la orilla y mira como tiro el reloj al mar, que decisivo. Todo como si fuera una película, pero allí mismo estamos, mi esposa y yo, en trajes de baño, cómodos, sobre toallas de playa en la arena, viendo al reloj volar por el aire y caer sobre las olas. Y vemos a Roberto dar media vuelta y caminar hasta donde Jay está riéndose al final de la calle. Roberto camina hasta él y le dice ¿Viste que fácil? Ya, libre del tiempo. Loco, estoy súper ready para la universidad. Y se chocan la mano bien en alto. Y ahí me despierto del sueño, y es el año 2016 y me quedé dormido frente a la computadora escribiendo un cuento. Mi hija me despierta, papá, papá ¿qué día es hoy?

 

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