CLARIDAD
El 2023 nos dejó un gobernante ultraderechista en Argentina, cuyo histrionismo desde la tribuna nos hace recordar a Benito Mussolini. El mismo tipo de personaje, aunque con menos muecas, asomó su cara en Países Bajos y España, aunque en este último país las fuerzas de izquierda lograron frenarlo. En Italia gobierna un grupo dirigido por Gieorgia Meloni, con una línea política parecida a la del ultra Viktor Orbán que desde hace casi quince años dirige Hungría. ¿Continuará esta tendencia en 2024 con el fantoche estadounidense Donald Trump? De Trump prevalecer, ¿le abrirá la puerta a Jair Bolsonaro?
En 2016 y 2018 Donald Trump y Jair Bolsonaro llegaron al poder utilizando el mismo marco institucional político que abjuran y combaten. Una vez estuvieron al mando de sus países, en Estados Unidos y Brasil respectivamente, no pudieron cambiar el sistema que obliga a consultas electorales periódicas y, al cabo de un término, se vieron obligados a dejar el mando y los anteriores partidos políticos -Demócratas en EU y Partido de los Trabajadores en Brasil- retornaron el mando. El propio sistema político que los eligió los sacó del poder, evidenciando la fortaleza de estas instituciones.
En ambos casos, el resultado electoral que certificó su salida de la presidencia de sus respectivos países fue muy ajustado y tanto Trump como Bolsonaro dejaron el poder a regañadientes. Alentados por ese cerrado margen en el total de votos, y agazapados detrás de sus seguidores más violentos, intentaron asaltar las instituciones que ya certificaban el triunfo de sus adversarios, en un esfuerzo desesperado por quedarse en el poder, pero ya era tarde. En primer lugar, porque el proceso de cambio político ya estaba por concluir y, en segundo lugar, porque tanto el asalto al Congreso estadounidense, como el ataque a las sedes del gobierno en Brasilia, fueron acciones desorganizadas, caóticas, desprovistas de objetivos claros y carentes de un centro de mando. Los perpetradores de aquel conato insurreccional terminaron siendo sometidos a procesos criminales y muchos están encarcelados. Los propios líderes, Trump y Bolsonaro, están siendo objeto de enjuiciamiento como secuela de aquel fracasado intento de para revertir a la fuerza el resultado electoral que los sacó del poder.
Ahora mismo, de cara al ciclo electoral de sus respectivos países, tanto Trump como Bolsonaro aspiran a volver al poder sometiéndose una vez más, muy democráticamente, al escrutinio de los votos. En el caso del estadounidense la cita electoral está convocada para dentro de apenas 11 meses y los sondeos que se realizan lo colocan al frente de la contienda porque, a pesar de todas sus acciones, conserva casi intacto su base de apoyo político. También le ayuda la extrema debilidad, tanto física como electoral, de su hasta ahora principal contrincante, el presidente Joe Biden. Si, como auguran los sondeos Trump regresa al poder, ¿podrán sobrevivir las instituciones políticas como ocurrió hace cuatro años o, como muchos temen, se encargará de destrozarlas desde adentro para imponer un cambio permanente hacia el extremismo en su país y, desde ahí, tratar de exportarlo al resto del mundo? ¿Tendrán fuerza suficiente esas instituciones para aguantar un nuevo ataque, en esta ocasión mucho más estructurado y organizado que durante su primer cuatrienio?
Quienes estudiamos el pasado encontramos ciertos paralelismos con otra experiencia histórica en el proceso que se vive en Estados Unidos en estos momentos y que se podría repetir en Brasil próximamente. Ocurrió en Europa hace cien años, también, como ahora, en la tercera década de una nueva centuria. La coincidencia de la década y lo parecido del proceso causa desasosiego.
Me refiero a cuando Benito Mussolini y Adolf Hitler, creadores de la ideología política que, con pequeñas variantes, ahora enarbolan Trump y Bolsonaro, llegaron al poder en Italia y Alemania. Ninguno de los dos asumió el mando político de sus respectivos países valiéndose de un golpe de estado o de una insurrección armada, sino que participaron en los procesos políticos, compitieron en elecciones y fueron invitados a formar gobierno por el jefe de estado luego de un proceso electoral muy competido. Tras llegar al poder, que el caso de Hitler llevaba una década persiguiendo, comenzaron a dinamitarlo desde adentro con terribles consecuencias para sus países y para la humanidad.
En el caso alemán, el partido de Hitler participó de buena lid en todos los procesos electorales con la excepción del último, el celebrado en marzo de 1933, pero ya en ese momento era de forma legítima el jefe del gobierno tras ser convocado por el presidente Hindenburg. Una década antes, en 1922, Mussolini había accedido a la jefatura de gobierno de Italia también convocado por el jede de estado en funciones. Lo que cada uno de estos personajes hizo tras acceder de forma democrática al poder político, lo sabemos todos.
No tengo la menor duda que si Trump y Bolsonaro vuelven al poder intentarán imponer cambios permanentes en el sistema político que los eligió para que ellos mismos, o la ideología que alegan representar puedan perpetuarse. La interrogante, claro está, es si lograrán imponerse. En ambos casos se trata de instituciones maduras que han sobrevivido mucho tiempo, en el caso estadounidense por más de dos siglos, muy diferentes a la República de Weimar alemana -recién creada y en permanente crisis- y a la débil monarquía italiana. Tampoco están presentes aquellas terribles formaciones paramilitares que consolidaron el poder del fascismo y el nazismo. (Entre la SA nazi y los “Proud Boys” de Trump hay una gran diferencia.)
De todos modos, todo indica que el 2024, con el proceso electoral estadounidense en primer plano, pudiera ser un año capaz de dejar cicatrices importantes.



