En Reserva-Escuchar la voz

 

Especial para En Rojo

Tan identitaria como la propia personalidad es el gesto sonoro, hilo cuasi espiritual al que llamamos voz. En muchos casos la voz precede a nuestra presencia y por lo general es aceptado que nos «define» desde una expresión muy íntima. Qué es lo que pensamos o bajo cuáles preceptos lo proyectamos se encuadran bajo el carácter intangible de nuestras palabras, transformadas en voz. La voz es simultáneamente nuestra equivalencia pasada por la conciencia asociativa, en tanto respondemos con efectividad a algo –esto no significa que lo hagamos de modo asertivo en todas las ocasiones ni mucho menos ideal– y por lo general como respuesta a las demandas de otros. Entrañamos, pues, un soplo concatenado a un logo o recurso discursivo que se emplea para idear conceptos y cosas. Es un intercambio sonoro efectivo que nos permite transigir con los demás. Sin este enigmático instrumento nuestros vínculos tendrían otra configuración.

Hago una pausa esencial para reconocer la absoluta capacidad comunicativa de la comunidad sorda y/o con dificultades graves para hablar mediante la voz, al tiempo que subrayo que mi interés con estas líneas está más conectado a la cualidad aural que nos embarga cotidianamente y de modo natural. Aunque no descarto que las personas introvertidas (como me autodescribo) puedan argumentar que aún sin la sonoridad de la voz los resultados interhumanos puedan sostenerse. Queda admitido. Pero, cuando me refiero a la impresión que causa una voz, deseo que conste igualmente su activa contraparte, la escucha. En la vida, admiro cómo las palabras suelen ser actos en sí mismo sin que la mera aseveración parezca paradójica. De hecho, a menudo nos servimos del entendido típico que nos demanda poner acciones allí donde emitimos palabras. Pero considero que emplear nuestra voz representa una elección que nos posiciona como actores con autonomía incuestionable.

La voz como figura acústica es parte intrínseca de nuestra experiencia y del propio ser. Bien lo expresa el teórico británico Steven Connor: “Nada me define más íntimamente que mi propia voz, precisamente porque no hay otra característica de mi persona cuya naturaleza tenga como fin trasladarse de mí hacia el mundo, de moverme a mí hacia él. Si mi voz es mía porque viene de mí, entonces también se debe reconocer que es mía porque sale de mí. Mi voz es literalmente la forma de transportarme a través de mis sentidos. Lo que yo digo, va”. La voz resignifica el modo en el cual somos recibidos en el lazo social. No se recibe igual la voz/escucha de quien educa que de quien declama. Aunque estaríamos de acuerdo con aceptar que la voz/escucha se nos presenta también como una determinación general para trazarnos pasos, destino, como una posibilidad sincronizada con la presencia individual que nos convoca a una empresa de trascendencia. Traigo, si se me permite, mi convicción de antaño que me sugería «dar voz a los sin voz» desde el lastimado oficio del periodismo. Una vocación que desde la estética que posteriormente asumí cuestionó mi supuesto papel de intermediaria y retó los modos colaborativos desde una ética más compleja, pero también más a tono con la interioridad subjetiva desde la cual me expreso.

Un espacio otro

En el transcurso de una experiencia psicoanalítica, en la que el sujeto del inconsciente accede hablar en la ausencia, es posible hallar una escucha plena para esa palabra franca recibida por el analista, sin la carga de un juicio y sin interés por otorgarle uno. La voz, la nuestra, encuentra en esta escucha un dispositivo para eso que nos evoca y que está fuera del lenguaje: una búsqueda individual –el Subject of the quest que magistralmente elabora el antropólogo, filósofo y psicoanalista haitiano Willy Apollon–. Digo fuera del lenguaje porque al apalabrarlo damos cuenta paulatinamente que pertenece a otra escena, al vuelo re-creativo que deja a un lado ese yo egoico tan connivente con la sociedad y que, como referí al principio, acompaña nuestra presencia social y la refuerza.

En esta otra escena donde el HablanteSer (Parlêtre decía Freud) se permite su singular búsqueda, se transfiere la voz, junto a otros sentidos, a una alternativa emergente, que irrumpe y señala otra mirada. Ya no sé es la misma voz que al inicio, y en esta primera instancia del proceso analítico, el acto contencioso estallará para desarticular los límites (los familiares, afectivos o socioculturales). En cambio, esta conexión encausará señas o sensaciones, memorias, sentimientos, sueños y titubeos que activan una significación personal muy exclusiva; si se quiere, incluso, reservada de los demás. En esta dimensión asertiva emerge el Deseo – uno cuya cualidad es la separación entre necesidad y demanda–, algo indelegable desde la onda momentánea de la voz, y que se asume desde un nuevo horizonte.

Será precisamente esa reverberación íntima la que conducirá a experiencias radicales que acerquen, desde el abismo –como suele decirse– a una nueva dimensión de nuestro ser. Asimismo, y sin desmedrar la realidad, la experiencia traerá consigo un encuentro con la soledad profunda. Una travesía por el umbral de la indelegable responsabilidad propia y de la estética particular de sentirse vivo y comprometido con ese deseo.

 

 

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Dalila Rodríguez Saavedra

 

 

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