En Reserva: La federalización de la literatura puertorriqueña

 

Especial para En Rojo

La literatura puertorriqueña parece estar, casi en su totalidad, auspiciada. Auspiciada, desde el exterior. Fondos, becas, grants, fellowships se esparcen, salpican, se multiplican. Parece que nadie queda inmune a este constante desparramamiento de fondos “federales”.

La expansión de este auspicio parecería tener como elementos constitutivos los siguientes dos factores.

1) Nuestra precariedad. Desde la crisis estructural que estalló en el 2006, la economía se ha achicado en un 20%. Se han perdido más de 200,000 empleos. Una mayor parte de las ganancias producidas (o que circulan) en la isla se quedan en los bolsillos de los capitalistas. El costo de vida ha aumentado de forma dramática. Ciertas instituciones que antes podían cobijar a escritores/as, como el Instituto de Cultura Puertorriqueña o la Universidad de Puerto Rico, han sufrido el ataque de los recortes presupuestarios neoliberales. El Departamento de Educación, otro posible refugio para los escritores/as, ha atacado al magisterio, en parte por la feminización de la pobreza común al capitalismo y en parte por revanchismo patronal contra un sector militante del sindicalismo. Y del capital privado, es decir, de las industrias culturales o educativas, no hay mucho que esperar. Los periódicos patronales en su mayoría han desarticulado sus secciones culturales. Las universidades privadas propician la precariedad, no la evitan.

2) El huracán María y la filantropía gringa. Parecería haber una correlación estrecha entre la manera en que la dictadura colonial se agudiza (a través de la Junta de Control Fiscal) y la filantropía estadounidense se acrecienta y afianza en la isla. Colonialismo y filantropía: dos caras de una misma moneda, o de un mismo movimiento político-económico que invade la isla. Pero la agresión de la Junta se entrelaza con el desastre natural y social del huracán María, que intensificó la entrada masiva de fondos federales y fondos filantrópicos (también, federales). El “sentimiento de culpa” del colonizador hacia el colonizado se ha manifestado a través de los Mellon, de los Ford, de Open Society, que llegan en el mismo bote o avión, en el mismo contexto, en que llegaron White Fish, Kobra, Quanta, ATCO.

Caricaturizo, por supuesto. No es lo mismo LUMA que Flamboyán. Con el estridentismo, solo quiero resaltar que la creciente dependencia económica posterior al desastre natural coincide con la creciente dependencia del sector cultural a estos fondos externos. Estamos ante el peligro de la federalización de la literatura.

El problema con esta federalización no es, por supuesto, puramente nacionalista. En Puerto Rico, el talento sobra, pero tenemos a nuestros mejores escritores, no ya al borde de la pobreza, pero persistentemente en ella. Si la reproducción social se dificulta, ¿cómo, desde ella, crear? No es un problema el que una persona con talento gane unos fondos que alivien la precariedad de la existencia isleña. Para muchas, la diferencia entre recibir los fondos y no recibirlos es la diferencia entre escribir o no escribir, entre quedarse en la isla o mudarse al omnipotente confort desideologizado de la vida suburbana estadounidense. Hay fondos, además, que se otorgan bajo la mayor libertad artística para quienes la reciben. Esos no constituyen el núcleo del problema.

El problema pudiera darse cuando la precariedad y la invasión de fondos se mezclan y, por determinados momentos, dictan las pautas de la literatura, de sus proyectos, de sus eventos. Pudiera ocurrir un proceso similar al que se ve con las luchas políticas y la cooptación por parte de Organizaciones No Gubernamentales: los proyectos políticos empiezan a ser dictados por los fondos a los que se tienen acceso. (Sobre esto último, recomiendo el libro The Revolution Will Not Be Funded. Beyond the Non-Profit Industrial Complex.)

En este caso, por ejemplo, la manera en que me concibo como escritor, el trabajo que hago, tendría que moldearse a lo que quiere la beca o los fondos en cuestión. Dicho de otro modo: tendría que moldearse al mercado cultural externo, sobre todo el relacionado a la literatura latinx y a lo que a los estadounidenses les interesa de los problemas puertorriqueños (capitalismo del desastre, descolonización jurídica, crisis energética). De la misma manera que el mercado externo domina el puertorriqueño, el mercado cultural externo parecería llegar a la isla y desequilibrar el espacio cultural interno. Y ni hablar de los poderes (locales y foráneos) que están detrás de la toma de decisiones…

Como escritores, el peligro de la federalización de la literatura es que nos pone ante la espada y la pared por nuestra precariedad. Entre el camino de la creatividad independiente y la escritura subvencionada, ¿cuál tomar?

Hay una pregunta todavía más difícil de contestar: ¿esa decisión está en nuestras manos?

El autor de estas líneas no ha sido inmune al problema. La precariedad de ser docente sin plaza a tiempo parcial me llevó, en una ocasión, a solicitar a una beca (¿o fue fellowship o grant? No recuerdo). Junto a mí, otras dos compañeras conversábamos el proceso. Y a todxs nos preocupó, precisamente, este moldeamiento necesario para adquirir los fondos. Y el moldeamiento dio inicio desde la pregunta más básica: ¿quién soy? A la hora de catalogar nuestro oficio – y era necesario para solicitar a esta beca –, estuvimos les tres con serias dudas de personalidad propia.

Estando al borde del desempleo universitario, ¿soy académico? Bueno, investigo y publico ensayos de crítica, pero… ¿son “académicos” los textos que escribo, que buscan conjugar la crítica con los intentos de una ensayística creativa? Además, ¿cómo compaginar esa categoría con el resto del trabajo creativo que hago?

Si no soy académico, ¿seré gestor cultural? Pero… ¿qué es eso? Todo lo que gesto, lo gesto desde la “pre-profesionalización”. “Gestor cultural” son palabras mayores. Eso se estudia. Es un oficio de verdá. Editor y embelequero, militante de las impresiones, quizás, pero hasta ahí llego…

La falta de categorías estables, o de oficios definidos, es, también, una característica de nuestro entorno cultural y algo que otros autores (pienso en Aimé Césaire y su entrevista en el 1968 en Casa de las Américas) han señalado como un elemento común de las culturas caribeñas, indisciplinadas en el sentido en que no se amoldan a las definiciones estrictas de las disciplinas. (Los literatos escribimos de historia sindical, y los sindicalistas de poesía.) Pero si las categorías que se establecen se deciden desde afuera, habrá un evidente desfase entre realidades. Y la que decide hacia donde van los fondos y qué proyectos auspiciar es la externa.

Nunca recibí la beca. Por un lado, sentí alivio: mi proyecto de ensayos de poesía no tendría que moldearse a ciertos cánones interesados en relacionar el proceso de descolonización con las artes creativas. Pero la dicha de no tener que acomodar mis proyectos literarios a deseos externos se enfrenta a la dificultad de la reproducción social en la isla y al problema de si mi proyecto, en sí, es realizable. ¿Cuántas clases tendré el próximo semestre? ¿Cuántas tendré que enseñar para saldar las cuentas? Si vuelvo a tomar el otro trabajo, ¿podré seguir con mi libro sobre poetas contemporáneos? ¿Y qué de mi trabajo creativo?

Una vez más, los destinos de la historia literaria y de la economía se entrelazan. Ambos caminos ante nosotros implican sacrificios. En mi caso, y mientras pueda, opto por el camino de la independencia de criterio, que quizás reduzca el tiempo de ocio libre y, por tanto, el tiempo para producir y la ambición y el alcance de mis proyectos, pero me permite, todavía, dentro de ciertos límites, crear bajo mis propios términos.

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