En Rojo
Temo embrutecer. La polución sonora y el déficit de atención cortesía del teléfono así lo constatan: con el pasar de los años, olvido palabras y encuentro otras que no sabía conocía. Cuando emanan de mi boca o de mis dedos, sé que las tragué en mi vida pasada de lectora voraz. Se quedaron allí, en remojo, hasta surgir de repente. Sumida en esta tangente, pienso: cuántas vidas he vivido a través de la Literatura —oh, deidad—, y cuántas vidas viví el año pasado. Cuántas vidas posibles pude haber habitado de haber tomado equis decisión. Ante mí, como un abanico de cartas del póker, o ante una lectura tarotiana en la botánica menos sospechada, las observo y rindo homenaje a lo que es y pudo ser.
Además de haberme paseado por los pasillos tenebrosos de la soltería puertorriqueña y de sobrellevar los afectos fantasmales, me vertí más en el ámbito cultural y en la esfera política en 2024, año de elecciones. Recogiendo hace poco el reguero de mi cuarto, voló de una de mis libretas cual ave vencida, en V —oh, ironía— mi Certificado de nombramiento como funcionaria de colegio, una experiencia tan caótica y gratificante como el Escrutinio, donde me codee con expertísimos en las mesas que me tocaron —hay que decirlo, de los cuatro partidos, con ausencia casi absoluta de Los dignos—, y seres sonámbulos que oscilaban entre el delirio y la conciencia, pues nos faltaban horas de sueño, justicia y pautas a seguir que no cambiasen de un día a otro como cruel juego de sillas.
El llamado a sumarme tan apresta a los quehaceres sociopolíticos fue inefable, aunque las cenizas de las elecciones 2020 las seguía oliendo durante el cuatrienio. Insuflada de curiosidad e indignación hacia la derecha puertorriqueña, tomé los talleres (tres veces); anoté cosas (jeroglíficos que apenas pude descifrar luego), leí el manual (en horizontal, pues soy asalariada), y me anoté a las actividades que buenamente pude para pulirme, conocer a tantos otros y tentar la Alianza desde mi humilde trinchera. Llegué al colegio el día de las elecciones, mañana húmeda de noviembre, con regocijo en el corazón ante la posibilidad de servir y transformar la pesadumbre y esperanza en algo tangible y de impacto.
Aquel día, repetí las instrucciones tantas veces que quedé casi afónica a media tarde, como los Sharpies del maletín; di tantas rondas por el salón que las demás funcionarias me mandaron a sentar, a comer, con calma, para volver a ponerme de pie con la llegada de cualquier ser que atravesase el umbral: palmados, jaldarriberos, pipiolos, ovejas negras, supuestos dignos; salí del colegio nuevamente de noche para quedarme dormida y amanecer en 2016, empeorado, pero no sin antes cantarles a los que quisieran saberlo que el voto mixto de la papeleta legislativa era 1-2-1-1, con buenísimos y nefastos resultados dependiendo de la hora en que el votante haya ingresado al colegio, de mi nivel de cansancio y asombro ante todo detalle a correr en pos de la democracia.
En mesa de escrutinio, en lugar de dominós, papeletas: soñé con ellas en más de una ocasión durante los meses de noviembre y diciembre. Tras unos meses de descanso, y de recordar algunas de las anécdotas compartidas allí por aquellos que pasaron día y noche sin tregua en el Coliseo y en otros campos de batallas políticos de antaño; tras rememorar esos cursos improvisados en buenas y malas prácticas de escrutinio y sentarme nuevamente ante la televisión, la computadora, ante ponentes en foros que discuten las repercusiones inmediatas y a largo plazo de los elegidos, constato las diferentes decisiones que me trajeron hasta aquí. Confirmo y saludo las vidas posibles que pudieron ser, como la Alianza, de haberse dado una decisión sobre otra, o algunos hechos concretos; de haberse dado diferentes actores y tiempos, quizás. Hay tiempo para el recuerdo y la reflexión; para la crítica y la suposición, y tiempo para emprender vuelo. Pienso en las vidas posibles que serán a partir de hoy.