En Rojo
El teatro del absurdo no es absurdo. Lo que es absurdo es el mundo. Así que hay muchas maneras de asumir ese modo de ver y hacer las cosas en escena; la diaria y la teatral. Historia de horror casi en blanco y negro no es Carnaval afuera, carnaval adentro ni La cantante calva. Porque el autor es Joaquín Octavio.Tanto Teatro Absurdo, como el dramaturgo, tienen su propio modo de hacer arte. Y “el absurdo” no es un concepto homogéneo. Yo me divierto tanto que salgo feliz cada vez que veo un trabajo de esta compañía (sí, yo sé que nadie usa esa palabra ya).
¿Qué me gusta de Teatro Absurdo? Que presentan un espectáculo redondo. Fondo y forma. No quiero sonar como un estructuralista húngaro pero ese fondo se refiere al contenido o el tema principal de una obra que asocio a una metáfora musical. La idea, la situación principal. Por otro lado la forma es cómo se presenta esa idea general en estructura y estilo. Lo que se dice y la forma de decirlo. Hasta cómo se mueven al decir los actores y los objetos.
Como ya conozco la rigurosidad de Teatro Absurdo y lo que son capaces de hacer con versiones de relatos de Gogol (La nariz), asistí a Historia de horror casi en blanco y negro con la expectativa de ver buen teatro. No decepcionan.
Se empieza a disfrutar desde que tienes el programa en tus manos. Un periódico, El absurdo, diagramado por Carina Tort, Pamela Báez, Cristina Agostini Fitch contiene las fichas técnicas y una breve historia de la obra. Me gusta que se recuerde el montaje de hace ¡veinte años! en el inolvidable Teatro Estudio Yerbabruja de la calle Brumbaugh en Río Piedras. Allí, esta obra se representó en un espacio mucho más pequeño que el Francisco Arriví, pero precisamente por eso, casi estábamos participando de la obra. Poco más de una docena de actores y el público casi sobre el escenario. OK, estoy jugando con la palabra “casi”.
La obra de Joaquín Octavio, decíamos, se representó hace dos décadas. Verla tanto tiempo después es interesante porque se trata de un trabajo de escritor y actores jóvenes que en esos veinte años han demostrado que aquel talento solo se ha convertido en excelencia y el texto conserva su gracia y su energía. Además, cuando se inicia el espectáculo aparece en escena Iván Olmo. Como diría mi amigo siempre bien recordado, Eliott Castro: ¡Qué bueno es! Todo en Olmo es presencia escénica, ya sea por su formación en pantomima, teatro físico, y ocupa el espacio sin aspavientos. El gesto, el movimiento adecuado y necesario para transmitir significado. El que sea. Como soy antiguo, pienso en el monstruo de Chaplin y en Keaton, porque en silencio decían mil cosas. Iván Olmo parece que ha visto mucho cine. Es un actorazo.
José Eugenio Hernández, como el Detective Clásico, y Jessica Rodríguez, la Viuda Sexy, logran -en ese tono de farsa que lo rodea todo- darle credibilidad a los personajes. A ver si me explico. Nada hay ahí de exageración y búsqueda de risa fácil. Digo credibilidad en el mundo de la representación, del tono buscado con rigor. No he visto, en teatro o en cine, un trabajo de Hernández que no sea bueno. Confieso que no conocía a Rodríguez como actriz y lució perfecta en el género. Mientras la veía pensé en Jessica Rabbit, aquel personaje animado de Who Framed Roger Rabbit, pero no digo más porque ustedes no habían nacido. Rodríguez hace esa parodización de la femme fatal con igual rigor que Hernández hace lo suyo. Y no es fácil proponerse sexy y graciosa con ese equilibrio actoral que mostró.
Freddy Acevedo, ese actor, dramaturgo y prestidigitador hace lo suyo, incluyendo un truco de fuego. Freddy tiene el talento de la buena dicción y, al igual que el resto en general, y de la mesura aún dentro de lo absurdo. Nada aquí es excesivo. Caricatura clásica, no desorden.
Destaco la actuación de Lourdes Quiñones. La Señora Matagatos es excepcional. ¡Qué voz clara y llena de matices! Paradigma de la gracia en escena. Tempo perfecto. Casi quise verla como protagonista de su propio absurdo o farsa de amor compradito.
Pero igual digo que nadie en esta puesta en escena desmerece. Todos hacen lo suyo con eficacia. No solo la actuación es buena. El diseño de vestuario es fuera de serie. El diseño, como en La nariz, de Cristina Agostini Fitch, de premio. (¿Hay premios a fin de año?) La escenografía minimalista y adecuada al género Bernat Tort, a quien conozco como filósofo de la ciencia. Luces a punto de Héctor Negrón. Las coreografías son de Olmo y Octavio, y si bien uno aprecia las de Bollywood, esto es Santurce y están bien.
Nada, ahora les digo que los párrafos anteriores son una excusa. Yo solo quiero agradecer. Si una veintena de personas se reúnen a hacer teatro pienso que el mundo es mejor, Teatro Absurdo los reúne para crear ilusión. Situaciones absurdas y personajes extravagantes para reflexionar sobre la naturaleza misma de la vida. Se juntan para presentar sin sermones asuntos como la alienación, la violencia, la incomunicación, la pérdida de sentido. Lo que permite cuestionarnos las estructuras sociales y políticas y hasta el modo en el que interpretamos el mundo. O sea, que les agradezco el humor, la ironía, la catarsis. Ojalá puedan llevar su trabajo a toda la isla.