Julio Ortega entre nosotros

Muy pocas veces dedicamos un espacio a reconocer el trabajo de nuestros colaboradores, hoy queremos dedicar este espacio a un compañero que de sus 80 años cumplidos, 40 de ellos ha sido porteador de nuestro Semanario. El compañero Julio Ortega a dedicado siempre parte de su tiempo a llevar CLARIDAD a amigos y simpatizantes. Celebramos la vida de Julio y agradecemos su dedicación. ­—AMF

 

Por Wenceslao Serra Deliz

   Después de muchos años descubrimos que su verdadero nombre es Julio Luis Ortega Miranda.  Y que, además, nació un diez de diciembre de 1939 en Río Piedras asistido por una tradicional comadrona, presumiblemente de cabeza, como es  deseable.  Sus padres fueron don Julio Ortega Flores, de Cayey, y doña María Luisa Miranda, de Mayaguez.

Su madre falleció cuando apenas tenía siete años.  Más tarde, el padre toma clases nocturnas en la Vila Mayo, donde conoce a su tocaya Julia Alejandro, viuda, con quien contrae segundas nupcias, poseído por un renovado entusiasmo conyugal.

Es el tercero de seis hermanos, a saber, Elba Esther, María Mercedes, Radamés, Socorro y Humberto.  Se le conocía por el apodo de Guí.  Su niñez y adolescencia transcurren en el Barrio Capetillo, Residencial López Sicardó y el Barrio Venezuela de Río Piedras.  Me dicen que Julio y Radamés usaban el recorte mohicano, ambos lados de la cabeza rapados  y una franja de pelo en el centro.

En algún momento de su juventud el padre compró una bicicleta JC Higgins algo defectuosa de tracción para uso de todos los hijos.  Eso le despertó un olímpico deseo de pedalear hasta el pueblo de Cayey junto a dos amigos casi maratonistas.

El defecto de la bicicleta hacía doblemente difícil es esfuerzo de este aficionado entusiasta.  Sus dos amigos, haciendo gala de solidaridad, esperaban por él en diversos puntos del largo trayecto. Con un dinero que le dio el padre pudo comprar un litro de guarapo de caña que bebieron los tres como único aliciente y consuelo en este durísimo trayecto.

Me informan que a los 16 años entró a la Guardia Nacional en el programa de  ejército voluntario.  Según confesión propia, ahí estuvo un año y diez meses Decidió retirarse de ese programa debido al autoritarismo, racismo y prejuicios que reinaban en esa milicia, donde incluso le habían prohibido usar su recorte mohicano. Parafraseando a Eduardo Galeano, podríamos decir que un civil más impica un militar menos y, definitivamente, esto es mucho mejor para la Humanidad como lo comprueba su propia historia personal.  Imagino que esa misma línea política lo llevó de alguna manera a unirse más tarde a la dura lucha por sacar a la Marina de Guerra norteamericana de Vieques, por lo que sufrió prisión junto a muchos valientes compatriotas. No es sorpresa, entonces, que también fuera carpeteado por la ignominiosa y mal llamada división de inteligencia de la  policía estatal.

Retomando el hilo cronológico, vemos que Julio estudió en la escuela elemental del barrio Venezuela, en la intermedia Barbosa, graduándose más tarde en la superior Repúlica de Colombia. En ésta hizo muchos amigos que continúan reuniéndose a través de la directiva de la clase graduanda, que sobrevive en gran medida gracias al trabajo de Julio como organizador y activista.

En 1965 obtuvo un bachillerato en la Facultad de Comercio de la UPR. Su orgulloso padre invitó a celebrar con una botella de Chivas Regal 15 años añejo que tenía reservada para una ocasión especial como ésta.

En 1968 casó con Daisy Rivera Olivieri. De esa unión nacieron Julito y Enid.

Hay testigos de que fue un padre excelente y amoroso, siempre atento a las necesidades de sus hijos, tanto en el hogar como en la escuela.

En 1966 comienza a trabajar como economista en la Junta de Salario Mínimo del Departamento del Trabajo, donde laboró por 30 años. Su labor principal consistía en visitar diversas industrias y empresas para obtener información financiera que se utilizaría para establecer el salario mínimo por sectores industriales y áreas geográficas.

Allí tuvo destacada participación en la Hermandad de Trabajadores, de cuya directiva formó parte. Se dice que lo mismo escribía un artículo para el periódico que tomaba y revelaba una foto, encalaba una silla o arreglaba una conexión eléctrica, habilidades que desarrolló desde joven ayudando a su progenitor. Era, además, una especie de padre protector con mujeres y varones, además de cooperativista y sindicalista. Un testigo afirma que lleva 40 años, nada menos que la mitad de su vida, distribuyendo el semanario Claridad, por lo que las autoridades policiales deben sospechar que es un partidario insobornable de la soberanía patria.

Hay que destacar que nuestro amigo Julio inició una novedosa estrategia sindical. Como recordarán, mientras laboraba en la Junta de Salario Mínimo tenía que viajar por todo el país en su auto privado, por cuyo concepto recibía un reembolso de los gastos incurridos.  En cierta ocasión el pago se atrasó mucho más de lo normal. Sumamente molesto, nuestro amigo desmontó una de las ruedas de su carro, se dirigió con ella a la oficina del supervisor y la puso encima de su escritorio.  Desconozco cuán efectiva resultó esta acción reivindicativa juliana, y si fue adoptada alguna vez por el sindicato.

Margarita Asencio nos contó sobre la contribución de Julio cuando a HEDET alquiló un nuevo local.  Nuestro amigo, ni corto ni perezozo, se lanzó de inmediato a diseñar  construir un cuarto de trabajo en el cual incluyó las facilidades para revelar  y procesar fotos, con el propósito de reducir gastos para el sindicato.  Así ponía en acción su pensamientos y habilidades.

Su carácter se nos revela una vez más en una anécdota que surgió en cierta ocasión en que visitó a Vieques. Allí tuvo la necesidad de comunicarse urgentemente co la isla grande y buscó una cabina telefónica, la cual encontró ocupada. La persona que allí estaba se tardaba muchísimo, hasta el punto de que, ya muy molesto, Julio le corta la llamada y le advierte que el teléfono se hizo para acortar distancias y no para hacer visitas.

Mi esposa Nilda y yo conocimos a Julio en la década del 80, cuando ella ocupaba el puesto de administradora en el Colegio Montessori que dirigía entonces Rei Segurola. Ese proceso se aceleró con la amistad de nuestros hijas e hijo. Como todos éramos amantes de la playa y sus atardeceres espectaculares, Julio conseguía los formularios para solicitar las cabañas veraniegas de Boquerón, donde pasamos veranos inolvidables junto a nuestras familias y a Franky Ferrer y esposa.

Grabó en video algunas actividades literarias de nuestro Grupo Guajana en la famosa Casa Aboy, así como una serenata diurna que llevamos el violinista Rafael Castillo y yo al Boquio Alberty en el hospital donde pasó sus últimos días.

Desde que lo conozco ha tenido siempre una hermosa amante, la buena música popular, cosa que ha sido siempre tema perpetuo en nuestras conversaciones. Para mi penúltimo cumpleaño me grabó un cedé para el que hizo tan buenas selecciones que se convirtió en un éxito en mi carro y casa.

En su vida han surgido sombras inesperadas que hubieran paralizado y desesperanzado a muchos, pero que en su caso no han podido convertirlo en un paia del destino ni empañar su corazón generoso. Por el contrario, casi ha vuelto a nacer para continuar siendo el mismo entre nosotros.

Por lo que a mí respecta, doy gracias a la vida por haber conocido a una persona que le devuelve a uno la fe en la Humanidad en un tiempo de tantas crisis  con un futuro tan amenazado por la corrupción, el colonialismo y deudas obscenas e impagables. Nuevamente, gracias Julio por existir y seguir siendo el gran amigo insobornable de siempre.

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Agradezco la colaboración de Brenda Joanne Sepúlveda, Franky Ferrer y Margarita Asencio.

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