La lenta oscuridad que se avecina en In a Violent Nature y Longlegs

 

 

Especial para En Rojo

Desde que en el 2022 un grupo de críticos en Sight & Sound nombró Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles (dir. Chantal Akerman, Bélgica y Francia, 1976) como la mejor película del cine, muchos argumentan que esta le robó el reconocimiento a otras joyas como Citizen Kane (dir. Orson Welles, EE. UU., 1941) o Vertigo (dir. Alfred Hitchcock, EE. UU., 1958) por políticas de identidad. Ellos explican que en estos tiempos woke, la película sobresale porque en ella domina la perspectiva de una mujer (Jeanne Dielman, actuada con una sutileza fascinante por Delphine Seyrig), porque la directora era abiertamente queer y/o porque era feminista. El punto es que estas personas no pueden entender cómo una película tan lenta, donde la cámara sigue a Dielman haciendo sus rutinas diarias en silencio por casi tres horas y media, puede ser tan valiosa como otros clásicos. Muchos de los filmes que me han marcado como cinéfilo llevan un ritmo sumamente lento y sobresalen porque permiten que el espectador habite un lugar y coexista entre personajes que se sienten reales por su profundo desarrollo. En Jeanne Dielman, nos detenemos al lado de la protagonista mientras ella cocina, limpia la casa, hace sus compras y se sienta a la mesa a comer en silencio con un joven que parece ser su hijo. Pero Dielman gradualmente se derrumba. El acto final es impactante precisamente porque rompe con la narrativa visual y por la pausada actuación de Delphine Seyrig. Esta es una película que persiste y su gloria se debe mayormente a su parsimonia.

El cine, tanto como el arte en general, siempre desafía la narrativa convencional y repetitiva. Un cineasta (y uso la palabra de manera inclusiva como el concepto teatrero, que identifica a cualquier miembro de una producción sin importar jerarquías de poder o roles) innova a su manera sobre una película dentro del área en la que trabaja. Por ejemplo, en el cine de género, contamos con unos lugares comunes que cada película comparte para así identificar por esas conexiones su molde ya sea de horror, de comedia o de acción, entre otros. Sin embargo, un buen cineasta (libretista, director, músico, actor, fotógrafo, editor, etc.) expande en el género para dejar su huella. Los que somos fanáticos del cine de terror, hemos visto obras poderosas que van desde la joya navideña, Black Christmas (dir. Bob Clark, Canadá, 1974), donde una sororidad es asediada por un asesino movido por su violencia misógina; a The Texas Chainsaw Massacre (dir. Tobe Hooper, EE. UU. 1974), donde un grupo de jóvenes entran en la casa de una familia caníbal en la que brilla el imponente Leatherface. Ambas películas popularizaron tropos que vemos florecer de maneras particulares en la más reciente In a Violent Nature (dir. Chris Nash, Canadá, 2024). En esta última, sentimos la desesperación de las víctimas, pero tan solo a través de los ojos del monstruo. La cámara siempre se mueve un paso detrás de la criatura. Durante la película, cuyo final debilita la maravillosa innovación sobre el género del terror al devolverle la narración a la víctima, el monstruo vaga por largos momentos a través de los sonidos de la naturaleza con una poderosa ausencia de diálogo. En silencio, se acerca a cada uno de los jóvenes que violentan la calma de la campiña para destazarlos sin un ápice de emoción. In a Violent Nature no solo reta la tensión del genero del terror, que tradicionalmente se construye al privilegiar la voz de la víctima, sino que también prioriza el ritmo narrativo lento mientras el asesino se acerca a su próxima presa.

El cine de Oz Perkins también brilla por su andar despacio ya que el director construye cuidadosamente la atmósfera de sus historias. En I Am the Pretty Thing That Lives in the House (dir. Oz Perkins, Canada, 2016), Lily (Ruth Wilson) cuida una paciente encamada con demencia que fue escritora de literatura de horror. Lily comienza a experimentar sensaciones raras que la llevan a leer una de las novelas de su paciente. Poco a poco, la realidad comienza a desaparecer y el ambiente de la casa se torna en una pesadilla. El filme no es perfecto ya que su final es algo apresurado y Perkins nunca llega a desarrollar las proporciones espeluznantes hacia las que apunta la historia. Sin embargo, la película se siente como una oda oscura a una casa vieja donde otras vidas han dejado su presencia. Esa energía que persiste se siente en los huesos, en los celajes que casi se ven y en los libros de una escritora que ya no está presente. Aunque muchos críticos rechazaron I Am the Pretty Thing…, la película encierra al espectador en una casa iluminada con algunas sombras que nos observan desde las esquinas.

En su más reciente Longlegs (Canadá y EE. UU., 2024), Perkins cuenta la historia de Lee Harker (Maika Monroe), una agente federal que persigue a un asesino en serie obsesionado con el ocultismo. El sospechoso principal es Longlegs (Nicolas Cage), un hombre misterioso que puede estar relacionado a los asesinatos, aunque se desconoce de qué manera. Perkins es un director con un toque único. El personaje de Longlegs sale muy poco en la película y, por eso, la extraña actuación de Cage combinada con su bizarra apariencia visual son una alucinante explosión de presencia. La actuación exagerada de Cage contrasta la frialdad del personaje de Harker, que esconde un trauma que puede tener conexiones a los asesinatos. Lo interesante del trabajo de Perkins es su concentración en lo atmosférico. En Longlegs predomina el punto de vista de Harker, un detalle que la cinematografía de Andres Arochi enfatiza por su uso de grises y de una tenue luz solar. Estamos en un mundo casi en sombras y marcado por la violencia. De hecho, todas las películas de Perkins, que también incluyen The Blackcoat’s Daughter (Canadá y EE. UU., 2017) y Gretel & Hansel (Irlanda, Canadá y EE. UU., 2020), son historias donde sus protagonistas mujeres confrontan entes oscuros con los cuales cada una interactúa de maneras muy particulares. Este conflicto se desarrolla en ambientes marcados por las luchas internas de las protagonistas y por el avance lento hacia una resolución que tan solo funciona en los impasibles parajes de Perkins.

In a Violent Nature, que pueden alquilar en cualquier plataforma; I Am the Pretty Thing That Lives in the House, que pueden ver en Netflix; y Longlegs, que se exhibe en las salas de cine de la isla, no son experiencias fáciles ni perfectas. Sin embargo, ambas se toman su tiempo para explorar textos de maneras únicas. Ambas son precisamente el tipo de cine que busco por sus propuestas extraordinarias.

 

 

 

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