En Rojo
La tarde del 10 de noviembre asistí a la última función de La nariz en el Teatro Francisco Arriví. Quise ir porque se trata de un relato clásico del absurdo, y porque la compañía se llama así: El Absurdo. Ya me fueron ganando.
No es fácil adaptar un cuento al teatro. Escrito por Nikolai Gogol, se publicó por primera vez en 1836. La historia gira en torno a un funcionario público de San Petersburgo llamado Kovalyov (Kabera, con K en la deliciosa versión de El Absurdo) que se despierta un día y descubre que su nariz ha desaparecido. A medida que la narrativa avanza, se revela que su nariz ha cobrado vida propia y ha comenzado a vivir como un hombre independiente.
El cuento es una sátira social que explora temas como la identidad, la vanidad y la alienación y la burocracia en la sociedad rusa del siglo XIX. Este atrevido director, Joaquín Octavio y este osado elenco, Iván Olmo, Israel Lugo y Marisa Gómez Cuevas, toman el relato y construyen una divertida e inteligente versión casi santurcina, caribeña -bueno, del precinto 3- en 2024. Yo podría resumirles el asunto de este modo: fui feliz desde el primer minuto y horas después de ver la obra. ¿Por qué?
Permítanme explicar un poco. Digamos que la representación teatral es un cúmulo de acciones que tienen que funcionar. Joaquín Octavio a versionado el cuento de Gogol en una comedia fascinante con excelentes parlamentos y acciones, y convirtiendo a la voz narradora en un personaje protagónico. Y es que sin dudas, esa voz de Kairiana Núñez Santaliz llena el espacio escénico como una presencia sonora llena de matices. Los intérpretes dan vida a los personajes con una actuación de fundamentos, de dominio, comunicando emociones con el gesto, el movimiento corporal, con la voz en control. Sin duda una gran labor del director que es responsable de la visión artística de la obra, coordinando actuaciones, movimientos, algún bailecillo alegre y la interpretación general del texto. Y en estos asuntos hay que decir que fue impecable.
Como si esto fuera poco, el vestuario estuvo de ensueño. La ropa y accesorios que usan los actores, que ayudan a definir los personajes y su contexto histórico o social como arquetipos que resisten el tiempo y la geografía: genial. Las creaciones de Cristina Agostini Fitch daba gusto mirarlas.
¿Escenografía? El diseño del espacio escénico, que incluyó decorados minimalistas y hermosos muebles sacados de un sueño (Juan Fernando Morales, Blanca Ortiz), deja espacio para la hermosa coreografía con la que Olmo, Lugo y Gómez Cuevas se lucen todo el tiempo. A eso añadimos una iluminación eficaz en todo momento (Héctor Negrón), estableciendo el tono y la atmósfera, guiando la atención del público y resaltando momentos clave con una calidez de fiesta bien organizada. Como elemento complementario y esencial el diseño de animaciones, video, fotos, música y sonido (Peña, Jara, Dimas), proveyeron todo lo necesario para ubicarnos en un espacio particular que, a su vez, diera espacio a la imaginación.
¿Dije que las máscaras de Y no había luz aportaron significativamente a ese ambiente circense? Pues lo digo ahora. Y todo esto, con una coherencia magistral. Vi un trabajo riguroso, profesional, una ingeniosa crítica social sobre los mecanismos del poder para mantenerse: la burocracia y la desidia.
Agradezco a todas y todos los que hicieron posible este deleite teatral. Y en tiempos absurdos como los que nos tocan, esta es una puesta en escena que merece ser vista alrededor de la isla. Además, ¿no nos merecemos todos ver buen teatro?