Especial para En Rojo
En 1986 Griselda Gambaro, primera dramaturga argentina, escribió Antígona Furiosa. Desde entonces se estudia en las universidades y centros de formación teatral como teatro político contemporáneo, cuyos recursos retóricos son lo inconexo, la fragmentación y el carácter irreverente de lo contemporáneo desgarrando la pieza original de Sófocles para crear un urgente drama a retazos, unos clásicos otros actuales, que se oponen a la dictadura ayer y hoy. Nadie en Puerto Rico la cuestiona. ¿Será así con la pieza que comentaremos a continuación? El 10 de octubre de 2025 Alina Marrero, experimentada dramaturga y directora puertorriqueña, iniciada en el filoso y pluriartístico cincel del teatro político de los 70, estrena su versión del Otello de William Shakespeare en Moneró Café Teatro & Bar. Todo el espacio del café-teatro es el lugar escénico de la trama, allí se celebra la fiesta, el público son los invitados, así que las escenas discurren al frente en el escenario convencional del lugar, atrás donde hay una tarima, en la barra y entrada al lugar. Todo el recinto es el escenario, que simboliza la ciudad total, un theatrum mundi espectral atraviesa la pieza y el montaje.
Utiliza el tropos de una fiesta de bodas de corte popular, lejos del glamur de la clase alta, pero en la cual se intenta lo imposible, que la hija de un senador, parte de la llamada administración colonial, habituados a vivir sin que les falte nada, producto de los dineros ganados al facilitar el entramado del estatus, se case con un adinerado empresario productor musical, negro, de origen pobre. La conciliación de clases es imposible, el intento de unirlas sólo provoca que los males sociales que deforman nuestras vidas coloniales emerjan con violencia. Se generan monstruos horribles como lo es el feminicidio, cuya versión colonial presenta un hombre negro atormentado no sólo por los celos, no sólo por su etnia, no sólo por su origen de clase, sino que también por la hegemonía del capital blanco estadounidense, que lo manipula con hilos invisibles queriendo que sea poderoso como sinónimo de vida, mientras lo deshumaniza y animaliza. Esto corre inmanente por toda la pieza.
A través de la trama y el montaje se cuestionó todo, cómo se aborda la negritud, lo femenino y a la pobreza. Ciertas camisas de fuerza impuestas por la sociología reformista invasora fueron apaleadas. ¿Por qué en Puerto Rico un travestí no puede ser heterosexual? Un famoso residencial público sanjuanero brilló como metáfora anti-marcos teóricos sin vivencia. La inclusión, la lucha por la equidad y la lucha de clases no juega al vocabulario políticamente correcto.
Todos los personajes de alguna manera están vinculados a la obra original. Eso queda claro durante el primer segmento de la trama, la fiesta de boda. Ya desde sus nombres se hace posible que conozcan a Shakespeare: Yaggi es Yago, Desdita es Desdémona, O. T. Low es Otello, Cas es Cassio, Blanca, la cortesana, es Bianca la dueña del club donde se celebra la boda, casi una wedding planner a cargo de que todo transcurra en orden, que ella desordena. ¿Y quién es Yomo, el wiked hare? Es el maestro que da clase de literatura, historia, sociología contemporánea, es el juglar que reseña la calle inmediata, es el narrador y es Yomo, el cantante urbano entrando al mundo shakespiriano. Es la rareza característica de la dramaturga-directora, quien ha devorado las rupturas del Happening de los 60s y 70s, del vodevil francés decimonónico, de la revista musical caribeña, de la escuela Victoria Espinosa y de las molotov que tanto lanzó cuando fue necesario.
La escenografía, como dijimos a principio, es fija, es decir, los espacios dramáticos y el espacio teatral, se funden. Se añaden algunos elementos como sillas y mesa, amén de vasos, bebidas y el pañuelo. Este último carga a todas las ancestras de OT Low; es regalado a su adorada Desdita y, por virtud, de la trama convierte a Cas, el guapo, alto y blanco travestie heterosexual, en detonante del conato de desgracia. Botón que aprieta el masculino, blanco, guapo y blanco Yaggi. Una pantalla hacía las veces de un grafitti, arte que comenta desde la marginación y el humor pueblerino, que es el más contestatario, sobre la tragedia shakespiriana-boricua. Sobresalen «Travesti heterosexual» y «Otelo es un pendejo», amén de la aparición de Jorge Rivera Nieves, periodista comentando la tragedia.
Las luces de Quique Benet despliegan rayos que asoman el montaje hacia el típico espectáculo musical de café-teatro. Es parte del concepto de la dirección. Además de la tarima frontal y la del lado del público, entran por los diversos trillos en que actúan los personajes con certeza y arte. La primera parte de la trama, el establecimiento, las luces se unen a la intención de espectáculo total, en el cual tanto Carlos Esteban Fonseca como Yaggi y Jorge Armando como OT Low, provocan que el público, cante, coree, aplauda, alce sus copas y crea que nada terrible pasará. Para quienes conocemos la pieza y el ingenio de la autora, esta primera parte resultó el horroroso tic tac de un artefacto que seguro explotaría. Una pantalla hacía las veces de un grafitti, arte que comenta desde la marginación y el humor pueblerino, que es el más contestatario, sobre la tragedia shakespiriana-boricua. Sobresalen «Travesti heterosexual» y «Otelo es un pendejo», amén de la aparición de Jorge Rivera Nieves, periodista, que comenta la tragedia.
El elenco accedió a la poeisis en rebelión de su directora Alina Marrero. Esta les lleva a interactuar con el público-comensales de la boda con unos parlamentos cargados de palabras, que debían llevar al facsímil de cómo se habla cuando se ha bebido y se es feliz; estos cuelan la obra shakespiriana o aluden a esta. Es la parte de mayor reto actoral. Tanto Jonathan Cardenales, Sofia De la Cruz, Fabiola Brown Viqueira, Jorge Armando y Carlos Esteban Fonseca buscan la verosimilitud del registro de lo festivo originario, que no es para nada sutil ni contenido. Un tour de force que muestra sus quilates actorales en la búsqueda porque es modificado por el carácter que muestre el público cada noche.
Entonces llegan los celos y el elenco puertorriqueño se desborda en talento. ¿Ocurrirá lo mismo en otras escenas del mundo? Los nuestros se encuentran en William Shakespeare como pez en el agua. Desde Eugenio María de Hostos se da esa tendencia; este defendía al inglés como modelo para escribir una obra dramática, puesto que partía de las caracterizaciones y no de las peripecias de la trama. Jonathan Cardenales, quien interpreta a Cas, un hombre que se trasviste y así halla su esencia, borda con ternura su personaje. Entiende su participación con dominio corporal y conciencia del lugar de su personaje; Fabiola Brown Viqueira asimila la fragmentación de la obra y el montaje con madurez. Su emotividad fluye sin juzgar la clase social de Desdita. Ocupa con autenticidad cada momento y crea su propio hilo conductor. Sofia De la Cruz imparte a su Bianca el carácter diligente que conoce muy bien con el arte sursiendo cada etapa de este. Yomo agarra al público en cada una de sus apariciones, tanto cantadas como habladas. Goza de excelente timbre y dicción, recursos necesarios para el teatro.
Carlos Esteban Fonseca busca la interacción con el público sin descuidar sus difíciles parlamentos, logra que el público cante con él. Cuando la obra se acerca al Otello original sacude con su Yago-Yaggi, sobresale con su fuerza y profundidad. Jorge Armando maneja al público en confianza, tiene experiencia y la sangre fría; cuando OT Low sucumbe a los celos todo se vuelve peligro. El actor posee un aparato vocal y capacidad histriónica que lo equipara al dominio actoral del experimentado Carlos Esteban Fonseca.
La estridencia teatral de Alina Marrero se mantiene firme por toda la representación. Todas sus rupturas y riesgos son encaminados por una lógica artística erudita de Shakespeare y de los feminicidios. Logra el unísono de todas las partes, un unísono de carácter plural. Su final derrota el devenir original y se enfrenta a golpes y con humor a este Puerto Rico ensangrentado. No teme. Mucho más se puede decir. Puedo decir que salimos felices de que este montaje alcanzara su meta.
Le dejamos el manifiesto que escribió la autora (signo que refleja su vínculo con los surrealistas franceses, el dadaísmo y el expresionismo, engullidos en antropofagia artística contra el invasor, el opresor, el acosador, contra los que intentan asesinarnos a diario):
MANIFIESTO PARA UNA FICCIÓN VIVA
(o cómo mentir con conciencia en dos horas diarias)
Esto no es una puesta en escena. Es una conspiración poética.
Una invitación a mentir con conciencia, a jugar con la verdad
como quien juega con fuego.
Aquí no se actúa para parecer real. Aquí se finge para revelar.
La mentira no es trampa: es estrategia, espejo, risa que incomoda.
Tomamos la ciudad como escenario: el cristal roto, el aire que no enfría,
la parada donde nadie espera. Todo es montaje. Todo es ficción viva.
Nos reunimos por dos horas cada día, pero el tiempo se fractura.
Creamos escenas que duran minutos y pensamientos que duran semanas.
No hay solemnidad. Hay cuerpos que mienten, historias que se inventan,
verdades que se tambalean.
Al final de cada día, no hay aplausos. Hay palabras que se mueven.
Un glosario colectivo en caravana. Una constelación de ficciones que
nos recuerdan que el teatro vive alrededor del texto, en el gesto, en la grieta,
en la carcajada que revela.
De Alina Marrero



