Mujeres cineastas puertorriqueñas en 2020

Por María Cristina/En Rojo 

El 2020 que pensé que sería un virazón de los tumultos de la década anterior (sí, ya sé que se cuenta desde 2021 al 2020 pero me da esperanza de cambio el hacerlo ahora) fue un error. Pero, al parecer, el cine puertorriqueño sí nos ofrece cambios y nuevas miradas ya que empezamos el año con dos excelentes documentales dirigidos por mujeres y cada una nos presenta un estilo diferente para hablarnos cinematográficamente de temas al parecer tan distante como la vida de un artista que se define por su trabajo continuo y las vidas liberadas por el arte de escribir de siete hombres confinados.  El accidente feliz e Y todos íbamos a ser reyes han tenido varias exhibiciones ya fuera en actividades especializadas o en el circuito de festivales, pero es ahora que se estrenan públicamente en salas de cine por un tiempo más extenso.

Aunque el trabajo cinematográfico de Paloma Suau Carrión es más extenso y conocido por tener a su aval siete especiales de Navidad del Banco Popular, Márel Malaret también tiene extensa experiencia escribiendo, dirigiendo y produciendo segmentos de la serie de WIPR, “Prohibido olvidar”. Ambas se han lanzado a proyectos que pudieron parecer gigantescos en un principio, pero que, gracias a los temas y la colaboración de sus sujetos, han logrado plasmar en el cine voces e imágenes que ya son parte de nuestro cine nacional.

Suau Carrión puede tener una labor más manejable por tener un solo sujeto—Antonio Martorell—y tener una relación de amistad para un acercamiento más personal, pero el guardar tantos recuerdos se convierte en un rompecabezas que le toca armar según su visión y estilo de contar. Malaret, por su parte, tiene la ventaja que no ser la responsable de agrupar a los sujetos, pero esto crea la dificultad de continuar algo ya empezado y establecer nuevamente la confianza entre ellos y una nueva forma de escribir. El acercamiento de ambas directoras a sus sujetos es extraordinario tanto por lo que revelan como por el estilo que escogen para adentrarnos en sus vidas.

El accidente feliz de Paloma Suau Carrión es un viaje por la vida artística de Martorell quien, como bien atestiguan sus amigos, ha dedicado su vida a trabajar/crear casi sin descanso. Detenerse es algo incompatible con su vida y ese proceso creativo no tiene límites: una vez terminado un proyecto—o quizá aún antes de finalizarlo, aunque el proceso de montarlo es parte de su obra—ya está metido en realizar otra idea, otro conjunto de obras, otro escenario o instalación. El filme nos lleva, casi a una velocidad alarmante por su rapidez como parece ser el proceso creativo de Martorell, a los espacios de creación y de exhibición para llevarnos de la mano de los colores, la textura, el movimiento de una obra tan compleja que nos envuelve como una manta.

A esta manifestación gráfica que se mueve en multiplicidad de espacios visualizados desde ángulos inimaginables, se añade la palabra verbal y escrita de Martorell. Aunque lo que esté de frente sea el artista conversando con su obra o exponiendo ideas de su obra con seguidores, admiradores, familia de amigxs y ahora con lxs espectadorxs, es la lectura de trozos de sus libros los que quedan para que una totalidad pueda repetir la experiencia de leer las memorias, recuerdos y posiciones muy contundentes de estas lecturas ilustradas con dibujos y especialmente la incomparable caligrafía del artista. En el documental también tenemos acceso a los hermosos catálogos y afiches de sus exposiciones que son una obra en sí.

 La profesora y abogada, Edna Benítez Laborde, profesora de literatura en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, tiene un interés particular al que dedica muchos de sus escritos (ver en 80 GRADOS tres excelentes de 2013): la rehabilitación de la comunidad penal. Siguiendo los pasos, pero dándole su propio curso, del Programa de Confinados Universitarios que estableció el profesor de historia Fernando Picó en la década de 1990, Benítez Laborde cree firmemente en que a través de la educación radica la rehabilitación. Por ser su trasfondo en las Humanidades y el Derecho, sus talleres giran alrededor de la lectura y escritura. Todos íbamos a ser reyes reúne a siete hombres de edades varias—todos coinciden en que entraron a la cárcel entre sus 17 y 20 años—con sentencias por homicidios (en algunos casos múltiples), violación e infligir heridas graves. Todos se interesaron en la posibilidad de escribir, aunque muy inseguros de lograrlo. Benítez Laborde no solamente logra que todos expresen su creatividad y transformen sus experiencias en historias de gran sensibilidad, pero además dan el paso hacia un segundo taller con precisamente Márel Malaret: escribir guiones para cortometrajes que montarán cuatro destacados directores: Alba Gómez, David Moscoso y los experimentados en largometrajes de ficción, Alvaro Aponte Centeno y Arí Maniel Cruz.

Aunque por razones de seguridad y protocolo penal la cámara no puede adentrarse en los espacios comunes y celdas, no necesitamos mucho espacio para imaginar lo que es el diario vivir de los presos encarcelados por 10, 15, 20 años o toda una vida. Para aquellos—jóvenes y maduros, ya que en la cárcel todos envejecen el doble—que se interesaron en ser parte de los talleres de literatura y escritura creativa de Benítez Laborde, fue una etapa de autodescubrimiento según ellos mismos cuentan. Aunque hay experiencias en común—inestabilidad familiar, ausencia o presencia violenta del padre, pobreza y carencia de techo estable y de ingreso—cada uno mira su vida con una retrospección que solo lo permite haber pasado tantos años encerrados. Juan Velázquez, José Armando Torres, Luis Serrano, Emmanuel Torres, Joel García, José Delgado Dones y Aníbal Santana Merced recuerdan su niñez y adolescencia siempre tratando de resaltar lo bueno de esos años ya fuera la cercanía con otros hermanos y las amistades en el vecindario. La escuela no cuenta para nada en sus vidas pues la abandonan muy pronto sin consecuencias visibles y si recordaran algo sería los comentarios de los maestros de que no tienen futuro por su indisciplina. La experiencia de los talleres de Benítez Laborde y luego Malaret son tan influyentes como para cambiar la manera de ver la vida. Su vida delictiva que puede haber comenzado tan temprano como 13 años es un recuerdo distante que resultó una falsa promesa. Como nos dice Aníbal, el más articulado de los siete “nos dijeron que todos íbamos a ser reyes”.      

Tanto El accidente feliz como Y todos íbamos a ser reyes funden hermosamente la palabra y la imagen para revelarnos precisamente los seres detrás de esas creaciones que han quedado plasmadas en estos reveladores documentales puertorriqueños.

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