Piedras rojas en Puerto Rico

Por Laurie Garriga/Especial para En Rojo

Hace unas semanas tuve de frente, en ocasiones distintas, dos de los paisajes naturales más impresionantes que he visto en mis treintaidós años. Eran enormes rocas rojas, entre valles y cordilleras nevadas, en sus variaciones encarnadas (areniscas), salidas con violencia de manera horizontal, diagonal, vertical del suelo. No en balde forman parte de los parques públicos más visitados de Estados Unidos. Colorado pregona con orgullo la conservación de anfiteatro Red Rocks y el Jardín de los dioses (Garden of the Gods) como parte de su legado al país y a las generaciones de visitantes.

Por mi reciente y primera visita a las zonas, supe que estas formaciones geológicas tienen millones y más millones de años. Parecen haberlo visto casi todo. Allí se han encontrado fósiles de dinosaurios, de mamíferos gigantes y rastros de aguas ancestrales (antes de la emergencia de las rocas y de las montañas las zonas estaban cubiertas por agua). Allí también han vivido centenas de grupos humanos desde hace más de 10,000 años.

Durante las expansiones imperiales españolas, la corona decidió incorporar a Colorado como un territorio de la Nueva España (Virreinato de México). Con la independencia, México reclamaría a Colorado como región suya (a pesar de estar casi despoblada). Y tras la guerra con Estados Unidos sería botín junto con California, Arizona y Nuevo México, aunque habría que esperar unas tres décadas más para que se incorporara oficialmente como estado en 1876.

En el siglo XIX, poco antes de esta oficialización, Colorado evocaba la imagen de la última frontera. Es decir, una tierra fuera de la ley, un diamante en bruto, el dorado en ciernes, territorio difícil, pero de amplias posibilidades. Ya no el medio camino en las travesías del este hacia el oeste, sino un destino propiamente. Pasarían más campañas por la región: mormones al borde la ley, curiosos, buscadores de oro, otros tantos a la zaga de borrón y cuenta nueva. Llevándose por delante a tribus y distintas comunidades nativoamericanas violentamente desplazadas de sus asentamientos. 

En medio de este berenjenal especulativo, a la región aun no incorporada a la bestia gigante que se iba formando como nación (¿nos suena de algo?) se le acercaban muchos listos para el billete. Colorado, encerrado en sus montañas rocosas, mesetas y rocas rojas, era el lugar perfecto para aprovechar la ausencia de un estado robusto para desarrollar monopolios o para comprar tierras (ya ocupadas y desalojarlas a la fuerza) para el disfrute propio de las maravillas naturales. 

Una camada de comerciantes de la Edad Dorada norteamericana hizo escante, entre ellos, John Brisben Walker. El famoso editor y empresario automovilístico utilizaría las ganancias de la venta la revista Cosmopolitan, cuyo comprador fue nada más y nada menos que el magnate de la prensa William Randolph Hearst, para adquirir el territorio, denominado por los nativoamericanos, como Red Rocks y unas cuantas montañas más del área. Walker aprovecharía la formación natural del lugar para establecer un anfiteatro y celebrar conciertos.

Asimismo, Charles Eliott Perkins, empresario ferroviario, compraría la tierra sagrada del Jardín de los dioses como lugar para su disfrute, esparcimiento y veraneo. Al cabo de los años la legaría a sus hijos. En medio de las medidas de conservación de recursos naturales y parques públicos desarrolladas durante de la presidencia de Theodore Roosevelt, tanto los herederos de Perkins, como los de Walker, terminarían vendiéndole las tierras al estado. Los excesos de la industrialización y la desreglamentación de los suelos norteamericanos habían despertado preocupación en aquel presidente y pronunciaría en uno de sus discursos: “The nation behaves well if it treats the natural resources as assets which it must turn over to the next generation increased and not impaired in value.”

La conciencia de conservación de Roosevelt no fue tan vinculante en Puerto Rico. De hecho, bastante al contrario. Unas regiones se protegían y otras estaban, designadas por el destino manifiesto, a ser invadidas. Tampoco parece haber cambiado demasiado el eslogan del Colorado de entonces y del Puerto Rico de ahora. A casi dos años del huracán María, con la precariedad invicta, una crisis extendida, con una junta de aves de rapiña encima, las amenazas ambientales choretas, un gobierno vil, cómplice y actante, la afirmación es “we’re open for business” para los mismos gansos, de aquí, de allá y de siempre.

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