Un palacio yaucano

Por Luz Nereida Pérez/Especial para En Rojo

Los edificios son el lodo blando sobre el que nuestros pies pisaron y que con el tiempo se volverá dura materia resistente al olvido.”

Estas palabras del arquitecto Jerry Torres Santiago son a modo de un lema que se reproduce en la contraportada de su libro

El palacio de Alejandro. Arquitectura de la Casa Franceschi de Yauco, Puerto Rico (Lumenros, 2019) 

Se trata de la historia de la construcción, el posterior abandono y el rescate de la que fue la residencia de Alejandro Marcial Franceschi Antongiorgi (1868-1939), conocido familiarmente como Chalí, un hombre de ascendencia corsa, tanto por el lado paterno como por el materno.

Alejandro Franceschi contrajo matrimonio con su prima Lorenza Antongiorgi Franceschi, evidencia de la tendencia a la endogamia típica entre los corsos de la época. La ceremonia se realizó por rito católico y el escritor Manuel Zeno Gandía fue uno de los testigos. La pareja procreó cinco hijos: Francisco (fallecido aún infante), Pedro Marcial, Áurea Elena, Carlos Fausto y Carmen Aída. 

Este eminente industrial y hombre de negocios fue presidente de la Junta de Directores de la Compañía Eléctrica de Yauco, bajo cuyo liderato se puso alumbrado a las calles y residencias de los centros urbanos. De igual modo, Franceschi fundó una de las primeras fábricas de losas del país en Puerto Rico, estableció en 1917 una tienda de piezas de automóviles, tuvo negocio de producción de aceite de coco y fue mecenas de las artes.

El caudal acumulado por sus empresas le facilitó construir la residencia que describe en su libro el arquitecto Torres Santiago, la que marca un “hito en la historia local, no solo por la novedad de los materiales, el diseño y la decoración, sino por la cuantiosa inversión de tiempo y dinero”. Monto que en el 1910 ascendió a $20,650, lo cual equivaldría en la actualidad del 2016 a $504,555.17, cálculo provisto por el autor.

El arquitecto Jorge Rigau señala, en su introducción a este libro, que la casa ubicada en la esquina sureste del Parque Arturo Lluberas, calles Betances y 25 de julio, evidencia “cómo en la microhistoria se transparenta la macrohistoria de un país”, ya que el hogar de un individuo se transmuta en reflejo de la sociedad puertorriqueña, con sus hábitos, preferencias y hasta con sus marcadas diferencias de clase. 

Una vez dedica una sección del libro a delinear la personalidad de Franceschi, el arquitecto Torres Santiago entra de lleno en el desarrollo del proyecto residencial, comenzando por trazar el perfil de su constructor Fernando Trublard-Anneton (1866-1927), contratista natural de Francia y residente en la ciudad de Ponce.

La casa, con 109 años de existencia, es de hormigón armado (algo novedoso en la época en que fue construida) y consiste de un edificio achaflanado con doce columnas jónicas a lo largo de su deslumbrante balcón. Otra de sus novedades consistió en tener un jardín, en lugar de un patio interior como era lo típico en la época, y en contar con un sistema de energía eléctrica integrado al diseño (22 lámparas de techo, 9 de pared, tomacorrientes, caja de fusibles, timbres y el primer sistema de intercomunicación eléctrico en Puerto Rico). Este sistema de comunicación, al igual que las escaleras que originalmente descendían de terraza a patio, es revelador de la separación física entre amos y sirvientes, teniendo estos últimos sus dormitorios y un baño para todos en el sótano de la casa.

Otra novedad de la residencia Franceschi eran los baños de la familia que tenían tuberías de agua fría y caliente, en una época en que los hábitos de higiene comenzaban a valorarse. Contaban, además con la innovación adicional de estar profusamente decorados mediante murales porque, según afirma Torres Santiago, para entonces: “Los baños se convirtieron en recintos de la privacidad y la individualidad donde la persona se entregaba al descanso, el acicalamiento, la contemplación y la ensoñación”. 

La construcción, que tomó de 1907 a 1910, resultó en un “edificio cuya figura provocaba una impresión duradera de belleza clásica y refinamiento”, con losetas isleñas de diversos diseños, mármol en la escalera de acceso a la casa y en los baños, plafón de estaño martillado y pintado, y seis vitrales en los que destaca el estilo art nouveau.

Sin embargo, su “verdadera riqueza, atractivo y excepcionalidad” está en los cinco tipos diferentes de pinturas murales, siendo los más impresionantes los que ubican en el baño principal de la residencia. 

En el libro El palacio de Alejandro, se detallan igualmente los pormenores de su rescate y restauración y cierra con una mirada a la última morada de Chalí Franceschi, un mausoleo en el cementerio de Yauco.

Para que esta edificación yaucana Franceschi Antongiorgi se torne verdaderamente en “materia resistente al olvido”, es preciso desarrollar conciencia de que su conservación, como bien afirma el arquitecto Jerry Torres Santiago, “es parte insoslayable de nuestro deber colectivo hacia las generaciones del porvenir”.

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