Sobreviviendo a los Weinsteins

Soy fanática del cine, de ese mundo increíble del que se aprende, se sufre y se goza. Y me viene en la sangre; por mis abuelitos, mi madre y mis tías, quienes también son cinéfilas.

No obstante, todo ha cambiado desde que el pasado octubre comenzó el feroz destape de productores, directores, actores y demás hombres de la industria involucrados en escándalos de abusos sexuales. Sabemos que los abusos sexuales, violaciones, comportamientos inapropiados y hostigamiento es cosa de todos los días y en todas las profesiones. Sin embargo, no es lo mismo saber que hay sexismo que escuchar los detallados testimonios de las mujeres (y algunos varones) que han sido vejadas y maltratadas por hombres poderosos.

Cuando en la década de los 90 se dio a conocer que el famoso director Woody Allen se divorciaría de su musa, la actriz Mia Farrow, porque clamaba estar enamorado de su hijastra Soon-Yi, le pregunté a mi mamá cómo y por qué había tanta gente que seguía apoyando a este señor que, a mis ojos, era obviamente un pederasta. Conversamos largo y tendido sobre la situación. En ese momento no conocía la maestría y las grandes obras de Allen y aunque luego vi algunas, nunca me ha caído bien. De hecho, no sé si es casualidad pero las películas que me gustan de este señor son protagonizadas por otras personas y no por él, como es su costumbre. Tal vez desarrollé una aversión a su rostro o a que interprete al tonto cómico que enamora a la hermosa protagonista con sus ocurrencias.

Pero el caso de Allen es diferente a lo de ahora. Sí, el tipo es un misógino, prepotente y arrogante, pero la realidad es que lleva más de 20 años casado con Sun Yi, y hasta el momento no se ha divulgado ninguna alegación de conducta inapropiada o de abusos de su parte hacia sus colegas.

No es lo mismo escuchar a queridas y excelentes actrices como Salma Hayek, Ashley Judd, Mira Sorvino, Uma Thurman, Lupita Nyong’o, Rose McGowan, entre muchas otras, relatar sus experiencias de horror, de violaciones, masajes inapropiados, amenazas, y mucho más, con el renombrado productor Harvey Weinstein.

Desde ese momento, impulsado por un movimiento de mujeres organizado, activo y combativo, nos hemos ido enterando de más abusadores, tanto en Hollywood como en otras industrias. La lista de todos estos ídolos y estrellas que han caído de su pedestal crece casi a diario y la prensa ya cuenta a más de 100 hombres –casi todos blancos– que desde posiciones de poder han realizado algún tipo de conducta sexual inapropiada. Desde Kevin Spacey (actor), James Franco (actor), Paul Haggis (director), Louis C.K. (comediante), Jeffrey Tambor (actor), Casey Affleck (actor), hasta Matt Lauer (periodista), Charlie Rose (periodista), Mario Batali (chef), Mario Testino (fotógrafo), y sin olvidarnos jamás de Bill Cosby (comediante), para mencionar algunos.

Después de la acusación, apoyamos a las sobrevivientes del abuso, denunciamos el sexismo rampante, conversamos en el hogar y en el trabajo sobre el consentimiento, y seguimos en alerta.

Además, indiscutiblemente retiramos el apoyo a los abusadores. Pero ¿cómo hacemos esto? Lo más obvio es dejar de consumir sus productos. Entonces, ¿lo hacemos eternamente o por un tiempo indefinido? Y de ser la segunda, ¿cuánto tiempo es suficiente?

Cuando en 1996 vi con mi familia Surviving Picasso, una película que pinta a un Pablo Picasso bastante sexista y maltratante hubo una discusión familiar sobre si se puede separar al genio del ser humano, si se puede apreciar lo asombroso de la obra de este artista a sabiendas de que no necesariamente fue una buena persona. ¿Cómo leer a Pablo Neruda después de conocer de su propia pluma, en Confieso que he vivido, que fue un infiel empedernido, que hizo sufrir a todas sus parejas?

¿Cómo ver a mi director favorito Quentin Tarantino después de que admitió que sabía que Weinstein era un abusador y aun así no lo denunció y permitió que financiara y produjera todas sus extraordinarias películas? ¿Tendré que quitar mi póster de ‘Vincent’ y ‘Jules’ (Pulp Fiction, 1994) para siempre?

Cuando leí Cien Años de Soledad por primera vez me pareció tan y tan machista. Se lo comenté a mi madre y me dijo que la había leído tres veces; que la primera vez fue maravillosa, que la segunda le pareció horriblemente sexista y que la tercera pudo congraciarse con “Gabo” y apreciar su genialidad. A mí se me hizo difícil. Cuando la leí ya tenía mi consciencia feminista muy definida.

Y podemos comprender que algunos de estos hombres son producto de su época, de un machismo y paternalismo internalizado socialmente en el cual era normal y casi esperado ser sexista, echar piropos aunque no fueran bien recibidos, hacer chistes ‘coloraos’ y de mal gusto y agarrar nalgas a lo loco, para mencionar algunos comportamientos. Igual que cuando se discute si se deben eliminar todas las estatuas de los considerados ‘héroes de la patria’ porque eran dueños de esclavos, como era la usanza de la época, ahora estamos ante la disyuntiva de qué hacer con las obras de estos seres.

Parafraseando al mismo Gabriel García Márquez “cuando era feliz e indocumentada” una podía ver estas películas o fotografías o leer estas novelas y disfrutarlas desde la ignorancia. ¿Y ahora se puede hacer esto? ¿Cómo ver Manchester by the Sea y apreciar la actuación de Casey Affleck, por la cual ganó un premio Oscar, de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas? O, ¿cómo olvidar la emoción sentida cuando conocí a Kevin Spacey en aquel conversatorio cuando era estudiante universitaria?

No tengo las respuestas en estos momentos, ni siquiera pretendo tenerlas a largo plazo. Es algo que tenemos que decidir sobre la marcha, ¿condenarlo o salvar su obra?

Por ahora, dejaré a Vincent y a Jules tranquilos y no veré ‘The Cosby Show’ nunca más.

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