Tres veces trans, tres y más: sobre las memorias de Alexandra DeRuiz

Especial para En Rojo

Descubrió la respuesta a la pregunta de dónde
estaba la verdad de sus tacones.  En ellos descansaba
todo lo que existe.  Eran sus instrumentos de trabajo,
de lucha y supervivencia.  Con ellos podía correr
para escapar del mundo y seguir en él, eran su
hogar, su compañía, sus hermanos políticos.

Rafael S. Morla, Saunatopía

 

El prefijo trans está presente en múltiples palabras que forman nuestro vocabulario de uso diario: transferencia, transportación, transitorio…  Pero en nuestros días algunos críticos y teóricos de los estudios literarios y culturales se han valido de este prefijo – y de otros, como post y neo – para crear términos que les sirvan para presentar sus ideas.  A veces lo hacen de forma muy apropiada y otras de manera innecesaria y hasta forzada.  Pero en el caso que ahora me interesa, las memorias de la mexicana Alexandra R. DeRuiz, Crucé la frontera en tacones: Crónicas de una TRANSgresora [sic], (Madrid/Barcelona, Editorial Egales, 2023), el uso del prefijo es muy acertado y, más aún, su empleo explica y justifica mucho del contenido del libro.  Así es porque Alexandra DeRuiz es una mujer trans y en su texto recalca muy enfáticamente el empleo de ese prefijo y, al así hacerlo, este pasa de prefijo (transgresora) a adjetivo (mujer trans).  Pero ella es trans en muchos sentidos.  Por ejemplo, porque en una parte muy importante de sus memorias relata su cruce de la frontera entre su país y los Estados Unidos.  De ahí el título del libro.  Las múltiples transacciones y transformaciones de su identidad – de niño a mujer, de mexicana a chicana, de víctima a activista – justifican muy efectivamente el empleo de dicho prefijo que se convierte en adjetivo y que, en su caso, no se emplea de manera superficial ni juguetona sino como definición radical de su persona y su personalidad.

Crucé la frontera en tacones… es un libro de memorias, lo que hoy llamamos una narrativa del yo.  Por décadas la crítica ha estudiado este género literario y ha identificado en él un subgénero creado por escritoras que presentan su obra desde parámetros femeninos y feministas.  Para esas narrativas del yo se han inventado el término “autoginografía”.  Buenos ejemplos de este subgénero son las memorias de Sandra Cisneros y Malala Yousafzai.  También los críticos han definido otro subgénero en el que el protagonista relata la superación de sus conflictos personales y sociales y se presenta, por ende, como modelo para que otros lo emulen.  A estas se las llaman autobiografías confesionales; las de Agustín de Hipona y José Blanco White son buenos ejemplos.  Crucé la frontera en tacones cabe en estos dos subgéneros de las narrativas del yo ya que tiene un enfoque feminista y, a la vez, la autora se presenta como modelo para otras mujeres.  Valdría la pena leer estas memorias desde estas perspectivas críticas.  Pero mi acercamiento al libro es algo distinto, no tan técnico, aunque mi comentario tiene presente estas importantes categorías literarias.

Alexandra nació niño, pero desde muy temprano supo que era niña.  Esta condición es lo que los sicólogos llaman “disforia de género”, concepto problemático ya que convierte una situación natural en patología.  Activistas como ella luchan por cambiar esta definición imperante todavía hoy en el mundo médico.  Algo parecido pasó en el siglo pasado cuando la homosexualidad dejó de ser consideraba una enfermedad y, tras arduas luchas, hoy se clasifica como una condición natural.  (Ojo: no perdamos de vista la diferencia entre lo natural, lo que se da en la naturaleza, y lo normal, lo que presupone una mayoría o una norma social.)  Las activistas luchan hoy por la despatologización de la disforia de género.  Alexandra es una experta en el tema y participa en foros internacionales en esa lucha.  ¿Pero, cómo llegó a serlo? 

Estas memorias afirman la identidad femenina de la autora.  Por ello, nunca se nos dice cuál fue el nombre que le dieron al nacer.  Ese ocultamiento sirve como excelente técnica de autoafirmación.  Pero sí nos cuenta algunos detalles de su infancia y adolescencia.  Nos dice cómo desde muy temprano en su vida y con el apoyo y respeto de su madre, Catalina, pudo adentrarse en el mundo gay del momento, particularmente el de la Zona Rosa de Ciudad de México, entonces un mundo de bares, cafés, clubes y galerías que propiciaba cierta libertad sexual, artística e ideológica, a pesar de la represión policiaca encarnada por el brutal jefe de la policía del momento, el Negro Durazo (Arturo Durazo Moreno, 1918-2000).  

Pero pronto Alexandra se dio cuenta de que tenía que salir de ese ambiente, que tenía que alcanzar mayor libertad y que tenía que transformar plenamente su identidad.  Joven, inteligente y capaz, se valió de su talento como bailarina y a los quince años salió de la Ciudad de México y se fue al norte del país, a Baja California, primero a La Paz y, más tarde, a Tijuana, ciudad fronteriza con los Estados Unidos.  Aunque Alexandra no nos da muchos detalles de su vida en ese periodo – siempre nos quedamos con deseos de saber más y más –, podríamos calificar la suya como una narración de tonos picarescos, especialmente este periodo de su vida.

En Tijuana, ciudad impactada por el bajo mundo, conoció a una mujer, también bailarina en el club donde trabajaba – no sabemos si era trans o no – que se convirtió en su segunda madre.  La conocemos sólo como Payaya porque era sordomuda y esos eran los únicos sonidos que podía emitir.  Con esos y con múltiples gestos se comunicaba.  Payaya – para mí el personaje más conmovedor del libro – conocía caminos escondidos en el monte fronterizo y guió por ellos a Alexandra hacia San Diego, California.  Las aventuras de ese cruce son otro momento trans del libro en el sentido de tránsito y transgresión.  Con la ayuda de Payaya y de una pareja de lesbianas que vivían al otro lado de la frontera, Alexandra llegó a Los Ángeles y finalmente – no contaré sus aventuras; quien quiera conocerlas debe leer el libro – logró su transformación a la mujer trans que es hoy.

¿Por qué cuenta Alexandra su historia?  ¿Por qué creo que este libro es importante y vale la pena leerlo y comentarlo?  Ella misma responde a esas preguntas: “… siento que escribo esto para narrar mi propia historia, por convicción propia y porque siento que es una obligación ser una voz para aquellas que no tuvieron la oportunidad” (118).

Al final del libro y como homenaje esas otras mujeres no tan afortunadas, Alexandra enumera los nombre de algunas de ellas.  Esos magníficos nombres – la Chuchette, Angélica la Ventanales, Claudia la Chayota, Diana la Chocolata… – reflejan el mundo picaresco en que vivieron y en el que sobrevivieron sólo algunas de estas valientes mujeres trans. 

Alexandra sobrevivió.  Y hace en su libro muy claro que así fue gracias a la solidaridad de sus amigas y compañeras que crearon junto a ella una comunidad protectora y llena de esperanzas, a pesar de los momentos difíciles y hasta peligrosos por los que tuvieron que pasar.  Ya decía que estas son memorias que intentan servir de ejemplo a otras personas, especialmente a otras mujeres trans, para que encuentren el camino a la sobrevivencia.

En muchas formas, este libro me sirvió para internarme en un mundo y unas circunstancias ajenos a las mías.  Que yo sepa, Alexandra es la primera mujer trans que he conocido.  Sé que soy afortunado por haberme topado con una persona extraordinaria.  Y gracias a ese encuentro puedo reconocer que su mundo y sus circunstancias son parte del gran mundo en que vivimos todos y el que, por ello, tenemos que compartir con estas mujeres y con muchos otros seres distintos a nosotros.  Las diferencias no pueden bloquear la empatía ni la solidaridad.  Por ello mismo mi gran crítica a estas memorias es que Alexandra no nos aclara algunos puntos importantes de su vida y, sobre todo, que no nos dan más detalles sobre las peripecias que le tocaron vivir, que nos dejan con unas inmensas ganas de saber más y más sobre su vida y la de sus amigas, vidas a veces trágicas, a veces afortunadas, pero siempre solidarias.

Estoy seguro que hay muchos como yo que no conocen el mundo de las mujeres trans.  Este libro definitivamente nos ayudará a conocerlo y también a conocer el de los y las emigrantes hispanos a los Estados Unidos quienes cruzan la frontera como Alexandra lo hizo, aunque no sea en tacones.  Por ello mismo ella crea otro neologismo, “translatinas”; lo crea para denominar a esas mujeres que, como ella, cruzaron la frontera y se tuvieron que enfrentar a otros formas de opresión en el Norte para alcanzar sus metas.  

Por todo ello, entre muchas otras razones, este es un libro importante y, por ello mismo, hay que agradecerle a su autora las puertas que nos abre a través de sus memorias para entender mejor esos mundos que también son nuestros aunque no seamos trans.

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