La pelea por Europa y el drama catalán

Por Manuel de J. González/CLARIDAD

Europa pasa por momentos difíciles. Tal vez no tan malos como los que se juntaron en la década del ’30 del pasado siglo para desembocar en la guerra más letal de su historia, pero lo suficiente para preocuparse. 

El resultado de las elecciones para elegir los integrantes del Parlamento europeo del pasado domingo 26 de abril, celebradas en todos los estados miembros de la Unión, reforzó esa preocupación. En esa consulta los partidos y movimientos que apoyan la continuidad y el fortalecimiento de la UE (conservadores, socialdemócratas, liberales y ecologistas) ganaron suficientes escaños para garantizar que no se produzcan cambios importantes, pero a la misma vez, las fuerzas de ultraderecha, que tratan de hacer implosionar el ente continental, ganaron fuerzas y ahora mismo representan una cuarta parte de la legislatura central. 

En dos de los estados fundadores de la UE, Francia e Italia, la fuerza política más votada fue la ultraderecha, aunque en ninguno de ellos alcanzó mayoría absoluta. En Francia se trató de una repetición porque en las elecciones de 2015 el Frente Nacional de Marine Le Pen obtuvo un porcentaje similar, pero en Italia los resultados representaron una mejoría importante para el partido del aprendiz de Mussolini, Matteo Salvini. En Hungría el partido del ultraderechista Viktor Orbán, actual jefe del Gobierno, obtuvo el 52% de los votos. 

La presencia de esta fuerza compacta dentro del Parlamento europeo, que en la mayoría de las ocasiones actuará como un bloque ideológico, augura debates intensos durante los próximos años. Sus acciones estarán dirigidas a intentar reducir el poder de los organismos continentales en áreas vitales como el control de las fronteras y las finanzas. 

Cuando se habla de “control de fronteras” se refiere particularmente a los emigrantes como problema central. La llegada en grandes grupos de personas provenientes de Asia, el Oriente Medio y, sobre todo, de África, fue el tema central de la campaña de muchos de los países. Los grupos de ultraderecha, alimentados por el racismo más que por el problema social que representan los inmigrantes, manosearon este tema a todo dar, alimentando miedos y prejuicios religiosos. 

Esta agitación se benefició del hecho de que, ciertamente, las instituciones europeas han atendido muy mal el tema de la migración y todo indica que se le ha salido de las manos. Abrumados por el intenso tráfico – que impulsado por la necesidad y organizado por las mafias que se lucran del dolor ajeno – las autoridades la UE no han logrado dar con una respuesta coherente al problema. Esto ha implicado que los países que sirven como puertas de entrada –Italia, Grecia y España– tengan que soportar una dosis mucho mayor de la crisis. En el caso de Italia, que está exactamente frente a Libia, el principal puerto de embarque, el problema ha superado todo posible encuadre, lo que explica muy bien el auge del aprendiz de Mussolini.

La fuerza de la ultraderecha, que en un momento de la campaña se temió mucho mayor, se ha visto mitigada por el ascenso de los partidos liberales y ecologistas que, aunque críticos en varios temas, apuestan por la continuidad de la UE. Estos captaron parte de descontento generalizado con conservadores y socialdemócratas, los que hasta ahora se habían repartido el poder. 

Detrás del debate europeo, como el lobo que mira de lejos las ovejas pastando, está la Rusia de Putin. Igual como sucedió en las elecciones estadounidenses, donde apoyaron sin reserva al troglodita Trump, el gobierno ruso hizo todo lo posible por mercadear a los ultraderechistas, pavoneándose con Marine Le Pen y Matteo Salvini, y patrocinando encuentros entre los partidos ultras. Más que la sintonía ideológica, lo que está detrás de este apoyo es un objetivo geopolítico. En medio de su expansión, la UE se ha movido hacia la Europa del Este y los Balcanes, tradicionales áreas de interés ruso por lo que la debilidad de la UE redundaría en ganancias para Moscú. 

En España las elecciones del Parlamento europeo fueran dominadas por el Partido Socialista (PSOE), seguido de los partidos de la derecha que apoyan la UE, Populares y Ciudadanos. Los tres obtuvieron 40 de los 54 escaños en disputa. El ultraderechista Vox sólo obtuvo 3. Donde se produjo un resultado lamentable fue en las elecciones municipales que se juntaron con la europea. La capital, Madrid, controlada por el PP durante décadas, había sido dominada por la izquierda en las elecciones de 2015. La exjueza Manuela Carmena, postulada por Unidos Podemos, ejerció como alcaldesa en los pasados 4 años recibiendo elogios por una administración eficiente e inclusiva. Previo a la elección, hasta el New York Times se unió a los aplausos. El pasado 26 de abril la candidatura de Carmena fue la más votada, pero la unión de los tres partidos de la derecha, PP, Ciudadanos y Vox, permite que el candidato del primero controle la alcaldía madrileña. 

Más que los inmigrantes, lo que motivó a la derecha española fueron los reclamos de independencia de los catalanes. Pero a pesar del escarceo, los independentistas lograron su objetivo de colocar en el Parlamento europeo a dos de sus principales dirigentes, el expresidente Carles Puigdemont y el líder de Esquerra Republicana Oriol Junqueras. El primero se estableció en Bruselas para evadir los intentos españoles para juzgarlo por “sedición”, mientras el segundo sigue encarcelado desde hace casi dos años, en “prisión preventiva”. Ahora ambos pueden utilizar el Parlamento de la UE como caja de resonancia de la causa catalana y el caso de Junqueras, que ahora es un diputado europeo encarcelado, le representa un problema muy singular al gobierno español. 

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