Freud, Israel, la radio

 

 

En Rojo

Freud escribió una frase que me parece hermosa, aunque su intención no era estética: «Dios es siempre extranjero”. Supone que la concepción de Dios es ajena o externa a la experiencia y comprensión humanas. En el contexto de Freud y su trabajo en psicología y psicoanálisis, esta frase puede interpretarse como una expresión de la creencia de que la noción de Dios es una construcción mental que proviene de factores externos o influencias culturales. Además, Freud exploró la religión y la espiritualidad desde una perspectiva psicológica y argumentó que las creencias religiosas tenían raíces en la psicología humana, incluyendo el inconsciente.

Para un creyente que estudie a Freud sería coherente decir que el vienés nunca afirmó categóricamente que Dios no existiera. En su obra “El porvenir de una ilusión” (1927), examinó la función de la religión en la psicología humana y la sociedad, argumentando que la religión podría ser una especie de ilusión que proporciona consuelo y sentido a las personas, pero también sostenía que, desde su perspectiva, las creencias religiosas eran ilusiones.

En ese sentido, en el de las ilusiones, el Dios del judaísmo, a menudo referido como el Dios de Israel, es considerado por los judíos como un ser supremo y espiritual que tiene una relación especial con el pueblo judío. Sin embargo, esta relación no implica que Dios tenga una nacionalidad específica en el sentido humano. En lugar de una nacionalidad, se habla de una alianza o relación única entre Dios y los judíos, que se describe en la Biblia hebrea -el Antiguo Testamento cristiano-.

Según la creencia judía, Dios eligió a los hijos de Israel como su pueblo y estableció una alianza con ellos en el monte Sinaí, dando los Diez Mandamientos y la Ley. Esta relación espiritual y moral entre Dios y los judíos es un aspecto fundamental de la fe judía, pero no implica que Dios tenga una nacionalidad en el sentido humano. Más bien, se considera que Dios es trascendental y no está limitado por las categorías humanas, incluyendo la nacionalidad.

Hablar del estado de Israel como si fuera el pueblo de Israel judío – o cristiano- mencionado en la Biblia no tiene ninguna coherencia ni siquiera en el ámbito de las ilusiones, ni en el de la religión, ni en la hermenéutica. Es solo una burda ideología a partir de una idea política del siglo XIX. Cuando Theodor Herzl elabora sus argumentaciones sobre el sionismo lo hace desde el punto de vista de un político germano por cultura y lengua materna, aculturado y sin relación con las prácticas religiosas.

El discurso del retorno a la «patria» judía es tan absurdo que solo la culpa europea posterior al holocausto y la añadidura de un sesgo religioso – ilusión y consuelo- es decir, ideológico, lo sostiene precariamente. Esa precariedad discursiva, sin embargo, tiene como caja de resonancia el armamento militar más sofisticado y la política colonial más insensible.

Esto lo escribo, rápido, sin demasiada esperanza, luego de escuchar a un religioso fundamentalista en la radio. No sé por qué cuando voy en el carro en medio de torrenciales aguaceros pierdo el juicio y escucho estas cosas que se inician con la afirmación de que el Israel de Netanyahu es el Israel bíblico. Por eso hablaba de Freud al principio, ¿qué malestar me lleva a escuchar el mal disfrazado de buena conciencia?

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