Acerca de la literatura puertorriqueña actual dirigida a la niñez

 

Especial para En Rojo

En un podcast de cuyo nombre no quiero acordarme, en el que se trataba el tema de la controversia sobre Tere Marichal, escuché un comentario inquietante. El anfitrión afirmaba categóricamente que en Puerto Rico casi no se produce literatura para niños. Quedé atónita ante tal afirmación, pues una búsqueda breve en la internet lo hubiera sacado rápidamente de su error. Supongo que tampoco ha pasado ni de lejos por establecimientos como Leo Leo Libros, Aparicio Distributors o Books Around the Corner, por mencionar algunos. En nuestro país se publican textos dirigidos a los jóvenes lectores todo el tiempo desde hace mucho. Incluso se celebran certámenes literarios a menudo y se realizan presentaciones a lo largo de la isla. Las obras de autoras consagradas y premiadas como Georgina Lázaro, Tina Casanova y la propia Tere Marichal son muestra de ello. De hecho, el reciente libro Islas lectoras: biografía crítica de literatura infantil puertorriqueña (2000-2020), de Sujei Lugo, Jean Mary Lugo, Isa Abreu y Emily Rose Aguiló, ofrece un catálogo amplísimo de este acervo.

Este comentario errado me llevó a reflexionar acerca de la literatura dirigida a niños, como prefiero llamarla, debido a que considero que el término “infantil” puede resultar limitante, pues son lecturas que podemos disfrutar todos, aunque durante su composición se haya tenido a los niños en mente principalmente. Llegué a algunas conclusiones que me gustaría compartir aquí. Estas se basan no solo en mi experiencia como autora, editora y jurado en certámenes literarios, sino también como lectora entusiasta y madre de pequeños lectores. Lo primero que me llama la atención de la literatura dirigida a niños puertorriqueña actual es que se aferra mucho aún a temas que podríamos llamar tradicionales: los taínos, los Reyes Magos, el jíbaro, el coquí, el folclor o las vidas de boricuas ilustres. Por supuesto, no hay nada malo en ello (pues no puedo dejar de pensar en obras galardonadas como Imali, Dada y la calabaza, de Rafael Acevedo), pero no deja de parecerme significativo. Considero que esta selección tiene que ver con un intento, con tintes de nostalgia por parte de los autores, de preservar nuestra cultura e historia. También se me ocurre que haya cierta timidez a la hora de tratar algunos temas de actualidad que podrían resultar incómodos (más a los adultos que a los niños). De igual forma, el Puerto Rico de hoy, maltratado y en crisis, tal vez no espolee la inspiración de muchos tampoco. No es para menos. Por otro lado, en los últimos años, los niños puertorriqueños nacidos o criados en los Estados Unidos, producto del auge en la emigración, se han convertido en un público cada vez mayor entre los consumidores de estos textos. Por lo tanto, es posible que la insistencia en dichos temas se deba a un intento por incursionar en el mercado de la diáspora boricua, ávida de mantener lazos con la isla desde la distancia. Sin embargo, conviene tomar en cuenta que, en aras de mantener vivas nuestras tradiciones y nuestra cultura allende los mares, no caigamos en representar nuestra isla de forma idealizada e irreal.

Otro rasgo que he notado en este acervo es la propensión a darles a los textos dirigidos a niños un enfoque demasiado pedagógico. Hay una imperiosa ansiedad por enseñar algo. Tampoco tiene nada de malo, por supuesto, pero siempre he considerado que los propósitos principales de la literatura deben ser el entretenimiento y la reflexión. Enseñarles a los niños destrezas o datos históricos o científicos no es trabajo de la literatura. Esto no quiere decir que no pueda ocurrir naturalmente en el proceso de leer, pero no debe ser un fin primordial. Mucho menos debe imponerse a rajatabla. Estoy consciente de que a veces se trata menos de la intención de los autores que de algunas editoriales y su fijación con las conexiones curriculares. Los niños lo notan enseguida, créanme. No puedo dejar de mencionar textos como La jirafa que no cabía en su cuento, de Haydée Zayas, cuya divertida trama no tiene que justificar su existencia.

De igual forma, predomina en Puerto Rico el realismo en la literatura para niños. (Un realismo falto de humor, por cierto). Por lo tanto, he recibido con mucho agrado la publicación en los últimos años de textos de ciencia ficción y fantasía como El visitante de las estrellas, de Pabsi Livmar; Antrópolis, de Janette Becerra; y Las palabras perdidas, de Ernesto Guerra Frontera, entre otros. Es cierto que varios autores se han dedicado a tratar temas de actualidad que pueden resultar un tanto controversiales para los que aspiran a proteger a los niños en una especie de burbuja y mantenerlos ajenos a lo que ocurre a su alrededor. Asuntos como el racismo, la homosexualidad, el ambientalismo, los roles de género y otros comienzan a afloran afortunadamente. Sin embargo, me parece que hay que evitar que el mensaje adquiera más relevancia que el texto mismo y lo convierta en una especie de panfleto. Eso tampoco es literatura. Además de entretener, esta debe invitar a cuestionar incluso los propios mensajes que se pretenden llevar a través de ella.

Para corregirle la plana al podcastero, la literatura dirigida a niños puertorriqueña actual está viva y vibrante, si no que lo diga Tina Casanova, cuyo querido Pepe Gorras, ya llegó al cine.

 

 

Artículo anteriorLas caricaturas sangrientas de El conde 
Artículo siguienteZoraida Santiago celebró su carrera con el concierto “Mi vida en canción”