Cielo, mar y tierra en la mirada de Carmelo Sobrino

En Rojo

La belleza es el resplandor de la verdad, el arte la rescata.

C.S.

0. Conozco la obra de Carmelo Sobrino desde hace muchos años. Sin embargo, nunca había tenido oportunidad de ver un buen conjunto de obras del maestro. Tengo suerte, la Liga de Arte de San Juan, expone desde hace par de semanas -hasta el 25 de abril- Cielo, mar y tierra, en la Galería Delta de Picó.

No soy crítico de arte pero amo las artes. Cuando Tari Beroszi me invitó a la Liga no dudé en olvidar mi condición de ermitaño. No solo es un espacio hermoso por su jardín interior, sino porque admiro el trabajo que se realiza allí como centro de creatividad. Marilú Carrasquillo, su directora ejecutiva, es una de esas heroínas nacionales que merece nuestra profunda admiración. Además, Sobrino es de mis artistas nacionales favoritos. ¿Por qué? Permítanme la sencillez: por los colores. Ya les dije que no soy un experto. Todo lo miro como poeta, como si estuviera listo para el asombro.

1. Para mí, la obra de Sobrino se caracteriza por su uso audaz del color. Sus pinturas están llenas de vida y movimiento, y transmiten una profunda alegría de vivir. Y en el caso de Cielo, mar y tierra ese dinamismo, ese colorido, supuso un acto de supervivencia. Sobrino nos dice que las obras presentadas son pintadas a raíz del huracán María y la pandemia. La docena de pinturas e inspiran en el paisaje que le ofrece su balcón. “Toda la fauna terrenal” y un catálogo inmenso de objetos. Frutas, insectos, helicópteros, aracaidistas, rostros flotantes, pájaros, ciclistas. En “Desde mi balcón” vemos una ballena justo al centro del campo visual, “que guiña el ojo al horizonte”. Todas las obras en esta exposición están impregnadas de una luminosidad especial que realza la belleza de sus sujetos y crea una atmósfera mágica.

      1. Sobre todo en Tráfico I,II,III, veo la mirada de un niño -la mía, quizás- . Hay juego. Esa libertad. Supongo un disfrute del acto de pintar que resulta en el mío al mirar. Mi mirada descubre entre la plétora de imágenes, juguetes. Tantos que se fomenta la espontaneidad y la improvisación en mi propio análisis. Ojos sin restricciones, permitiéndose descubrir nuevas formas y colores cada vez que se recorre el lienzo.
      2. Carmelo Sobrino, según sus propias palabras, es “un jíbaro de Manatí”. El pintor, muralista, escultor, dibujante y grabador, criado entre agricultores, artesanas y costureras, aprendió dibujo a los seis años. Un vecino, apenas un niño como él, Wilfredo Pabón, le prestaba tizas para que lo acompañara a dibujar. Aprendió a hacer letras con un rotulista de Manatí. Pero fue en la Escuela Vocacional de Arecibo donde tuvo su primer maestro formal de pintura, Oscar Colón Delgado.

A los 16 años, en 1964, ingresó en la Escuela de Artes Plásticas de Puerto Rico. Estudió bajo la tutela de los maestros Fran Cervoni, Rafael Tufiño, Lorenzo Homar, Carlos Marichal, Carlos Raquel Rivera, Augusto Marín, entre otros.  

Luego de un periplo de estudios en EEUU (Denver) y México, regresa a la isla. En 1969, junto al artista Antonio Martorell, fundó el Taller Alacrán para enseñar artes gráficas a jóvenes, y en 1971 fundó el Taller Capricornio con el mismo propósito.  Ha sido profesor en la Liga de Estudiantes de Arte de San Juan, Casa Candina y la Universidad del Turabo en Gurabo.

4. Comencé estos breves comentarios con una cita del propio Carmelo Sobrino: “La belleza es el resplandor de la verdad, el arte la rescata.” La relación entre la verdad y la belleza es un tema filosófico complejo que siempre he disfrutado paladear. Ha sido objeto de debate a lo largo de la historia. Diferentes filósofos y pensadores han ofrecido distintas perspectivas sobre esta relación. Frases similares se le adjudican a Platón en El banquete, a Francis Bacon y a San Agustín. En resumen, la belleza puede ser vista como una manifestación de armonía, proporción y orden, que son cualidades que también se consideran deseables en la búsqueda de la verdad. Soy de los que piensan -no soy original en ello- que la belleza y la verdad son conceptos independientes y que no necesariamente están relacionados. O sea, la belleza es subjetiva y puede variar según las preferencias individuales, mientras que la verdad se refiere a la correspondencia con la realidad objetiva.

Lo que propone Sobrino, y creo que lo logra cabalmente, es que el arte tiene la capacidad de capturar la complejidad de la experiencia humana y puede ofrecer una visión luminosa, dinámica, lúdica, de la realidad. Cuando la realidad objetiva es la crisis, el arte se organiza para combatir por la vida.

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