Especial para En Rojo
La película El hombre de la cámara (dir. Dziga Vertov, Unión Soviética, 1929) abre con un texto escrito donde Vertov advierte al espectador que su película no utilizará intertítulos (el texto escrito usado en el cine silente como complemento de la narrativa visual) o elementos de teatralidad. Vertov se refiere al teatro como algo construido o artificial, haciendo referencia al cine de Sergei Eisenstein. Por ejemplo, en una película como El acorazado Potemkin (Unión Soviética, 1925), Eisenstein monta un inmenso espectáculo visual para captar la masacre en las escalinatas de Odessa. La madre que sube las escalinatas con su hijo muerto en los brazos clamando a los soldados del zar va en dirección contraria al coche con un bebé que desciende sin control después que la mujer que lo impulsaba fue asesinada por el ejército imperial. El espectador se estremece iracundo ante el abuso de las fuerzas armadas en contra de íconos sociales que relacionamos al amor incondicional y a los sectores más indefensos de la sociedad. Por un lado, Eisenstein monta el teatro usando como escenario las escalinatas y manipula la imagen para acertar un poderoso golpe emocional. Por otro lado, Vertov propone capturar la Rusia de la Revolución Bolchevique a través de un lenguaje puramente cinematográfico donde la realidad es tal cual. Sin embargo, Vertov nos recuerda constantemente los mecanismos que mueven el ojo de la cámara, el hombre que la apunta, la editora que junta los fragmentos, los músicos que componen su sinfonía y los espectadores que descifran este lenguaje. Los invito a que echen un vistazo a esta joya de la historia del cine que, a través de un bombardeo de fragmentos visuales, reconstruye la Rusia (entre tantas otras Rusias) que Vertov presenció. Cada uno de los cortos de ficción nominados para el Oscar (Best Live Action Shorts) es un fragmento que forma una realidad más compleja. Diferente a El hombre de la cámara, donde Vertov y su equipo son los que articulan el lenguaje, cada corto nominado es un enunciado visual único que forma parte de un conjunto multifocal. Consideremos esa oración visual que incluye a una joven que busca a su hermana perdida, una mujer pequeña que roba un tranvía, una estudiante que goza de su maldad, una novia musulmana que decide seguir otro camino y un hermano que sufre las inconveniencias del amor fraternal.
En Ivalu (dirs. Anders Walter y Pipaluk K. Jørgensen, Dinamarca y Groenlandia, 2023), Pipaluk, una niña de la comunidad inuit en Groenlandia, parte en un viaje solitario a través de un ambiente de hielo bellísimo y peligroso. Su hermana, Ivalu, está perdida. Por eso, Pipaluk visita distintos sitios que ha frecuentado con ella, una cueva, un lago congelado. ¿De qué está escapando Ivalu? ¿Usará Pipaluk el traje tan preciado de Ivalu para recibir a la reina de Dinamarca? El enfoque en el traje y en un padre distante que guarda un secreto muestra ecos de Madeinusa (dir. Claudia Llosa, Perú y España, 2006). Sin embargo, mientras Madeinusa tiene unos giros de terror, Ivalu se enfoca en cómo Pipaluk enfrentará una realidad cuyas consecuencias su hermana vivió en carne propia. El leitmotiv del viaje toma una forma algo más liviana en un tranvía en Noruega.
En Nattrikken [Night Ride] (dir. Eirik Tveiten, Noruega, 2020), Ebba, una pequeña mujer, llega a la parada de tranvía una noche muy fría. Justo en ese momento, el tranvía se acerca, pero el conductor no seguirá su camino porque es su hora de descanso. Este no permite que Ebba se guarezca del frío dentro del tranvía. Como se encuentra sola, Ebba decide abrir la puerta del tranvía por su cuenta y echar el vehículo a andar. Aunque su intención no era robar el tranvía, ella no hizo nada para detenerlo una vez está en marcha. Lo que sigue es un entretenido viaje que toma un giro tenso por los pasajeros que Ebba recoge en el camino. El corto es divertido y su final devuelve la esperanza en el prójimo. A pesar de su simpatía, Nattrikken carece de la fuerza emocional y el gozo cinematográfico de un gris internado de niñas en la Italia de la Segunda Guerra Mundial.
En Le pupille (dir. Alice Rohrwacher, Italia y EEUU, 2022), unas estudiantes en un internado de monjas muy estrictas buscan escuchar un poco de música y saborear algo de postre en Navidad. Guiada por su búsqueda de migajas de diversión en ese gris internado en la Italia fascista, Serafina (Melissa Falasconi) desafía a la joven Madre Superiora (Alba Rohrwacher) de maneras adorables y comiquísimas. Le pupille no depende solamente del buen diálogo ni de una historia sólida, sino que usa juegos cinematográficos deliciosos haciendo la película una joya de cine infantil similar al clásico francés, Zazie dan le Métro (dir. Louis Malle, Francia, 1961). El sacrificio del final que deviene en comunidad es sutilmente glorioso y encantador. El bizcocho rojo en esta historia es tan central para su desenlace como la maleta roja que lleva el alma de la protagonista del próximo corto.
En The Red Suitcase (dir. Cyrus Neshvad, Luxemburgo, 2022), una joven musulmana llega al aeropuerto de Luxemburgo con un poco de dinero en el bolsillo, una misteriosa maleta roja y la foto de su prometido. Él la espera en el aeropuerto con un ramo de flores. A pesar de que la transacción está a punto de cumplirse, la mujer se quita el hiyab y decide escapar sin importarle las promesas que su familia le hizo al pretendiente. La razón por la búsqueda de su nueva vida está en su maleta roja. El corto logra crear y mantener la tensión de maneras muy efectivas a través de sus 18 minutos. Así como la protagonista de este corto busca escapar de una familia impuesta, el protagonista del próximo se siente obligado a cumplir con los deseos de su familia.
En An Irish Goodbye (dirs. Tom Berkeley y Ross White, Irlanda y Reino Unido, 2022), Turlough (Seamus O’Hara) regresa a su pequeño pueblo en Irlanda porque su madre acaba de morir. A pesar de que Turlough quiere vender la finca de su madre, su hermano, Lorcan (James Martin), un joven con síndrome de Down, se niega a dejar la casa donde ha pasado toda su vida. Aunque ambos tienen una relación complicada, Turlough y Lorcan deciden llevar a cabo la lista de los 100 deseos que su madre les dejó antes de morir. Esta colaboración lleva a Turlough a redescubrir las maravillas de su hermano y a entender el valor de la familia. El corto es muy bueno, aunque depende de la manipulación emocional tan convencional en este tipo de historia. A pesar de que cuenta con actuaciones sólidas y momentos cómicos muy logrados, ya hemos visto suficientes películas de personajes que regresan a su familia para descubrirse a sí mismos.
Estoy escribiendo esta reseña mientras veo la ceremonia de los premios de la Academia. Estaba seguro que Le pupille se llevaría el Óscar, pero no me sorprendió que se lo llevara An Irish Goodbye por su tema de familia y su manipulación emocional. Independientemente de mis problemas con el premio, los cortos nominados para el Óscar demuestran la esperanza que florece en los momentos más oscuros de nuestras vidas.