Jíbaros, criollos, puertorriqueños: miradas estadounidenses

 

Un perfil de Van Middeldyk

En 1903 Rudolph Adams van Middeldyk (1832-¿?) publicó para la editorial D(aniel) Appleton and Company el volumen The History of Puerto Rico, primero en elaborar la historia del país como un relato unitario.[1] La obra previa de Myddeldyk que he podido ubicar se reducía a un panfleto titulado Guatemala. Some facts and figures for the information of visitors (1895) auspiciada por la Guatemala Central Railroad Company. Aquella compañía, organizada en 1878 conforme a las leyes de California, estaba encabezada por el empresario de origen alemán Henry F.W. Nanne (1830-¿?).  La firma había adquirido la concesión para la construcción y administración del tren entre Escuintla, cerca de Ciudad de Guatemala y el Pacífico, obra que entró en operaciones en 1880.[2] Aquella era una ruta crucial para el tráfico mercantil en un momento en que el capital foráneo penetraba la república.

En Puerto Rico publicó El coco y la producción de copra: una industria agrícola nueva, fácil y remunerativa para los habitantes de la costa: datos prácticos recopilados (1899), impresa en el San Juan News Power Print, firma que difundía información útil para los interesados en invertir en el territorio recién adquirido. La copra o fibra del coco era utilizada para la elaboración de aceite mientras que los desechos servían como alimento para el ganado, para elaborar abonos y materiales que protegían los frutos de ciertas plagas y de las inclemencias del clima. Monetizar la naturaleza fue una de las respuestas de los estadounidenses al enfrentar la temida pero siempre deseada naturaleza tropical.

Como se sabe, el coco fue uno de los productos tropicales más apetecidos por las fruteras que arribaron al territorio después de 1898. La valoración de aquel bien fue inmediata. En 1899, William Dinwiddie (1867-1934), periodista y fotógrafo, llamó la atención sobre las propiedades de suelo costero insular para el producto y aseguraba que era un renglón de inversión que prometía excelentes márgenes de ganancia.[3] Frederick A. Ober (1849-1913), naturalista y escritor, lo definía como un “poor man’s tree”[4] por la diversidad de recursos que obtenía el nativo en su “primitive domestic economy” de aquel árbol desde la madera para la tablas de su residencia y la cobertura de los techos de sus bohíos, hasta el alimento que representaba su pulpa y su agua e incluso remedios para las fiebres a base de sus raíces. No faltaba, claro está, la copra recomendada por Van Middeldyk.

Nuestro autor no tenía el pasado de un humanista sino el de un facilitador empresarial que escribió con el propósito de orientar a los nuevos carpetbaggers e inversionistas en escenarios desconocidos para ellos. Su obra prefiguraba la del asesor financiero y el promotor empresarial como tantos otros escritores en aquel contexto innovador. El dato me parece importante para comprender mejor su representación de los puertorriqueños a lo largo de su libro de historia. Su conexión con el mundo académico derivaba de su trabajo como bibliotecario de la Free Public Library o Biblioteca Insular. Aquel proyecto había sido promovido desde 1901 por el comisionado de educación Martin G. Brumbaugh (1862-1930), primer Comisionado de Educación bajo la soberanía estadounidense y gobernador de Pensilvania entre 1915 y 1919, con el respaldo del gobernador Charles H. Allen (1848-1934), funcionario y empresario vinculado a las finanzas y a la American Sugar Refining Company desde 1907. Una aportación de $ 6,000 anuales del Consejo Municipal de la capital y un donativo de $100,000 del empresario del acero y filántropo  Andrew Carnegie (1835-1919), aseguró la consolidación del proyecto que entre 1914 y 1916 sirvió de base a lo que en 1917 sería la Biblioteca Carnegie.[5]

La D. Appleton and Company solicitó un manuscrito de historia de Puerto Rico a Van Middeldyk y otro a Salvador Brau Asencio (1842-1912) el historiador de Cabo Rojo. Aquella era una firma con centro en Boston y luego Nueva York fundada en 1831, interesada en la difusión de textos científicos y educativos a un costo razonable. A la altura de 1898, la editorial celebraba la expansión imperialista estadounidense en la serie “Expansion of the Republic” en la cual el texto sobre Puerto Rico de Middeldyk seguía a otro sobre la compra de Louisiana.

Todo sugiere que el libro de Brau y el de Middeldyk debían salir el mismo año, meta que no se consiguió. Una memoria de un nieto de Brau, el poeta y genealogista Enrique Ramírez Brau (1894-1970) así lo certifica. El hecho es importante porque indica que el editor planeaba publicar una versión estadounidense en inglés y otra puertorriqueña en castellano. Quien haya leído la obra de Brau reconocerá que este no era un escritor de pocas palabras. El historiador positivista redactó una “amplia, completa Historia de la Isla” que la Appleton devolvió indicándole que lo que necesitaban era “una historia compendiada para uso de las escuelas públicas”[6].

Según su nieto, durante largo tiempo Brau, después de la cena y hasta la madrugada, se sentaba “en la mesa de comer” a resumir su manuscrito. Brau, “de una constitución endeble, falto de carnes”, quien vivía en el 75 de la Calle San Francisco de San Juan, era vigilado por su nieto sentado en la base de una escalera. El texto original, con toda probabilidad irrecuperable, se perdió por aquella comprensible exigencia editorial. Brau pudo haber sido, según una vieja discusión ateneísta, el “historiador moderno” del cuál carecía Puerto Rico. El prólogo firmado por Van Middeldyk en su libro sugería otra cosa. La intención era que la figura del “historiador moderno”, ligada a la conferencia “Una relación de la historia con la literatura” dictada por Manuel Elzaburu Vizcarrondo (1851-1892) en el 1888 en el Ateneo Puertorriqueño, se asociara al bibliotecario de la Free Public Library.[7]

Los puertorriqueños en la retórica de Van Middeldyk

La representación de Puerto Rico en The History of Puerto Rico es paternal y devastadora. Los criterios utilizados por Van Middeldyk en su figuración se apoyaban en los principios de organicismo positivista propio de la mirada de la intelectualidad burguesa de la era de la industrialización. Aquella mirada no era sino una reformulación secularizada del organicismo providencialista cristiano. Su discurso reproducía las teorías progresistas instrumentalizadas y vulgarizadas que se habían impuesto en el discurso historiográfico académico y popular desde mediados del siglo 19.  En ese sentido, su plataforma filosófica no difería de la de Brau o de Eugenio María de Hostos (1847-1903). De lo que carecía era de la densidad intelectual de aquellos.  Es probable que la naturaleza del libro que le requirió D. Appleton, uno para la difusión entre no expertos, influyera en ello.

Para Van Middeldyk Puerto Rico era una “infant colony” (155)[8] que comenzó a crecer o sólo después de 1815.  La infantilización del periodo anterior a la Cédula de Gracias, un lugar común incluso entre los historiadores puertorriqueños, reducía los 300 años que la precedieron a una oscura premodernidad en la cual el territorio y su gente vivieron al margen de la Historia. La Historia, es decir los actos de los seres humanos en el tiempo y el espacio, era interpretada como un proceso autónomo que guiaba en general las acciones de sus actores en una dirección particular. La salida del país de la infancia hacia la pubertad, se asociaba en el texto a la administración de Miguel de la Torre (1786-1843), gobernador autoritario, moralista, antiseparatista y antianexionista por antonomasia pero eficaz administrador, que gobernó a Puerto Rico entre 1822 y 1837, una época de crecimiento material en el marco de la apertura que significó la Cédula de Gracias.

La tesitura progresista y organicista de su discurso es obvia. Para Van Myddeldyk el motor y el freno de todo progreso o retroceso de Puerto Rico había sido aquella España que vacilaba entre la regresión y la progresión. El Puerto Rico de Van Middeldyk era inocente:  no había sido responsable de su situación por su dependencia colonial. Con aquel argumento, común en la época entre los observadores estadounidenses y puertorriqueños, se solidarizaba con la clase política del pueblo recién conquistado que, ansiosa por ganar la confianza de los invasores,  animaba la hispanofobia, actitud cultural compartida por los estadoístas durante la primera década del siglo 20 y por los separatistas anexionistas e independentistas de todo el siglo 19.

La marginalidad o destierro del progreso explicaba la “evil reputation” de Puerto Rico cuando se le evaluaba desde las Antillas Francesas e Inglesas:   “an island where rape, robbery,  and assasination were rife” (159). Usando la autoridad de Brau Asencio, dejaba claro que aquella opinión no estaba equivocada. Del ostracismo y el aislamiento derivaba también la indolencia, la pasividad y las pocas ambiciones que manifestaban los insulares (160). Su fórmula para superar la flema o lo incuria puertorriqueña, metaforizada en el hábito de pasarse el día “swinging in a hammock” en un entorno cercano al salvajismo (160-161), hábito que lo convertía en un pueblo ingobernable, había sido el autoritarismo y la disciplina militar practicada por España en la Capitanía General.

Entre 1837 y 1874, desde la promesa de leyes especiales hasta la caída de la España republicana, Puerto Rico había estado dominado por el caos y el desorden. La situación formó un pueblo en el cual la disolución moral tolerada e incluso auspiciada por las autoridades hispanas para evitar la oposición política, era la orden del día. Los ejemplos utilizados para significar aquella vida corrompida eran las carreras de caballos y las peleas de gallos, en especial por las apuestas que generaban.

El emblema más significativo de la existencia inmoral del puertorriqueño bajo España no era otro que la fórmula de la Tres B’s: “Barraja, Botella, and Berijo” (166), que en una nota al calce aclaratoria traducía para el lector estadounidense como “Cards, rum, and women”, olvidando el “baile” que tradicionalmente ocupaba su lugar en las versiones más conocidas de la triada. La sexualidad tratada como un vicio fue otro lugar común entre numerosos observadores españoles, estadounidenses y puertorriqueños a la hora de evaluar el abajo social. La poca privacidad que aseguraban los bohíos, la numerosa prole de los campesinos y la precocidad sexual de los jóvenes, era traducida en un apetito sexual desmedido que correspondía con el primitivismo y el clima tropical. Para Van Middeldyk el puertorriqueño debía ser moralizado paternalmente por un mentor legítimo a fin de que superase el peso de su pasado hispano y su retraso y se convirtiese en un pueblo productivo capaz de aspirar al gobierno propio.

El jíbaro o campesino en la retórica de Van Middeldyk

En el capítulo 29 “The Jíbaro, or Puerto Rican Peasant” (195-200) Van Middeldyk expone sus ideas sobre el habitante de la ruralía siempre sobre la base de fuentes secundarias. Nada en su retórica sugiere que haya sido testigo de las situaciones que anota. Las observaciones provienen de fuentes españolas, inglesas y puertorriqueñas y, en general, evita involucrarse en debates o polémicas. La selección de datos y el acomodo de aquellos en una narrativa coherente, sin embargo, ratificaba sus profundos prejuicios ante clima tropical como un hábitat amenazante e insalubre pero potencialmente próvido. Todo convergía en el desprecio al pasado hispano como algo que debía ser dejado atrás en nombre del progreso que se vivía después del 1898.

El jíbaro era el descendiente de un segmento de la población que se había refugiado al interior del territorio que, con la asistencia de un indio o algún negro esclavo, se dedicaba al cultivo su un predio de tierra (195). Se trataba de gente blanca de ascendencia europea que vivía en los márgenes. Los mestizos, mulatos y negros, aunque numerosos, no encajaban en la figura social y cultural que describía (196). Sus observaciones al respecto provenían de un escrito de Francisco del Valle Atiles (1852-1928) quien describía al jíbaro con rasgos que “generally be found to be of pure Spanish descent” (197). Bien formado, delgado, de constitución delicada, lento, taciturno y de aspecto enfermizo y anémico pero, en algunos casos, capaz en la ancianidad de montar un caballo en pelo con facilidad.[9]

Aquella fragilidad era resultado de la mala alimentación, la falta de higiene y las terribles condiciones de vida. Una interesante nota racista es la observación de que aquel tipo de dieta si bien sostenía a un indio, podían ser letales para la gente blanca. El hambre, aseguraba, se suplía con tabaco y ron (197). Para Middeldyk, no todo estaba perdido. Aquel jíbaro insalubre, sucio e inmoral “can display remarkable Powers of endurance” (198) y, a pesar de su fama de vago, era capaz de trabajar 10 a 11 horas diarias.

Para el autor la gran contradicción del jíbaro era que la naturaleza tropical, que ofrecía todas las posibilidades para una vida plena, había sido desaprovechada lo que explicaba que siguiera viviendo en la precariedad.  Lo que afirmaba con ello era la inhabilidad del puertorriqueño para desenvolverse en el marco de esa ética burguesa de la productividad y su curiosa capacidad para tolerar todas las carencias. Aquella actitud poco laboriosa y ausente de emprendimiento tenía que ver con el trópico y con la haraganería e indolencia heredada, a través de España, del retrógrado orden señorial o medieval.

Por último, el jíbaro era intelectualmente tan pobre como lo era física y socialmente: un ser iletrado, incapaz de articular la palabra con coherencia y practicante de un catolicismo fetichista que chocaba al estadounidense. En sus expresiones artísticas creaba unas canciones “if not of a silly, meaningless character, are often obscene” (199). Con una suerte de guitarra artesanal y un güiro que producía un ruido que alteraba los nervios de quien no estaba acostumbrado a escucharlo, expresaban sus emociones colectivas. Aquellos seres simples se consideraban felices con la posesión de una vaca y un caballo, afirmación que acreditaba a George D. Flinter (¿?-1838)[10] .

En general el puertorriqueño era el producto de la mezcla de dos razas física, ética e intelectualmente diferentes, españoles e indios: un híbrido inferior caracterizado por las peores cualidades de sus dos ancestros (201). Sólo el cruce constante a lo largo del tiempo aseguraría la preponderancia de los atributos de la raza superior: la blanca. La salida de aquella trampa biológica resultaba esperanzadora. En cuanto al jíbaro Middeldyk aseguraba que no todo estaba perdido: la educación, la actividad industrial, el cuidado de la salud y la higiene, combinadas con la rectificación moral, acelerarían su destino inevitable: “in ten years the Puerto Rican jíbaro will have disappeared” (200). Su lugar sería ocupado por un tipo de “hombre nuevo” industrioso, correcto, educado y poseedor de una renovada concepción de la felicidad más allá de la posesión de una vaca y un caballo. Ese ser humano moderno y civilizado estaba a la vuelta de la esquina. La idea del 1898 como el principio regenerador o principio destructivo y constructivo a la vez  necesario para dejar atrás un pasado atroz, estaba completa. El “historiador moderno”, y esta es una ironía calculada, había nacido. Sin duda.

Notas

[1]Ver mi ensayo “La arquitectura historiográfica en The History of Puerto Rico (1903) de Rudolph Adams Van Middeldyk” en José Anazagasty Rodríguez y Mario R. Cancel (2011) Porto Rico: Hecho en Estados Unidos (Cabo Rojo: EEE): 51-67.

[2] Wikiguate. Una enciclopedia en línea de Guatemala (2016) “Guatemala Central Railroad”   URL: https://wikiguate.com.gt/guatemala-central-railroad-company/

[3] William Dinwiddie (1899) Puerto Rico. Its Conditions and Possibilities (New York/London: Harper & Brothers Publishers): 135

[4] Frederic A. Ober (1899) Puerto Rico and its resources (New York: D. Appleton and Company): 47, sobre la copra 49.

[5] Ver Martin Brumbaugh, “Chapter VI. Report of the Commissioner of Education” en Charles Allen (1901) First Annual Report (Washington: Government Printing Office): 359-360; y Martin Brumbaugh (1903) “Editors Preface” en R. A. Van Middeeldyk, The History of Puerto Rico (New York: D. Appleton and Company) : v-ix.

[6] Véase Enrique Ramírez Brau (1957) Mi abuelo Salvador Brau (San Juan: s.e.): 4-5. Agradezco al escritor Luis Asencio Camacho, otro descendiente de Brau, el rescate de este texto en la Colección Álvarez Nazario de la Biblioteca general del RUM a petición mía.

[7] Manuel Elzaburu Vizcarrondo (1971) Prosas, poemas y conferencias. Luis Hernández Aquino, ed. (San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña): 214.

[8] Todas las citas directas del libro se incluirán entre paréntesis dentro del texto.

[9] Francisco del Valle Atiles (1889) El campesino puertorriqueño (Puerto Rico: Tipografía José González Font), obra premiada  en Ciencias Morales por el Ateneo Puertorriqueño en el certamen de 1886.

[10] George D. Flinter (1838) An Account of the Present State of the Island of Puerto Rico (London).

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