La vida secreta de la caverna que se abre: Ávido mundo, de María Baranda

Entrega a mano #3:

 

Especial para En Rojo

En el 2016 conocí a la escritora mexicana María Baranda a propósito de un homenaje y lectura colectiva que hicimos con el poeta chileno Raúl Zurita en Chicago como parte del evento “Poesía en abril”, que se celebra cada año en De Paul University, y del que se encargan las profesoras Juana Goergen y Rocío Ferreira. Compartimos la habitación María y yo, y después de conversar por largo rato, una de aquellas noches María me regaló su espléndido Ávido mundo, publicado en el 2005. En ese momento, aún tenía ejemplares de Cuerpo nuestro, el cual le regalé como señal de amistad e intercambio. María, además, ha publicado El jardín de los encantamientos (1989), Fábula de los perdidos (1990), Los memoriosos (1995), Moradas imposibles (1997), Ficción de cielo (1995), Nadie los ojos (2000) y Atlántica y el rústico (Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, 2002), entre otros. Su poesía es un diálogo con los elementos naturales, y su voz busca sus resonancias, cual si deseara ser absorbida por estos, sumida en la reflexión que dichos espacios suscitan a un nivel filosófico y espiritual. En sus poemarios la veo oscilar entre el poema de largo aliento y los versos breves de los aforismos.

Sobre Ávido mundo me pregunto a qué madre apostrofa la voz poética en este libro. “Madre, verano a veces/ el mundo es una avispa/nómada, iridiscente.” Habla la voz poética de un “ávido mundo” donde lo ávido precede a la descripción o la vivencia en la que se halla una voz que habla sobre las hormigas que “embadurnan copal” y se embriagan. Se habla de larvas, flores, de fermentación y humedales, y el texto mismo va habitándose con su plenitud. Pienso que es una fabla, una fábula, un hablar de la selva en medio del habla poética. De vez en cuando la hablante busca la selva para encontrarse. Se halla sumergida en ese espacio para decir su avidez, precisamente: “Hablamos/pájaros,/ pájaros crispados,/ vuelan sombra adentro de nosotras.” (9) Porque la voz que habla es también la de la hormiga: “Y caminamos lentos por el rojo radiante / de una flor que sólo abría sus pétalos/ de lujo en la cuaresma.” (11)

La voz poética, poseída, curva su cuerpo para acoger los sonidos de la selva, retiene en el torso que es su boca los recursos de la fonación y los deja brotar paulatinamente reuniéndolos en pequeños cantos (24) abocados al ser fugaz de las cosas. Aquí el cuerpo se amolda al entorno del que forma parte para decir mejor aquello que ve pero que a su vez absorbe a medida que el trayecto continúa extendiéndose y desplegándose ante sus ojos. “Curvas el cuerpo como un mapa/ sin brújula en la soledad/de tu lengua.” (15) También la voz se embriaga con lo visto y lo observado: “Cuentos de mariposas/vigilan el sueño azul de las crisálidas./ Tránsfugas de otras nubes/ guardan aviones de papel/ en sus retinas de oro.” (13) Pese a que nos hallamos en medio de esta selva que personalmente me evoca la humanamente poblada de Dante Alighieri, aquí los entes se deslizan, braman, se suspenden en la embriaguez de un presente puro, pleno de sensaciones, que en el poema se manifiestan como sinestesias. El poder que albergan esas imágenes torna plurivalentes los sentidos implícitos a cada movimiento del ser dentro de esta marejada verde donde todo resuena como propósito del hábitat. Por eso la multitud de entes aquí es más que humana, y actúa como un enjambre orientado por una brújula interior. Su desplazamiento por encima o por debajo de la tierra, entre el murmullo nómada del aire o las huellas invisibles que dejan en el agua, están cifradas, y su elocuencia es singularísima, acaso difícil de desentrañar o verbalizar. Las palabras se consagran en la abundancia de la selva lacandona. Y claro, el recorrido fertiliza el brote de dos preguntas. Una se la plantea el libro mismo: “¿Quién es quién en esta selva?” (12). Y la otra, me la planteo yo misma: ¿Cómo puede transcribirse lo ávido? En varios momentos la voz poética se lo pregunta casi sin decirlo para no estropear la aventura o el proceso de los deslizamientos de ese cuerpo en reflexión que se pierde y se encuentra continuamente en este lugar, pues sus hitos son la observación desde donde se siente devorada por los sucesos múltiples que pululan. La mención de esos eventos modulados por las pausas de la dicción poética, pronunciándolos, escribiéndolos, expresándolos, los encarna de otra forma. La meta-poética de este libro es una tribulación que debe detenerse y salir fuera para nombrarse, a riesgo de reposar en el vértigo del aturdimiento, como en la poesía de un Francisco Matos Paoli o de un Vicente Huidobro. Hay un éxtasis en medio de esta unción aturdida, un arrobamiento del que puede salirse solo de una forma. Sale fuera para nombrarse, acaso para inmolarse: “ a tu cuerpo me ofrezco/ y me harto/ hundida de ti, en tu rostro/ mi verbo pretenda decir/ el fulgor, el pliego que me devela,/ prenda de mí, de lo que desconozco”. (53)

Así, los poemas IX y XIV me parecen los más bellos de la colección.

 

IX

 

¿Cómo escribir de ti

sin que resulte insoportable?

¿Cómo decir tu nombre,

Lacandonia,

entre mis párpados abiertos?

¿Cómo decir tu risa, tu cuerpo

de verdugo en la espesura?

¿Cómo alabar tus ruidos de leona,

tu rugido de sombra

que espanta a las lechuzas?

¿Cómo soñar tus largos días

sumergidos en mí,

en mi sopor de ruina?

¿Cómo gritar tu nube

en el espejo que me mira

como un fantasma

de otra época?

¿Cómo beber tus sílabas abiertas?

¿Cómo lamer tus hostias

de bondad y pertenencia?

¿Cómo, implorarte, detenida,

la sed de ser

la voz de un petirrojo,

el fuego que arde y quema

en los renglones de tu música?

 

XIV

 

De lo hondo. De cuerpos ilícitos

que caen y se abren. De sus frutos.

De la lumbre a la lumbre y de un rayo

a otro y otro. De lo que se interpone

entre tú y la levedad de lo oscuro.

De los valles profundos. De lo que hiere

el ojo y provoca un olor afluente.

De la amargura de ti y de tu boca de éter.

De lo que empuja y agita y dista delante

como si fuera futuro. De lo que cumple

y resbala en el zumo hasta el fondo.

De lo que se aleja y se tunde en tus frondas

de aire. De lo llano y remoto, lo continuo

y lo seco en la máscara gredosa de una jaca

robusta. De lo que pecorea y se ufana

y lo que labializa un sendero

a su diestra y siniestra. De lo que lacera

y dirige escondido en su hoyo.

De lo que escurre y refleja como una vía negra

en las sombras abiertas. Del estallido

de callar el nombre de sus frutos,

de sus cuerpos ilícitos, de lo hondo.

 

La autora es poeta, ensayista y profesora. Tiene a su haber unas 14 colecciones de poesía, entre ellas Sitios de la memoria, La gula de la tinta, Diseño del ala, Cuerpo nuestro, Rizoma, Chuvento o lengua secreta, La noche es otra luz y el más reciente, Espacio teselado. Tradujo el libro The Bounty, de Derek Walcott  (La Providencia) y ha publicado los libros de crítica Hilo de Aracne, Femina Faber, Poéticas que armar, entre otros. Ha antologado la poesía puertorriqueña en dos colecciones publicadas en La Habana y Caracas y la obra de las poetas de la promoción del 70 en su antología De lengua, razón y cuerpo. Obtuvo el Premio de Ensayo de Casa de las Américas en 2020 con el libro Apalabrarse en la desposesión. Literatura, arte y multitud en el Caribe insular. Ha obtenido múltiples premios nacionales e internacionales por su obra poética y crítica.

 

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