¡Pánfila!

Foto por Gil Rivera

Especial para En Rojo

A Vanessa, por supuesto.

Hablábamos del desastre una vez más. Un vuelo de pájaro: las bestias dejan sus rastros dondequiera, altos edificios, arrasados bosques, inexplicables violencias, acumulación, acumulación, y, entonces, de momento: un claro. Lo he visto y lo señalo con el dedo. Mira, amiga, ahí: la naturaleza que cubre con sus maravillas la opacidad. El vuelo continúa y seguimos la conversación.

– Pánfila, dice riendo.

Y ese sonido esdrújulo suena como una piedra, como un golpe, ¡tan!, aunque yo sé que es una forma de consolarme, la risa. Mi amiga es alta, de piernas largas, así que yo, para ir a su paso, debo ir ligerito, el paseo lleva un rato, y mi corazón se esfuerza por repartirse entre el trote y la preocupación. Tenemos hijas jóvenes que intentan colocar su felicidad en estos tiempos, con buen ánimo, poniéndoles la mejor cara a las adversidades, bregando, y tal vez por eso yo, pánfila, insisto en ver el lado sano de las cosas. Ella no. Ella advierte, indica con el dedo, lo mete en la llaga, en el ojo, esto está a-q-u-í, no pases de largo, míralo, siéntelo, observa como todo se desliza al precipicio. Y tiene razón, lo sé.

Pero yo escojo ver otras cosas por el camino, por el mío y por el de ellas, porque me consta la imperfección de nuestras sociedades, en ninguna estamos a salvo completamente, en ninguna hay justicia, ni paz, ni sosiego, al menos no todo el tiempo, los tiempos de paz también se deslizan imperceptiblemente sobre tremendas cosas. Ellas son jóvenes, caminan de la mano, se quieren, y afuera, y muchas veces adentro, aparece ante ellas, pérfida y cruel, la jauría, una muchedumbre que no deja vivir: el zarpazo, el mordisco, la palabra arrojadiza. Y no estamos nosotras para defenderlas, ya no. Están lejos. Son adultas. No es nuestra jurisdicción. Ya no podemos protegerlas. No nos toca. Pero yo pienso que son mujeres fuertes, el cimiento de su carácter construido artesanalmente con el oído atento y el abrazo fácil, debería ser suficiente.

– ¡Pánfila!

Busco la palabra porque me preocupo, porque no lo he sentido como un espaldarazo sino como una bofetada: despierta, mira, no hay nada más, acéptalo. Encuentro entonces una sarta de acepciones no muy halagadoras: alguien muy ingenuo, «que tarda en comprender las cosas o no se da cuenta de estas y se deja engañar fácilmente», » bobalicón, tardo en obrar», «bobo, simple, de reacciones lentas». Por otro lado, antiguamente, según su etimología (del griego pan, que significa todo, y philo, amante de), pánfilo es aquel al «que todo le gusta, quien todo lo ama», y añade: «como sucede con los cándidos, los tontos». Y ya documentada, lo asumo: pánfila.

Pandemonio, panorama, pancarta, pandemia, panfleto.

– Pero qué manía la de nuestra generación estar recordándoles a los más jóvenes lo mal que estamos, como si la inequidad, la voluntad de dominio, la injusticia, la violencia, fueran fenómenos de última hora, como si esto fuera nuevo sobre la tierra.

– Pánfila.

Le cuento de una novela sobre la tierra que he leído en estos días. La humanidad corre y corre, violenta, combate y muere, sueña, trabaja, olvida, y la tierra prevalece en esta historia. Está escrita por una mujer de la edad de mis hijos, nacida a fin de siglo, como ellos, y eso me alegra. Ha encontrado en el ejercicio de la creación un espacio de equilibrio, la maravilla del balance: no se trata de un consuelo, sino de una forma de vivir. Los pájaros trinan, los gatos caminan con elegancia, y ella escribe, dibuja, filma, inventa. Intuyo que por ahí va la cosa, que ese asumirse creadora, emprendedora de los lenguajes, apretar todos los botones, es su manera de estar en este lugar que se desprende, se cae, se desploma. Dale, muchacha, surfea sobre los cascos de los derrumbes, sobre las multitudes enfurecidas, sobre las malas noticias, navega, mujer, y con todos los cantitos, construye una escultura, escribe un libro, inventa una historia para desplazar el tiempo y la mirada: esto que hacemos es una forma, ella también: Eva no es solo la criatura, es también la costilla creadora de otro mundo que se mueve a pesar de ella. Pánfila ella, pánfila yo.

No siempre soy así, te lo confieso. A veces llega el temor, el miedo, el ridículo, la frustración, ese monstruo que te alcanza y te coge de las greñas y hala y hala, hasta hacerte abrir los ojos. Entonces ves la realidad desnuda, así por una ranura, chiquitita, la realidad que se esconde como una salamandra, el sentido, la figura, eso que persigues y se escurre, resbala. A todas nos pasa. Corre, corre.

Es el momento del temblor. Instantes antes, acumulabas, tenías ante los ojos varias ideas, tremebundas fantasías, lindos artefactos, cosas ajenas, cosas lejanas, cosas leídas, cosas ajadas, cosas que no harás nunca, que no te importan, muchas cosas, y esa sensación de que depende de ti continuar mirando lo sano, la posibilidad de un desenlace distinto, la maravilla incesante que palpita a veces por ahí, el consuelo, en fin, para todo esto que se derrumba ante nosotras.

– ¡Pánfila!

Es la salamandra, amiga. Es la carrera. Por eso yo me coloco, bien esdrújula, sobre ese ruido: ¡pan! Pan como un golpe, pero también como un mordisco suave al trigo. Pan sobao, queridas mías, pan de agua. Cariñosamente se parte con las manos, estas manos, no con el filo de una cuchilla. Ando ligerito junto a ellas. Corro, corro. Quiero la alegría, amiga. Enfilo hacia la luz, que también llega como un golpe: ¡pan!

 

 

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