Especial para En Rojo
El día de la bestia (1995), de Alex de la Iglesia, pone en escena la obsesión del Padre Ángel Berriartúa (Álex Angulo), que cree haber descubierto un código secreto en el Apocalipsis de San Juan capaz de revertir los vaticinios fatales del fin de los tiempos. Su peregrinaje está configurado por las dos vertientes estéticas que configuran el guion: el horror y la sátira, dos tributarias del mismo río de la inversión del orden “natural” de las cosas. El espectador es testigo de un ascetismo a la inversa mientras la cámara le sigue los pasos a un sacerdote que ha viajado a la capital a “hacer todo el mal posible” para intentar interceptar el nacimiento del Anticristo y cambiar el curso de la historia.
El Madrid de los noventa parece ser el escenario perfecto. Hay un exceso consumista en la víspera de Navidad mientras que un grupo de fascistas que se autodenomina “LIMPIA MADRID” recorre las calles sin resistencia, asesinando a personas sin techo e inmigrantes.
En su periplo, el Padre Ángel une fuerzas con José María (Santiago Segura), un metalero satánico empedernido que le servirá de guía en los círculos del infierno madrileño. Más allá de la intertextualidad dantesca y las muy comentadas alusiones quijotescas de la película, me interesa enfatizar la extracción socioeconómica de José María, como su característica más relevante. En una escena con abundante comedia física, el Padre Ángel le pregunta:
“¿Tú eres satánico, verdad?”
A lo que José María responde:
“Sí señor, ¡y de Carabanchel!”
Más allá del metal, el afán por Lucifer, los tatuajes y los piercings, José María es adepto al mal porque nació y se ha criado en uno de los distritos más marginados y violentos de la ciudad capital. Carabanchel ha sufrido los embates de la “historia”, tras ser bastión republicano hasta la caída de Madrid a manos de los falangistas, para luego ser sede de una de las cárceles más grandes e infames de Europa durante la dictadura, donde se encarceló a innumerables prisioneros políticos, para luego pasar a ser un distrito plagado por las drogas, los asaltos y la mendicidad a finales del siglo.
Además de José María, el Padre Ángel recibe la ayuda reacia del Profesor Cavan (Armando De Razza), un ocultista de televisión que se ve obligado a ayudarles a convocar al diablo. Para la sorpresa de los personajes y del espectador, el ritual funciona y aparece Satanás en el cuarto en su encarnación de macho cabrío. A partir de este punto, la violencia y la obsesión de los protagonistas se intensifica, ya que se acerca el nacimiento del Anticristo y la invocación de la Bestia no ha rendido ningún fruto.
No es lo mismo llamarlo que verlo venir.
Luego de varias aventuras tanto humorísticas como sangrientas, el cura descifra por fin la criptología más significativa del Apocalipsis: la firma de la Bestia se compone de dos líneas que se inclinan hacia un punto de convergencia: / \
Los protagonistas llegan así a las Torres Kío, una excrecencia arquitectónica del Madrid moderno cuya fachada tiene la misma forma de la firma de la Bestia. Allí, escuchan los llantos de un bebé y se acercan a un montón de cartones que se mueven en el espacio desolado y frío del invierno madrileño. Justo cuando creen haber cumplido su misión, los fascistas los interceptan. Uno de ellos dispara sobre los cartones de donde provenía el llanto. Los cartones ya no se mueven.
El punto climático enfrenta al padre y a José María con la Bestia, que se ha transfigurado en uno de los cuerpos de los criminales fascistas. José María muere de manera heroica: distrae a la Bestia momentáneamente, le permite al cura huir, y se ríe a carcajadas antes de que la Bestia lo lance al vacío. El temperamento de hierro de José María ante la materialización del mal nos remite inevitablemente a su afirmación más célebre:
“Sí señor, ¡y de Carabanchel!”.
El Padre decide retomar su misión y escarbar entre los cartones que escondían el llanto del supuesto Anticristo… ahora ya están marcados con la estampa del fascismo: “LIMPIA MADRID”. Al fondo, descubre un nuevo orden del horror, probablemente su elemento constitutivo: la cuna del Anticristo no era sino una familia sin hogar, soportando el frío y el hambre inhumanos de la Nochebuena madrileña en el umbral de las Torres Kío, su más sobresaliente símbolo del discurso triunfalista del progreso.
El Padre le dispara a lo que cree ser la Bestia, pero lo que queda tendido sobre el gélido suelo de la Puerta de Europa es el cuerpo inerte de un fascista.
El desenlace presenta a los sobrevivientes, Cavan y el cura, deambulando por los caminos del Parque del Retiro, harapientos e incrédulos ante el estado de la cuestión: la vida en Madrid y en España ha continuado de manera ininterrumpida luego de su encuentro fatídico con el mismo Satanás. El cura no ha conseguido interrumpir el nacimiento del Anticristo… nunca consiguió localizar esa entidad singular, discreta y familiar, que contendría toda la maldad que vaticinaban los tiempos. El destino de Cavan no es menos trágico: se le ha sustituido por otro Cavan, quien aparece ahora en los televisores rindiéndole un brevísimo homenaje antes de afirmar que no es el momento de hablar del pasado, sino del futuro. Los créditos de cierre aparecen mientras la cámara los captura en ángulo picado, caminando bajo la fuente del Ángel Caído, posiblemente carne de cañón para el próximo esfuerzo de limpiar Madrid.
No hay duda de que mediante la violencia sangrienta y el aderezo mitológico de lo satánico la película propone una alegoría para narrar la disfunción y la indolencia de las últimas décadas del Siglo XX en España. Pero esto ya se ha dicho y se ha establecido entre la crítica que ha disertado en torno al clásico del cine de horror.
Lo que me interesa proponer es que, al igual que gran parte de la producción fílmica de la temprana era neoliberal, El día de la bestia escenifica–con toda la crudeza característica del gore– lo que supuso (y todavía supone) el paradigma socioeconómico que nos acecha, nos mastica y nos escupe a los márgenes: este es el fin de la Historia, no hay espacio para mirar hacia atrás y vislumbrar otras narrativas posibles. Como sentenciaba Thatcher, There Is No Alternative.
Esta es la verdadera posesión satánica que me interesa resaltar de la cinta de Alex de la Iglesia. Al fin y al cabo, el horror no puede contenerse en la encarnación de lo inefable. La materialización del diablo no es, como antes, la expresión sublime del fin de lo humano. Hay otro horror que le sigue a la aparición de la Bestia y que prospera en la cotidianidad de la injusticia.
No es lo mismo llamarlo que verlo convivir.