Un gran Enrique

Arturo Massol Deyá y Enrique Fernández Toledo. foto: Suministrada

 

Por Arturo Massol Deyá/Especial para Claridad

Otro más, me pregunté al despertar: “Kiko has been upgraded to a Category 3 Hurricane, with sustained winds of 127 MPH”. Con esta notificación amanecí el 15 de septiembre en un bosque de robles por florecer en Adjuntas. Para nuestra fortuna, Kiko andaba por el Pacífico. Con café en mano decidí escribir a las 6:26 de la mañana al amigo Enrique Fernández Toledo a quien conocemos como Kiko. Incluyendo copia de la pantalla del celular le diría “por favor, éstas no son formas de despertar a uno un domingo en El Caribe”. 

Rato después recibiría su contestación: “¡Seguro se convierte en 5! Luego me cuentas lo de Grijalva. Abrazo”. Siempre pendiente a Puerto Rico desde Washington, sus amores tenían latitud y longitud definida. 

Ya olvidado del asunto respondería nueve días después con copia de otra notificación climática: “Kiko has been downgraded to a Tropical Depression. Diablo Kiko, sigues dando candela”. Y aunque todos esperamos la extinción de las tormentas tropicales, unas más destructivas que otras, nada me habría preparado para una notificación más. Esta vez llegaría como llamada al mismo celular: “Arturo, te tengo malas noticias, Kiko ha muerto”.

Pienso y vuelvo a pensar sentado en el balcón de un tercer piso mirando al horizonte. ¿Será que escuché bien? Esa llamada nunca ocurrió, preferí pensar, listo para aceptar faltas de la memoria.

A Kiko lo conocí en tiempos de conflicto cuando el País se jugaba su integridad física ante la perversa propuesta del gobierno de Luis Fortuño de construir un gasoducto y cínicamente llamarle Vía Verde. En el proceso de evaluación, el Cuerpo de Ingenieros de Estados Unidos expatrió el expediente del proyecto, de San Juan a Jacksonville, en una movida sin precedente. Bajo estas circunstancias conocí a Enrique. 

En el libro Amores que luchan [Ediciones Callejón 2018] narro la lucha exitosa de las comunidades puertorriqueñas aquí y en la Diáspora en contra de aquel gasoducto. Allí escribiría: “La participación acertada del Congresista [Luis Gutiérrez] no sería posible sin el enlace con gente valiosa. Su asesor principal era Enrique Fernández Toledo, quien le acompañó desde sus primeros días en el Congreso, hace décadas atrás. El enlace y manejo de lo cotidiano, correos, intercambio de información, discusión estratégica, análisis, llamadas, peticiones, en fin, todo lo relacionado al Congresista, fue a través de Enrique. Kiko, como le dicen de cariño, merece gran crédito. Otros en su oficina igualmente apoyaron y contribuyeron pero la relación con Enrique fue especial. Los afectos eran reales, su compromiso incuestionable y, además, era una persona que destilaba humilde honestidad. Enrique fue un actor principal, anónimo para muchos, un protagonista [titán] para nosotros”. 

Así como desde Washington fue amigo de Puerto Rico para detener ese proyecto de muerte, igual aportó por la salida de la Marina de Guerra de Vieques, por la excarcelación de los prisioneros políticos y por muchas causas de índole cotidiano para los puertorriqueños. Sabía pulsar el poder político y entender sus dinámicas. Su sabiduría alimentaba a muchos incluyendo a políticos de la Isla que se acercaban a la oficina de Luis Gutiérrez. Aunque lo nieguen algunos políticos acá, si alguien les abrió los ojos sobre la condición colonial del ELA fue Enrique. Algunos podrán confundirse, pero un Puerto Rico nuestro era su gran aspiración. 

Como muchos boricuas que hacen vida en Estados Unidos, tenía en marcha su plan de vuelta a la Isla. Quería retirarse en uno o dos años y vivir por Luquillo, por eso de estar cerca de su siempre amigo Servando. “Después de tantos años podré mirar al mar desde la loma, tengo hasta espacio para sembrar” me diría el día de cumpleaños de Mayra, su esposa, en la sala de su hogar, con sus perros esperando a que les abrieran la puerta para salir a correr. 

“No hay nadie como Enrique en DC, ¿qué haremos?”, me preguntaba alguien esta mañana. “No hay nadie como Kiko en Luquillo, ¿cómo haremos?”, me respondí en silencio. 

Esta columna se publica simultáneamente en 80grados y la Perla del Sur.

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