¿Tanta información es ruido?

Especial para CLARIDAD

Desde que hice la primera comunión tengo un particular interés por las frases cortas y el texto breve. Mi papá escribía por ese tiempo y hasta su muerte ligeras viñetas poéticas. Colaboró además en la composición de jingles promocionales, una peculiar forma de abreviar todo un catálogo de intenciones comerciales. Las imprentas que fundó me acercaban al mundo de las palabras y de las artes gráficas. Después de los salmos o el folletito que resumía la biblia y estas otras experiencias tempranas nada más excitante para mí desde muy joven que el periodismo y sus horas locas de redacción y producción. Allí la violencia del tiempo coloca a uno al borde del vértigo. Y pasado un gran esfuerzo, tomando en consideración la precariedad que rodea muchas veces el trabajo editorial, tienes la maravillosa dicha de descubrir la palabra adecuada o el giro de frases que salvará el texto que debe entregarse, sin falta, a la mayor brevedad.

Esta es la norma que predomina en la prensa diaria: la redacción periodística que se construye contra la presión del tiempo y se imagina debe leerse con rapidez “por la falta de tiempo”.

Las frases cortas me persiguen. En estos días trabajo sobre esa idea para un proyecto de libro. Y esto me remonta a una conferencia de José Luis González y Pedro Juan Soto allá para los años de 1980 donde les escuché conversar sobre la especial energía e imaginación que implica la poesía, por lo general más concisa y abierta a la exploración. Me acuerdo del respeto y la seriedad con la que se refirieron a esto y lo recuerdo bien por tratarse de dos narradores de largo aliento.

De allí saqué la idea de cuán fuerte es la proximidad entre poesía y periodismo. En mi trayectoria como periodista, a pesar de estar involucrado en esfuerzos que exigen más extensión y tiempos largos de producción –las revistas semanales (CLARIDAD, EN ROJO, Palique, 80grados), los proyectos informativos temáticos (Prensa Comunitaria, Puerto Rico Te Quiero, Acción Comunitaria), los mensuarios (Diálogo, Plural), además de la serie de documentales para WIPR–, he comprobado que el ejercicio del editor consiste en velar por la coherencia del proyecto editorial. Si también eres director o coordinador, te conviertes en un alegre animador del circuito de colaboradores para que las entregas sean excepcionales o por lo menos significativas. Muchas veces el reto más difícil pasa por la tarea de resumir, proponer arreglos o lograr la mejor expresión posible en algún caso necesario.

Así explico mi fascinación por los lemas, los títulos, por el primer párrafo (o por el último) que marca el comienzo (o el final) de artículos, reportajes, ensayos, libros, documentales. La gracia profunda de esos ejercicios de «concisión» estriba no necesariamente en decir más con menos, sino en decirlo de tal modo que capte la atención del lector sin traicionar la «verdadera» historia y todo con una gran economía de palabras y belleza incluidas. No hay momento más triste en la vida de un editor que haber cortado las alas a un buen texto por cumplir con las normas de extensión o de estilo. Pasa con mucha frecuencia en los diarios. Ocurre, en el fondo, en cualquier campo editorial. El editor, no obstante, juega un papel crucial en el circuito. La mayoría de las veces se espera que esa mano juegue limpio y que su madurez y su talento ayude a pulir aquello que pide auxilio o remedio, o que puede mejorarse con otro giro.

La poesía además nos acerca a la vida y a las grandes preguntas del ser humano con una honestidad e intensidad difícil de igualar. Véase aquí otra proximidad con el periodismo que no debe pasar desapercibida.

Pero hoy buena parte de la prensa y los medios dan la espalda a los graves peligros que vive la humanidad, por no hablar de la vergüenza profunda que produce la inacción y los silencios frente a la suerte de Palestina. Ese desvío se explica de muchas maneras, una de las cuales tiene que ver con el proceso mediante el cual la llamadda “objetividad periodística” se divorció  del principio fundamental de la vida (y la filosofía). Es decir: cuando se volvió popular el periodismo automático y ya no es obligado preguntarse si esto que relatamos es bueno o malo para la humanidad. Si es bueno o malo para los puertorriqueños, y ocuparse de contextualizar, trazar preguntas inteligentes, intentar respuestas, establecer una jerarquía clara entre lo que es trascendental y lo poco relevante.

Lo ha dicho muy bien Rafael Acevedo en un brevísimo escrito que circuló por Facebook. Para sorpresa de mis alumnos de “redacción periodística”, muchas veces los recibí con esta lectura. Se trata de un poema que podría confundirse con un pequeño tratado del buen periodismo. “Este textito”, les decía, “nos invita a re-pensar la noticia”.

“Información noticiosa”

Tanta información es ruido. Mejor valoro. Ordeno. Uno no hace la paz con la guerra. Lo demás es ruido.

Tanta velocidad es rumor. Me quedo con algo. Lo retengo. Lo examino. Pasa el vértigo. No permito que un cadáver se esconda sobre otro cadáver y esté sobre otro cuerpo y poco a poco van perdiendo el nombre y vamos olvidando que se trata de lo terriblemente humano que es la muerte, sentida en carne propia.

Tanta brevedad es, otra vez, ruido. Mejor me detengo. Trato de verle los colores a las palabras. Sin prisa voy mirando los matices. Lo ricamente complejas que son las ideas.

Tanta exhibición oculta la desnudez.

Te miro. Me acerco y sólo te escucho a ti. Te retengo y disfruto del vértigo. Digo el nombre que te invento en carne propia. Sin prisa compruebo que eres ricamente compleja. Miro tu boca desnudándose.

Para esa reflexión que pregunta por el sentido profundo de lo que escribimos a veces nos acercábamos a Eduardo Galeano, Julio Cortázar, Rosa Montero, Leila Guerreiro, Magali García Ramis o César Andréu Iglesias. O bien podría mencionarse a Truman Capote, John Pilger, Seymour Hersh, Gabriel García Márquez o John Hersey para hablar de la importancia del diálogo y la voz propia en un reportaje.

De Galeano, por ejemplo, se leía esta brevísima lección de literatura:

No hay una frontera entre el periodismo y la literatura. La literatura es el conjunto de mensajes escritos que una sociedad emite, tengan la forma que tengan. Uno puede decir lo que quiere decir escribiendo en periódicos o en libros. El periodismo bien ejercido puede llegar a ser muy buena literatura como lo demostraron entre muchos otros José Martí, Carlos Quijano y Rodolfo Walsh.

Siempre he sido periodista y no quiero dejar de serlo, porque una vez que uno entra en ese mundo mágico de la redacción, ¿quién te saca? Tiene virtudes: te enseña a ser breve, te obliga a la síntesis, lo cual es muy interesante para alguien que quiera escribir un montón de cosas. Te obliga a salir de tu microespacio para meterte en la realidad, bailar el baile de los demás. Te obliga a andar por allí, a escuchar. Y tiene defectos. El primero es la urgencia. A veces me tranco con  una palabra y paso tres horas buscando otra. Ese es un lujo que el periodismo no me podría dar.

Al jubilarme en enero del 2023 me prometí que no volvería a practicar el periodismo. La voz del pueblo tiene una frase corta para esta vocación irresistible: “La sangre llama”. Y eso habla también de ese laberinto que nos lleva a la frase justa, que es el gran desafío del texto breve.

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