Primero como tragedia, luego como farsa

Jorge Lefevre Tavárez

1.

El puente de metal en el barrio Salto Arriba, Utuado, fue arrastrado por las fuertes corrientes del río Grande de Arecibo, crecidas y fortalecidas por las lluvias del huracán Fiona. Las imágenes del evento llegaron a todos los rincones de la isla a través de distintas grabaciones de este, desde varios ángulos, desde varios actores. La más dramática, quizás, es la que incluye el grito reiterado de uno de los trabajadores de emergencia, que lanzaba al viento la exclamación: “¡se lo llevó!”. La frase impacta, en parte, porque, aunque haga referencia al puente, se puede repetir, en el contexto en que vivimos, para un sinnúmero de situaciones, de objetos, de sujetos.

Pero no es la primera vez que este evento sucede. El huracán María se había llevado en el 2017 el mismo puente. Digamos, más precisamente, que se llevó el puente que en su momento ocupaba la misma posición. Poco después, para el 2018, el gobierno de Puerto Rico instaló el entonces-nuevo-ahora-pretérito puente, de manera provisional. Es decir, se instaló mientras pudiera lograrse una solución a largo plazo.

El paso del huracán María inundó al país con decenas de miles de millones de dólares para promover la “reconstrucción” de la infraestructura de la isla posterior al desastre natural. Ante eso, surge la pregunta obvia: ¿por qué nunca se reemplazó el puente “provisional”?

En declaraciones que recoge El Nuevo Día el 19 de septiembre, Eileen Vélez, secretaria del Departamento de Transportación y Obras Públicas, afirmó que se debía a que la vida útil del puente era de 75 años, por lo que no lo entendieron necesario.

Es posible que, de encontrarse el puente en algún momento, en algún rincón del río Grande de Arecibo, se pueda escudriñar con cuidado y llegar a la conclusión de que mantiene todavía su “utilidad”. El problema, querido Watson, es que el puente útil fue desplazado de su lugar de utilidad. El puente que no une dos puntos no es un puente; es una ruina, aunque esté en buen estado. Ese es el problema: la lógica del gobierno no desemboca en un adelanto infraestructural, sino en la continua producción de ruinas.

Esto se acentúa cuando tomamos en cuenta que este no fue el único puente arrastrado por las aguas, ni el único arrastrado dos veces por huracanes sucesivos. Ni tan siquiera el único en Utuado.

2.

Heráclito decía que una persona no se sumergía dos veces en el mismo río, pero nunca habló de puentes. Las contrariedades y complejidades de la situación actual en Puerto Rico tienen el efecto de expandir la lógica dialéctica. Pero tampoco debemos pensar que esta escena literaria (aunque real) se deba al realismo mágico antillano. No estamos, por ejemplo, ante el famoso puente que une al pueblo de Arecibo con Islote, que se derrumbó el día de su inauguración, y que se derrumba periódicamente para no hacer mudanza en su costumbre. Eso es folclor. Esto que vemos ahora, sin embargo, es un producto histórico de las múltiples crisis acumuladas a lo largo de los últimos años.

La caída doble del puente de Salto Arriba nos sirve para esta reflexión. Partamos, pues, de otra famosa frase, en esta ocasión de El 18 Brumario de Luis Bonaparte de Carlos Marx: la historia se repite, pero primero como tragedia y luego como farsa.

Cuando llegó el huracán María, un evento atmosférico como nunca habíamos experimentado en la historia reciente, los efectos de la política neoliberal ya habían desmantelado componentes importantes de la infraestructura del gobierno. El país contaba con menos escuelas – y por lo tanto menos refugios – por el proceso bipartita del cierre escolar. La Autoridad de Energía Eléctrica había reducido dramáticamente sus abastos como parte del plan de austeridad de Lisa Donahue, principal oficial de reestructuración de la agencia. Lo que ocurrió después fue una tragedia.

El huracán Fiona llegó a la isla como uno de categoría 1 y en fortalecimiento para convertirse en uno de categoría 2. Todo huracán es un fenómeno natural formidable. Desde antes de su llegada, ya se conocía la alta probabilidad de que las lluvias que traería pudieran ser históricas.

Entre estos dos fenómenos, hay casi exactamente 5 años de distancia. En el proceso, se aprobó el envío de más de $60,000 millones de dólares para la reconstrucción del país. Se ha privatizado la transmisión y distribución de la energía eléctrica. Se ha hecho evidente el problema grave de las escuelas con columnas cortas. Las crisis tienen la particularidad de que hacen visibles, hacen más claras, las contradicciones de una sociedad. Como decía Aristóteles sobre la metáfora, las crisis “ponen ante los ojos” estas complejidades.

Tenemos, por un lado, la oportunidad de transformar la infraestructura del país. Tenemos, por otro lado, mayor claridad sobre los problemas concretos que enfrenta. Pero, finalmente, tenemos también que la infraestructura estatal se encontraba en peores condiciones que cuando enfrentamos el huracán María, a pesar de lo que quizás sea una oportunidad única de, no solo reconstrucción, sino de construcción para Puerto Rico. Primero tragedia, luego farsa.

3.

Uno de los efectos de esta etapa “fársica” (la palabra no existe, pero suena mejor que “farsante”, que reservo para los actores principales de estas obras) de nuestra historia es el empobrecimiento de la lengua. Con esto, no quiero decir un empobrecimiento léxico, de vocabulario limitado, sino que se ha abierto una brecha casi insondable entre la palabra y la acción, o la palabra y la verdad. Frases como “la luz se restaurará lo antes posible” tienen el mismo grado de veracidad que “la estadidad está más cerca que nunca”. Mejor decir “si Dios quiere”.

La palabra clave de todo el proceso de reconstrucción por parte del gobierno siempre fue “resiliencia”. Detrás de esta, se escondieron las que verdaderamente ayudan a apalabrar nuestra historia: negligencia, fiasco, corrupción, fragilidad. Las palabras pronunciadas por los farsantes muchas veces implican su opuesto. Así, por ejemplo, con la palabra “transparencia”.

La falta de preparación del gobierno frente a huracán Fiona, la farsa de la resiliencia, es de tal magnitud que, luego del evento, la “respuesta” del gobierno se hace “efectiva”. Dado que no hay nada que hacer, las conferencias de prensa cumplen las expectativas: responden de manera efectiva las preguntas que se tienen. Nada más.

Solo la persona “de a pie” se presentó mejor preparada para el evento atmosférico, en palabra y en acción. Esto se debe, por un lado, a la experiencia acumulada posterior al huracán María, pero también a otra verdad que ha llegado a convertirse en “sentido común” en el pueblo: el gobierno no está preparado, el gobierno no nos ayudará.

Tenemos, por un lado, un relativo fortalecimiento de la preparación comunitaria e individual. Tenemos, por otro lado, un debilitamiento del estado y de su credibilidad.

El Partido Nuevo Progresista (ojo: no solo Pedro Pierluisi) ha hecho como Luis Bonaparte, a mediados del siglo XIX. Desprestigia el estado, destruye la economía, aleja a sus aliados.

Acosado por las exigencias contradictorias de su situación y al mismo tiempo obligado como un prestidigitador a atraer hacía sí las miradas del público, Bonaparte lleva el caos a toda la economía burguesa, atenta contra todo lo que había parecido tangible, hace a unos resignados ante la revolución y otros ansiosos de ella, y engendra una verdadera anarquía en nombre del orden, despojando al mismo tiempo a toda la máquina del Estado del halo de la santidad, profanándola, haciéndola a la par asquerosa y ridícula”.

El debilitamiento acelerado del gobierno, de la economía, de los partidos tradicionales, hacen más fácil su derrocamiento. Incluso con la crisis de las organizaciones del pueblo trabajador, su debilidad relativa sigue siendo, paradójicamente, lo suficiente fuerte como para poder echar a un lado las fuerzas dominantes actuales.

El cambio de escena implicaría, también, un cambio de género, de farsa a epopeya. La epopeya es un género que parece no estar de moda, pero a veces, y solo a veces, la molestia y el cansancio, convertidos en fuerza social, son capaces de producir la poesía del porvenir.

Artículo anteriorLa sonrisa homicida de la Medusa: Pearl
Artículo siguienteEditorial: María y Fiona, cinco años de errores, incapacidad e inacción