La maquinaria blanca que engulle a una nación indígena

 

Especial para En Rojo

 

Killers of the Flower Moon (dir. Martin Scorsese, EEUU, 2023) es posiblemente el magnum opus de uno de los maestros del cine. En la película, distingo los estilos y temas que definen la filmografía de Scorsese. Estos incluyen la exploración de un mundo de parásitos criminales como en Goodfellas (EEUU, 1990); protagonistas que aparentan ser bodoques, pero con una complejidad profunda como en Raging Bull (EEUU, 1976); y representaciones de la historia criminal de los Estados Unidos como en The Wolf of Wall Street (EEUU, 2013). Killers of the Flower Moon también reúne colaboradores frecuentes de Scorsese, como lo son Thelma Schoonmaker, cuyo trabajo de edición resalta un dinámico choque de imágenes contradictorias; Rodrigo Prieto, cuya fotografía nos lleva desde los verdes manchados de sangre de Oklahoma hasta la oscura intimidad dentro de cada casa; y Robbie Robertson, que justo antes de morir, nos dejó una gloriosa combinación de ritmos de rock y de música indígena que le dan una personalidad muy particular a la película. La colaboración de estos cuatro gigantes (director, editora, director de fotografía y compositor) es evidente en la secuencia donde varios hombres Osage encuentran petróleo y bailan alrededor del chorro, un presagio de la sangre que manchará la nación indígena.

La película y la novela homónima de David Grann están basadas en hechos verídicos y cuentan los horrores que vivieron los miembros de la nación Osage a manos de un grupo de

depredadores blancos durante la década de 1920 en Oklahoma. En esta época, la nación Osage incluía las familias más acaudaladas del mundo entero porque habían comprado tierras pedregosas e infértiles para establecerse. Pero resultaron ser ricas en petróleo. La historia sigue al personaje de Ernest Burkhart (Leonardo DiCaprio), un veterano de la Primera Guerra Mundial. Ernest no tiene estudios ni puede hacer trabajo físico por un problema intestinal. Por esto, llega al rancho de ganado de su tío, que muchos llaman King Hale (Robert De Niro), para buscar empleo. Hale, que funge como un patriarca severo y dadivoso para la comunidad Osage, esconde un secreto bajo su disfraz de simpático abuelo católico. Él es uno de los creadores de una maquinaria sangrienta que incluye criminales de poca monta, doctores, banqueros, dueños de negocios y policías, entre otros. Cada engranaje de esta maquinaria es un hombre blanco que literalmente envenena y mata a los Osage para así enriquecerse con herencias, seguros de vida y demás.

Ernest participa en el lucrativo negocio de su tío y eventualmente se enamora de Mollie Kyle (Lily Gladstone), una mujer Osage cuya familia va pereciendo tras la racha de asesinatos minando la comunidad. La compleja relación entre Mollie y Ernest es el centro de la película. Mientras Ernest es parte de un ambiente masculino y violento que permea las películas de mafia de Scorsese, la actuación sutilmente poderosa de Gladstone viste a Mollie de una dignidad que empequeñece a los hombres blancos alrededor de ella. La verdadera protagonista de la película es Mollie. El espectador sufre los crímenes en contra de la comunidad indígena a través del sufrimiento y de la frustración de Mollie. Pero ella no es tan solo una víctima, pues en medio de una diabetes debilitante, Mollie saca fuerzas para viajar a Washington y denunciar los crímenes en contra de su comunidad. En una secuencia genialmente ejecutada, Molly camina a través de una estación de tren. Su mirada vulnerable expresa el terror ante los ojos de todos los monstruosos hombres blancos que la observan. Aunque adentramos a este mundo siguiendo a Ernest, sentimos la frustración y la ira de toda una nación en Mollie.

A pesar de que es innegable el poder y belleza de Killers of the Flower Moon, la dirección de Scorsese ha recibido muchas criticas porque, como hombre blanco, él cuenta una historia que le pertenece a la nación Osage. Scorsese es un director con una larga carrera que logra cierta independencia de los estudios y que cuenta con muchos recursos. Su representación de la violencia en cuerpos de mujeres indígenas es impactante. Pero estas imágenes no solo enfrentan a los espectadores blancos a una historia de opresión, sino que hacen revivir el trauma de esa violencia a las comunidades indígenas. ¿Perpetúan estas imágenes la victimización de grupos oprimidos? Entiendo perfectamente esta crítica. No obstante, Scorsese no se adueña de una historia, sino que la usa para condenar los sistemas que apoyan la explotación. La película comienza en una ceremonia donde un líder indígena expresa en el lenguaje de los Osage el final de su cultura ya que los blancos se llevan a los niños para reeducarlos, una referencia a otro de los horrores de la historia de la nación. Scorsese mantiene la cámara en la expresión serena del orador mientras experimentamos la fuerza y la profunda tristeza de sus palabras. Sin delatar detalles sobre el final, la película concluye con una narración muy diferente que reduce la historia a un relato vacío del género del crimen para el entretenimiento de un público blanco.

Cuando vi la película, este final me chocó y sentí que Scorsese estaba reafirmando innecesariamente el dominio de su voz narrativa. Pero después de una segunda mirada en la cual volví a experimentar la inmersión cultural en la que entramos como espectadores, me di cuenta de que este final irrumpe bruscamente en la película para denunciar el olvido al que ha sido condenado esta historia. Scorsese no funge del salvador blanco (white savior) que rescata al noble salvaje (noble savage). El director es un magistral contador de historias que condena la hipocresía de un sistema que marginaliza una nación indígena.

No se intimide con la duración de Killers of the Flower Moon. Aunque dura tres horas y media, es ciertamente una experiencia inolvidable que debe vivirse en el cine.   

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