Contrarreloj: los relatos breves de Amarilis Vázquez Rivera

 

 

“El silencio no está desnudo”
Guillermo Samperio

 El tiempo y el silencio son dos conceptos que van unidos de manos en la microficción. La brevedad que impone el género obliga a la selección atenta de las palabras a utilizar. Cada signo escrito deberá aportar a su vez los espacios vacíos que provoquen una reacción cómplice del lector. La lectura de los relatos breves no debe ser superficial ni a la ligera; más bien debe crear en el lector la sensación de que lo que realmente se dijo hay que buscarlo en las relecturas del texto, en los “destiempos” entre las palabras.

Lo que Francisca Noguerol llama “el hueco como signo” exige un lector involucrado cuya función primordial es trabajar con la elipsis y consumar una lectura plena que exceda los límites del texto. El hueco es el silencio; pero este no significa ausencia, sino más bien lo contrario: el pleno sentido del microrrelato se logra con la lectura comprensiva de lo que no se dice. Así, “… el silencio se configura como negativo necesario para reconocer el texto breve en toda su extensión”. Esta preeminencia de lo no dicho parte de la afirmación del silencio como signo.

Para Raúl Brasca, microficcionista y teórico del género, el silencio se amarra al final de los relatos. Brasca cita a Dolores Koch, quien establece una distinción entre el cuento muy breve y el microrrelato; mientras en el cuento corto se mantiene la estructura clásica, en los microrrelatos se prescinde del desenlace y le toca al lector elaborarlo.

Según Brasca, el uso principalmente del recurso de la ironía permite crear los finales ambiguos cuyo efecto es provocar en el lector esa sensación de vacío que provoque la relectura como medio para alcanzar un sentido de la lectura. Aunque está claro que, en ocasiones, ese silencio sin resolver resulta en sí mismo el mejor efecto literario. El mutismo del texto, concluye Brasca, hermana al microrrelato con la poesía e incluso con el chiste, géneros que se amparan en la ambigüedad como medio de expresión.

Aristóteles dijo alguna vez que si consideramos que el tiempo está compuesto de dos partes (y no tres, pues el presente no es una parte) resultaría evidente que el tiempo solo existe de manera relativa. Pues el futuro será, pero aún no es, y el pasado en algún momento fue, pero ya no. En vistas de esta situación resultaría dudoso hablar de la existencia del tiempo, puesto que aquello que se compone de partes inexistentes difícilmente podría considerarse como algo que participa del ser.

En Tiempos y destiempos: relatos breves para no llegar tarde (Editorial Areté Boricua, 2022), segunda colección de microrrelatos de Amarilis Vázquez Rivera, esta desarrolla un total de 33 relatos breves que utilizan los recursos inherentes a la llamada microficción: la intertextualidad, la ironía y la elipsis. Con la presencia del tiempo como telón de fondo, Vázquez Rivera plantea su visión de la vida como aquella que entiende la inutilidad y el esfuerzo vano de los humanos en aferrarse a una realidad que se nos escurre entre los dedos. Micro tras micro se entreteje el concepto unificador del tiempo y se plantea que la existencia, aquello que pensamos como la realidad, no es más que un rumor sin aliento, una seducción autoinducida, porque nos creemos el centro del universo, como la luciérnaga del micro “Alucinaciones” quien, por negar “…su naturaleza de seguir la luz se cubrió los ojos y se dejó llevar.”

Así, la vida y la muerte se trabajan en los primeros micros desde variadas perspectivas: la de los vivos y también la de los muertos; la muerte en el entorno familiar; la muerte como escape y también como liberación. A partir del micro número 10, las narraciones comienzan a presentar un giro temático hacia un discurso feminista, con la idea, así lo veo yo, de empoderar a las mujeres (protagonistas de casi todas las historia). En estos relatos el hombre siempre queda mal parado. El varón es el que muestra un amor enfermizo, es el que mata con alevosía y que, irónicamente, proyecta en la mujer todas sus carencias. La mujer de estos micros es fuerte, decidida, pero también frágil. Cada relectura abona a configurar una visión de mundo de la autora, que proyecta su ansia de revelar el poder y la fortaleza real de las féminas, tal como puede observarse en el que considero el más logrado de sus relatos: La Vie en rose. En este, como en todos los demás, los epígrafes referentes a melodías musicales actúan como contrapunto para enriquecer semánticamente cada relato.

Vázquez Rivera escribe microcuentos y el microrrelatos. En ambos, pero particularmente en el segundo, el lector avezado reconocerá personajes y situaciones bíblicas, literarias, mitológicas y procurará la relectura que, le aseguro, multiplicará su goce estético. La lectura lo inducirá a rellenar los huecos y, casi sin percatarse, estará creando una historia más allá de las palabras impresas.

Con Tiempos y destiempos, Amarilis Vázquez Rivera crea su espacio en la literatura puertorriqueña y junto a otras microficcionista isleñas aporta hacia el desarrollo del nuevo género en nuestro País. ¡Enhorabuena!

 

 

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