Será Otra Cosa: Zambullirse en las páginas de un libro todo mar.

Especial para En Rojo

Decir que Affect, Archive, Archipelago de Beatriz Llenín-Figueroa (Rowman & Littlefield, 2022) es un libro marítimo, es inexacto. Más bien, tendría que extender la metáfora y caracterizarlo como lo que es: un libro submarino. Me gusta leer frente a la playa porque el vaivén de las olas, la caricia de la brisa y el olor a salitre apaciguan mi mente, pero lo que pide este libro es un adentrarse a las profundidades del mar. Como si fuera poco, la escritora me propone que lea caminando a nado (“a walk-swim of a book”), ¿una nadata? Y cuando lo abro, y muevo su cubierta azulverde,  casi escucho el sonido agudo del pito de esta escritora, pensadora archipielágica, columnista y amiga, Beatriz Llenín-Figueroa, Bea, a quien imagino con sus goggles y chapaletas, adminículos indispensables para su ruta-lectura, invitándonos con entusiasmo a “to walk-swim with you, and you, and you, and innumerable Puerto Rican and Caribbean dreamers of liberation”. No tengo escafandra, pero, por suerte, nado mi poquito y,  aunque más que delfín o pez soy tortuga marina, me sumerjo en un texto que es puro movimiento y obliga a zambullirse en el mar para leer, a fundir la fibra de papel que al contacto con siglos de agua se hace móvil y líquida. Las oraciones se vuelven estelas de palabras que no pueden pescarse desde la costa, sino que exigen que la lectora que soy, la nadadora lenta, la que no respira del todo bien debajo del agua, se una al caminar-nadar de la escritora-estofona que, obstinada en la lucha por la descolonización de Puerto Rico y animada por el reconocimiento de la escala pequeña con voluntad de futuro que es nuestro archipiélago, pretende reformular o, mejor, reabrir un Archivo Caribe de siglos, lleno de afectos, documentos, pensamientos, escritos filosóficos, literarios y políticos, poemas, performances, acciones políticas y piezas de arte vivo. La escritora, fuera de los confines de la academia, reconecta toda esa materia marina para montar su coreografía subacuática, casi imperceptible a los ojos de quienes no reconocen que en el principio, era el agua, la del Mar Caribe.

Este es un libro indisciplinado, asegura quien cita profusamente, quien lee y conecta, reflexiona y diseña una ruta submarina que inicia con Édouard Glissant y Marta Aponte Alsina, se ahonda en Betances, Capetillo y Albizu, y culmina en los accionares políticos, artísticos y comunitarios de  grupos y creadores que se piensan hoy desde y con el mar: Agua, Sol y Sereno, Amigxs del MAR, Comuna Caribe, Mujeres que Abrazan la Mar, Coalición 8M y Teresa Hernández, entre otros. Es un libro indisciplinado como quien dice desobediente, contestatario, desafiante al archivo oficial, aquel montado sobre una ideología insularista, que por siglos ha visto como defecto la pequeñez, y que entiende la geografía insular como limitación, escasez y carencia. Llenín-Figueroa, igual que en textos anteriores, examina aquí la insularidad caribeña como espacio experimental para la consolidación y expansión de todas las fases del capital-colonial-patriarcal. Su archivar alternativo se ecolocaliza, es decir, se orienta por los sonidos y las huellas de los materiales marinos que traza y recoge en su ruta para reafirmar, sobre todo, que pensar futuro requiere de reconocernos criaturas del Mar Caribe-animales de pequeña y concentrada escala- y, luego, enlazarnos con todas esas otras islas del archipiélago que también surgieron de erupciones volcánicas hace millones de años. La integración caribeña, la mirada archipielágica, que se entronca con los sueños de la Confederación de las Antillas y el West Indies Federation, es el punto de salida de la ruta de este libro que reanima el concepto de Relación de Glissant y la metáfora de la patria líquida de Aponte Alsina como poéticas indispensables para repensar vías políticas en nuestro reclamo de autonomía y agencia.  Porque esa relación negada con el resto del Caribe ha existido y existe, y nos toca imaginar en un sentido fructífero formas de reestablecer los puntos de esa red submarina que subsiste, pero que no se suele o no se quiere ver.

Siento un calambre en la pierna derecha, pero no quiero dejar la nadata. Me reanima el entusiasmo de su consigna: “Let us remind ourselves of a future we have always been shaping”. Bea lo dice a todo pulmón (no usa tanque de buceo) cuando examina nuestro presente, el ahora mismo, en el que muchas comunidades y grupos de activistas y organizaciones exigen demandas civiles, salubristas, educativas, ecológicas, legales, económicas, alimentarias, que fortalecen y desarrollan nuevas formas de democracia participativa; ese “ahora mismo” en el que tantos gestores y colectivos culturales crean arte independiente y alternativo. Todas esas son formas de agencia, de movimiento, de lo que Bea llama soberanías opacas, comunitarias-artísticas-corporales. Y sí, existen esas soberanías, insiste.

“But what do I mean when I say we lay claim to sovereignties? How are these different from the sovereignty that “defers genocide”[…] How are they other sovereignties from the nation-state kind, built by the “transparent” regime with cages and walls, blood and tears, whips and chains? Puerto Rico’s are-oh, yes, indeed-opaque sovereignties. That is, a myriad of economic, political, cultural, and bodily ways in which, submarinely, beyond the regime of intelligibility of institutions, political parties, the mainstream press, and empire, we-humans and nonhumans- claim, in wild flights of “intuition and imagination,” our archipelagic “here” all at once, all together, the dead and the living, who are never altogether dead or alive.”(27)

Aunque totalmente extenuada de tanto nadar, casi tentada a la quietud, la alegría del ahora archipielágico, que este libro marino me regala, me impulsa a continuar.  Pienso en Mackandal, y, de pronto, me veo tinglar en la enormidad de su cuerpo de reptil, con sus patas en forma de aletas, nadando con fuerza hacia la orilla para dejar mis deseos de soberanía como huevos enterrados en la arena. Soy una tortuga marina segura de la eclosión, expectante del momento cuando esos sueños/deseos/neonatos de tinglar se cuelen por las fisuras del nido de arena que he formado hasta llegar a la orilla y, sin temer a la amenaza de los pájaros marinos, de los cangrejos o de los humanos, se zambullan al mar, que en su eterno movimiento de espiral los devolverá años después a la orilla del Caribe.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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