Crónicas del desastre

 

Especial para En Rojo

 

La maravilla del canto inimitable: la décima criolla de Lloréns Torres

Félix Córdova Iturregui

Casa Paoli, 2022, 354 pp.

 

Manuscrito de un filósofo (des)esperado

Félix Córdova Iturregui

Publicaciones Gaviota, 2022, 265 pp.

 

¿Qué distancia se tiende entre un ensayo y una novela? ¿Cuáles son sus puntos de encuentro y de desencuentro? Les separan estilos, propósitos y rasgos. En la novela, la voz autoral inventa, opera como la divinidad que crea personajes y situaciones ficticias para iluminar o cuestionar la condición humana. Aun lo onírico adquiere densidad narrativa en este ejercicio de la imaginación. No hay límites formales. Por otro lado, el ensayista defiende premisas sustentadas por hechos. Organiza sus afirmaciones de forma lógica. La tierra, la igualdad, el lenguaje, el arte, la academia, los prejuicios, el amor, la filosofía y la estética son temas que hermanan ambos libros.

Les vincula el acto de apalabrar, de integrar una corriente dialógica, de enunciar un discurso (inacabado, al decir del genial Bajtín). Les une la intención de compartir ideas, percepciones y experiencias con una audiencia. Ambos géneros literarios recurren al uso de símbolos para comunicar ideas y representaciones. Propician reflexión y disfrute estético.

Siendo así, vale preguntar: ¿Cuál Félix Córdova Iturregui nos interpela en La maravilla del canto inimitable: la décima criolla de Lloréns Torres y en Manuscrito de un filósofo (des)esperado? ¿Acaso no son el profesor que propone una lectura contextualizada, profunda, heterodoxa de las décimas de Lloréns Torres y el que ficcionaliza las incertidumbres del amor y del ser, que desmitifica espacios y hablantes, que subvierte categorías sociales a mansalva la misma persona? ¿Acaso no remite Ishmael al espacio discursivo que comparte con Melville, conjugando la realidad con la ficción?

El estudioso de Lloréns y el narrador (des)esperado generan una simbiosis que adumbra las complejidades de sus respectivos objetos lingüísticos, que devela the uncanny freudiano como eje común, que dibujan y desdibujan lo real y lo imaginario. El intérprete de Llorens desmantela lecturas abstractas del poeta juanadino a la luz de un análisis profundo, inmerso en el ignorado tiempo y espacio del vate. Se vale de rigurosas explicaciones históricas, de circunstancias y documentos de la época que iluminan actitudes y compromisos ideológicos. Córdova evidencia un Lloréns que echa su suerte con los empobrecidos de su nación y que identifica los designios depredadores del capital. Cuestionando lecturas insatisfactorias, el estudioso propone un Lloréns convencido de las implicaciones libertarias del bohío contrapuestas al oprobio de los arrabales urbanos.

Para algunos reseñistas, el bohío de principios del siglo pasado evoca miseria y alienación, un espacio destartalado poblado por gente de escasa ilustración, víctimas de una laxitud anímica bordeando el suicidio. Córdova examina textos de Lloréns, sus décimas y el contexto histórico, social y cultural en que surgen las décimas y los juicios del poeta para presentar su visión disidente. En este estimulante libro de catorce capítulos y 354 páginas, el ensayista plantea una “nueva imagen del bohío” llorensiano. Para ello, el crítico recurre a las propias palabras del bardo. Nos ofrece, por ejemplo, la siguiente cita del poeta de 1916: “En materia arquitectónica, lo único que en nuestras Antillas tiene color, perfume, carácter y alma propia es el bohío…” (51).

Las décimas del poeta, dice Córdova, gestan una evolución lírica, una novedad estética en sintonía con el pulso del país: “Las decimas…formaron parte de la nueva poética y fueron producidas por Llorens en el interior del proceso de transformación y consolidación de su nueva concepción de la poesia” (220).

Según el ensayista, el poeta pudo advertir la debacle social, económica y política que imponía una modernidad amparada en el monocultivo azucarero en ausencia del desarrollo económico del país. “Lloréns”, subraya este autor, “manifestó una aguda sensibilidad ante los efectos de las profundas transformaciones impuestas por el capital extranjero…” (62). Su efecto era predecible: el flujo masivo de trabajadores del campo a la ciudad. Los dueños del capital logran, simultáneamente, empobrecer el campo y la ciudad. El poeta focaliza su mirada crítica desde una perspectiva transgresiva. Esgrime un habla popular que se asume reivindicativo y descolonizador.

Córdova reitera una conclusión autorizada por los textos de Lloréns. El poeta no idealiza al bohío en sus décimas. Por el contrario, representa al bohío como espacio de resistencia de un campesinado que vive con dignidad en medio de una modernidad colonial capitalista que convierte al país en usufructo del capital mientras cosifica la vida de los puertorriqueños. Así lo expone Córdova: “…frente a las horribles viviendas obreras promovidas por el avance del capital, Lloréns elevó poéticamente el bohío como un lugar habitable de mayor belleza y salubridad que los barracones y arrabales urbanos” (87).

Reitero, por su importancia, que el crítico enmarca sus premisas sobre un amplio contexto político, social y cultural. Plantea que las palabras y las acciones del bardo no discurren sobre el vacío; las animan un andamiaje histórico, lienzo dialéctico que acoge su reflexión crítica. En este notable estudio, Córdova reconstituye un poeta que identifica la raíz de la debacle nacional y expone los desafueros del poder. Se muestra solidario con los que sufren la explotación laboral. Se ha estimado que 80% de los puertorriqueños dependía de la industria azucarera para su sustento a principios de siglo XX. En ese momento, esa crónica del desastre enmarca la migración masiva del campo a la ciudad y del país a las múltiples diásporas en Estados Unidos.

El ensayista contextualiza debates y colaboraciones significativas de la época entre Llorens y Nemesio Canales, Rosendo Matienzo Cintrón, José de Diego y Luis Muñoz Rivera, entre otros. Nos permite un atisbo al proceso político, a las posturas e imposturas, a los avances y retrocesos que se suscitaron a principios del siglo pasado.

Por otro lado, en la novela, un profesor puertorriqueño de filosofía trata de encontrar su lugar en el mundo. Nos comparte un periplo que comienza y termina fuera de su tierra. Sus experiencias amorosas y existenciales develan los límites insospechados de los afectos, lo fatuo de las categorías sociales, lo insustancial de saberes adquiridos al amparo de instituciones dominantes. Las voces narrativas subvierten binarios, categorías e imaginarios sociales. La ansiedad y el sufrimiento marcan la psiquis de estos personajes, plasman lo universal de la angustia, del deseo de libertad plena.

El profesor/narrador desactiva binarios comunes, muestra un desapego que confirma el poder coherente de un amor que reniega de la posesión, de la expectativa socializada, que descubre la infinitud y la perplejidad a las que convocan la palabra y el afecto. Dejar ir constituye el epítome del amor, la entrega auténtica, el punto álgido de un nexo emocional que templa la humanidad de cada cual, que expone el caudal de voluntad irrestricta que confirma el amor.

El profesor se desplaza por los universos afectivos de Nuage y Castalia, dos mujeres importantes que le aceptaron en su mundo interior, que le permitieron acceso a la piel, a sus temores, que hurgaron en su corazón y le permitieron experiencias sensoriales desconocidas, que le enfrentaron con lo que la universidad y los clásicos griegos no pueden enseñar. En una inversión de roles, el profesor actúa como alumno de las mujeres que discurren por su vida. Reconoce su subalternidad ante las mujeres. Con respecto a Nuage confiesa: “Puedo decir sin apenarme que fui su vasallo” (69).

Este narrador se depura, desecha máscaras sociales, acepta la inversión de roles sociales. Concreta así otra modalidad del dejar ir. Se muestra receptivo a experiencias que confirman la enajenación de la que no le ha salvado su rango académico. Reconoce en su ignorancia el puente que puede llevarle a esclarecerse ante el mundo. Agradecido, acepta su democión simbólica: aprendió de quien nunca se imaginó; compartió su saber con seres marginados fuera de la universidad. Córdova parece sugerir que no son los individuos los que deben desplazarse a la universidad, sino que es la universidad la que debe moverse a las comunidades.

En un lenguaje accesible, Córdova representa las complejidades de los personajes, de la existencia y de los géneros literarios. Por ejemplo, Nadine, o Nuage, como prefiere que se le llame, estafa a las personas para alimentar animales hambrientos. El Lobo Azul es un traficante de drogas que deconstruye la economía nacional con rigor académico desde una perspectiva única. El escritor hilvana una narrativa que incita a la complicidad de la audiencia, una trama que devela contrapuntos; acoge eventos, discursos y actitudes que reniegan de caminos trillados. El texto mismo enfrenta vicisitudes, apodera voces que transitan “entre la urgencia de la novela y la disolución de la novela” (183).

El profesor intenta entenderse, descifrar sus discontinuidades existenciales (lo que nos lleva a Canguilhem), que la vida no es el fluir lógico y coherente que se aduce. Intenta reestablecer su integridad interna, decodificar la ausencia que propicia la pérdida. El narrador sugiere que la calamidad puede ayudar a esclarecer: “¿No ayuda el desastre personal a ver mejor el desastre colectivo?” (184).

Regresemos a la pregunta inicial: ¿Qué distancia se tiende entre un ensayo y una novela? Todas y ninguna, evocando la respuesta que ofrece Salvatore a los inquisidores al preguntársele sobre las lenguas que habla en la célebre novela de Umberto Eco El nombre de la rosa. En estas dos entregas notables, el ensayista y el novelista trascienden límites de forma y fondo; moldean un proyecto dialógico armado por el lenguaje y la imaginación. Nos encaminan hacia horizontes inéditos, vértice de nuestro devenir histórico. Implican el amor como génesis de la civilización, que el profesor amó a Castalia y a Nuage con la misma intensidad conque Llorens amó a la patria. Después de todo, no habrá civilización, ha dicho Freud, hasta que no prevalezca el amor.

 

 

 

 

 

 

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